Horacio Quiroga y el Parque de España: memorias de una odisea arquitectónica

A poco de que se cumplan 30 años de la inauguración -la conmemoración será en noviembre- La Gaceta dialogó con el arquitecto Horacio Quiroga, responsable del proyecto ejecutivo y la dirección de obra de este complejo urbano que marcó un antes y un después en la relación de la ciudad de Rosario con el río Paraná. Sus encuentros con Bohigas, los cambios sobre la marcha y los contratiempos que se presentaron en la construcción.

por Sebastián Stampella

En noviembre se cumplirán 30 años de la inauguración del Parque de España, una obra monumental y emblemática que, entre otras cosas, logró que los rosarinos y las rosarinas dejemos de darle la espalda al río y que con el paso del tiempo se erigió como el símbolo de la recuperación de la costa y de una nueva forma de concebir el espacio público en nuestra ciudad. 

La Gaceta se anticipó a la conmemoración y conversó con Horacio Quiroga, el arquitecto rosarino que estuvo a cargo del proyecto ejecutivo y dirección de obra del edificio diseñado por el catalán Oriol Bohigas y que alberga el centro cultural, el auditorio y el colegio. 

Históricamente vinculado al Colegio de Arquitectos de Rosario (CA D2), Quiroga fue profesor en la FAPyD de la UNR y cuenta con una extensa trayectoria que incluye, entre otros trabajos, la proyección y dirección de obras como la sede de la mítica Biblioteca Vigil. 

“Urbanísticamente, creo que el acto de trascendencia más grande del Parque España fue el de demostrar que se pueden cambiar modalidades, terrenos y propiedades para un uso público. Por ejemplo, que los galpones que hoy forman parte de un paseo a orillas del Paraná, también nos correspondían a los rosarinos”, dijo.

Decidido a compartir detalles de la ejecución del Parque de España, su relato esquivó la solemnidad y se centró en las anécdotas y comentarios sobre los inconvenientes que se acumularon desde que se gestó el proyecto hasta que se inauguró. 

Martorell y Bohigas se volvieron locos cuando vieron un legajo que yo había hecho para una clienta, porque era al estilo de Hilarión, muy exigente y meticuloso».

—Se sabe que el master plan fue realizado por Bohigas, Martorell y Mackay, y que el proyecto arquitectónico para el complejo del Parque de España se lo encargaron a usted y el sector Paisaje y Vialidad al Estudio H. ¿Cómo recayó en usted esa responsabilidad?

—Es justo decir que el artífice de que se hiciera el Parque de España y su complejo cultural fue Gerardo Hernández Illanes, canciller del consulado de España, que arriesgando su cargo, fue el que impulsó a fines de los 70′ esa obra motivando a toda la colectividad de la ciudad, que era vastísima en esa época. Se armó entonces una comisión ejecutiva para ese fin. Gerardo hizo un recital con Julio Iglesias en La Rural que recaudó una cifra millonaria en una época que el dólar subía y bajaba, y juntó un sólido paquete de dólares.

Después, en 1984, se divide el tema en dos rubros: el rubro paisaje y vialidad y el rubro arquitectura. Los propios Martorell y Bohigas, con la compañía de un delegado del Colegio de Arquitectos de Rosario, que fue el arquitecto Martín Ledesma, llamaron a concurso y nos presentamos 18 estudios. Nosotros éramos la high society de los arquitectos de aquella época. Yo era de los más jóvenes, porque estaban Viotti, o Andino, que ya eran gente ilustre.

Para la parte de Arquitectura me eligieron a mí, y para Paisaje y Vialidad al Estudio H. Martorell, Bohigas y Ledesma hicieron de jurado. Estuvieron cuatro horas una tarde en mi estudio de Belgrano 714. Como no tenía aire acondicionado armamos una estructura y montamos un aire acondicionado en forma precaria. Yo vengo de la escuela de Hilarión Hernández Larguía.

Si uno veía un plano suyo, un ambiente tenía toda una serie de palabras pequeñas con un punto, cada una de ellas con un significado, como una nomenclatura: “zócalo de tal cosa, ladrillo visto”, todo muy riguroso, dibujando detalles en escala natural. Martorell y Bohigas se volvieron locos cuando vieron un legajo que yo había hecho para una clienta, porque era al estilo de Hilarión, muy exigente y meticuloso.

Esa puntillosidad a mí siempre me dejaba tranquilo de que mi parte como arquitecto quedaba cubierta, que no quedaba margen para las dudas o la improvisación. Yo creo que por ese legajo me dieron la parte de arquitectura del Parque de España. Y por otra parte, supongo que me encontraron culturalmente idóneo y válido, porque nos pasamos una hora viendo los legajos y tres horas hablando de la muerte del art nouveau y la desgracia del art decó en Rosario.

—¿Qué características le llamó la atención de los planos de Bohigas en cuanto al nivel de detalles, de indicaciones?

—Si uno ve los planos de Bohigas -que voy a donar al Colegio-, son propios de un anteproyecto. Fue un anteproyecto muy ilustrado, en escala 1:500. Aparecían detallados en escala 1:20 un banco, o un depósito de basura, que son los que hoy forman parte del mobiliario urbano del parque, para que se respetara ese diseño. Es decir, lo de Bohigas fue un anteproyecto que contemplaba de calle Sarmiento a la calle España.

Junto con Martorell, Bohigas recorrió muy bien la ciudad. Había proyectado un laguito, había un templete, y otras cosas más, que eran elementos significativos que ellos habían visto en la ciudad y lo incluyeron en el proyecto con el cuidado de no incorporar algo ajeno, buscando que ese espacio armonice con la ciudad. Es una maravilla. Los ladrillos cerámicos de las escalinatas del Parque de España son los mismos que los del lateral del Monumento. Yo saqué ladrillos del Monumento y los mandé a Mendoza para que hicieran millones iguales a esos.  

—Antes de que aparezca el proyecto del Parque de España, Bohigas no era un extraño para usted. ¿Cuáles son sus recuerdos de los primeros contactos con él?

—En 1974, cuando el Centro de Arquitectos estaba en la calle Córdoba 1046 primer piso y el presidente era Pantarotto y yo era secretario, me llamó el secretario del Colegio de Arquitectura de La Plata para presentarme a un arquitecto que traían de Barcelona: un tal Bohigas.

Había un vínculo muy fuerte con el Grupo R catalán y por eso hubo tanto interés cuando lo trajimos a Rosario e hicimos una conferencia en el teatro Arteón de calle Laprida. Había una pantalla descomunal, de cine. Y como no alcanzábamos a señalar con el puntero los planos, agarré una varilla de hierro del 10 que había en el piso y con eso señalábamos las cosas. Un delirio.

En esa oportunidad mostraron diapositivas de los edificios MBM de Barcelona. Yo a Bohigas lo llevé en 1974 al barrio Saladillo con mi Citroen Ami 8 para que vea las residencias que había en esa zona. La cuestión es que nos dieron la parte de Arquitectura y se fueron. Dejaron los planos, que hoy están guardados en el complejo de la sede de la Fundación Parque de España. Eran unos acrílicos con unas extrañas fotocopias en papel plástico plateado.

Con esos planos se hizo una exposición en el Castagnino en 1984, que fue la presentación oficial del proyecto. Eran unos paneles impresionantes, con varillas de aluminio en los dos laterales y en el medio una lámina de plástico plateada con una impresión que al día de hoy no sé cómo la hicieron. Eso iluminado por las luces del Castagnino eran algo impresionante para la época. 

—¿Y entre esa presentación oficial y el inicio de las obras, qué sucedió en el medio?

—Ellos se fueron, pasó un tiempo, y no pasaba nada. Bueno, en realidad pasaba que había que pagar los honorarios de los proyectistas de Paisaje y Vialidad y de Arquitectura, y la Federación de Sociedad Española no tenía ningún interés en pagarlo. Entonces, con Armando Torio como representante del Estudio H, pedimos una audiencia y fuimos a ver al canciller Gerardo Hernández Illanes. Nos dijo que estaban tratando de recaudar fondos. Finalmente los fondos no se recaudaron.

Y no teníamos las tierras porque no había una cesión oficial. Entonces con la comisión ejecutiva fuimos a verlo al presidente (Raúl) Alfonsín, que llamó al secretario de Planeamiento de la Nación, y finalmente volvimos con la cesión de las tierras. Hasta ese momento, el proyecto era sin el edificio, es decir, solamente con los túneles.

De eso se hizo una maqueta cortada a nivel del comienzo de las bóvedas de los túneles y se veía todo el diseño interior del centro cultural, que era de acuerdo a las normas de la Unesco, algo que acá no se hacía. Y como símbolo, en el muelle, las dos columnas de Hércules con la base. Ese fue uno de los proyectos que afortunadamente no se hizo porque estaba el interés del Colegio Español de mudarse ahí.

Después apareció la financiación por parte de España y empezamos la obra, con la desgracia de que había que poner 354 pilotes en el agua. Entonces, la plata para hacer el edificio no alcanzó más que para hacer la estructura de hormigón armado y metálica, y la estación eléctrica subordinada a esa estructura de hormigón armado. Y ahí quedó todo, sin tener el edificio aún porque nos quedamos sin plata.

Todo se fue en los 354 pilotes. Ahora lo pienso y gracias a eso no se derrumbó esa parte del muelle, porque es una estructura autónoma. Toda esa estructura que estaba ahí abajo era plata que no se veía. 

Al túnel número 1, cuando pude acceder para hacer la obra, lo tuve que confinar con una pared porque en el relevamiento vimos que llegaba muy lejos, hasta el túnel vehicular».

—¿Y cómo se destrabaron los problemas de financiamiento?

—Fue todo muy difícil. Me acuerdo de que la primera vez que con la comisión fuimos a España nos invitaron a comer a un lugar muy paquete en Madrid y después fuimos a tomar una copa de cognac. Pero después de este parate de la obra, cuando volvimos a Madrid a pedir más plata, los españoles se pensaban que nos la habíamos robado. Había mucha desconfianza y lo hacían saber. Esa vez ya no hubo almuerzo ni mesa redonda para recibirnos. Nos dieron de comer pisto manchego, que es lo más estúpido que uno puede comer en su casa haciendo dieta. Todo muy simbólico: nos estaban diciendo que no éramos de fiar.

Y la verdad que todo era muy complicado, porque eran cifras descomunales y había que mandar tres paquetes: uno con el informe mensual de la empresa, con todo lo que había que pagar, otro con la actualización a los 15 días y otro con la actualización a los 30 días. A veces pienso en eso y me duele la cabeza.

Esa situación se mantuvo así hasta que apareció el cónsul García Abad, que aunque vino con la instrucción de dejar morir el proyecto, pusieron un administrador, que era el licenciado Francisco “Curro” Poblador Fuentes, con quien terminamos siendo muy amigos. Él fue entendiendo la problemática y nos ayudó.

Finalmente, con la empresa Dycasa, que es una empresa española con muchas sucursales en todo el mundo, se retomó la obra. Es decir: con un administrador español y una empresa española, se terminó la obra. Pero antes de eso se tuvo que hacer un legajo, y en el medio apareció la reforma educativa española, que implicó que tuviéramos que modificar todo para adaptar el colegio a las normas de ese país.

Donde ahora están los laboratorios del colegio había una biblioteca pública que era una obra de arte, con una bóveda blanca que proyectaba luz sobre el plano de lectura, y se podía acceder desde afuera. Eso quedó desechado. Ya íbamos por el cuarto legajo. Encima, todos hechos en forma puntillosa y precisa. Hubo muchas modificaciones.

Los túneles fueron todo un problema. Al túnel número 1, cuando pude acceder para hacer la obra, lo tuve que confinar con una pared porque en el relevamiento vimos que llegaba muy lejos, hasta el túnel vehicular. Ese túnel, conocido como el túnel de Pinasco, fue un depósito de Prefectura con cosas traídas de contrabando, como el auto del intendente Carballo que había traído en barco de Europa y la prefectura se lo secuestró y ahí quedó. Se usaba como polígono de tiro de la prefectura ese túnel de tan profundo que era. Cruzaba y salía a donde ahora está la Casa del Artista plástico.

A todos esos túneles los revestí con hormigón y después con ladrillos, para que queden como estaban antes. Y eso costó una fortuna. Así se terminó el edificio, con todas las adaptaciones, pero se hizo. 

—¿Qué inconvenientes surgieron durante la ejecución de la obra?

—A lo largo de toda la obra se nos cayeron tres muelles. La primera empresa que hizo la estructura de hormigón hizo el obrador en un sector de muelles y un día se vino al demonio todo, se desmoronó con silos de cemento, de piedra, todo al agua.

Ahí descubrí que en el muelle de madera hay una placa debajo de mármol de carrara que dice 1881, o sea que fueron hechos en esa época, al menos ese. Eran de quebracho los muelles. El día que se inauguró la obra con la presencia del intendente, el gobernador y la colectividad, se hincó simbólicamente un pilote.

La hinca se hacía con un aparato antiguo de percusión a vapor. Si estabas hincando y después de doce golpes se hundía hasta cuatro centímetros, eso significaba que el pilote estaba en posición. Lo hicieron y dieron el visto bueno, todo estaba bien. Al día siguiente alguien viene a decirme que el pilote no se había hincado bien. Entonces con una maquinita mandé a buscar la cabeza del pilote, y la sorpresa fue que estaba en un pilote de quebracho. Lo que había pasado es que había pegado en un travesaño del muelle.

Cuando metíamos un pilote, en muchas ocasiones nos pasó eso, y fue un problema muy grande que tuvimos porque con cada uno había que ir viendo si se hincaba bien o no. En algunos casos intentamos demoler el sector de muelles de quebracho. Fue una locura eso.

Y siempre cuidando que se hiciera de acuerdo a los planos porque no se podía improvisar nada. Eso es lo bueno de hacer una documentación seria, hasta en escala natural y cumpliendo el pliego de condiciones a rajatabla. Me enseñó mucho el Parque España en ese sentido, me dio muchas lecciones de precaución.

—¿Y del final de obra y la inauguración qué recuerdos tiene?

—Justamente, hay otro legajo muy curioso que pocos conocen. Es el legajo del camino de la Infanta Cristina. Es que, como ella iba a venir con el presidente Menem a inaugurar el edificio, hicimos un plano para indicar por dónde iba a entrar, por dónde iba a circular y por dónde se iba a retirar. La idea era que todo el mundo tuviera una copia y que nadie hiciera una estupidez.

Como había partes que no estaban terminadas porque hubieron muchos detalles por hacer, en el sendero de la Infanta aparecían aulas con discretos papeles pegados para que no se viera que adentro había cosas sin terminar. Menem vino con una patota que lo protegía y abría el paso. Fue caótico porque yo explicaba el edificio junto al cónsul, pero no pudimos ni arrimarnos.

Después Menem se fue y la Infanta volvió al Parque por la tarde, y ahí pudimos recorrer el lugar tranquilos y le pude explicar todo. Había una muestra de arte curada por Pedro Sinópoli. El Rey había venido el 17 de abril de 1985, le mostramos la maqueta en el lugar del emplazamiento y descubrió la placa fundacional. Y después se asomó al río desde la barranca y se quedó fascinado con lo que veía.

Después de la recorrida con la Infanta, fuimos al Monumento a la Bandera, donde cantaba Alfredo Krauss. Pobre Gerardo, no solo tuvo que pagar la fortuna que pidió Krauss, sino que tuvo que ceder a sus exigencias. Había puesto como condición que hasta que no le llevaran la plata al hotel y se la entregaran en mano a su esposa, él no iba al monumento a cantar. Gerardo fue con un amigo al Banco de España, hicieron abrir el banco a la tarde-noche, retiraron la plata y se la llevaron para que cante. Ahí Krauss cantó contento.

—Con el paso del tiempo, ¿Qué dimensión urbanística le da usted a esta obra?

—Bohigas dijo una cosa que, lamentablemente se produjo, y en exceso: “Esto va a generar una metástasis hacia el norte”. Y fue así, porque después aparecieron las Dolfinas, que más o menos son lindos edificios, pero después también otras cosas que no me gustan nada. Y desapareció Refinería, embrujada por ciertos cretinos, y quedan un par de conventillos que espero que se conserven. Hubo una metástasis hacia el norte, que no fue positiva ni controlada, como de costumbre.

Al margen de eso, lo que significó el Parque de España en cuanto al contacto con el río es fundamental. Yo vivo en Belgrano y Buenos Aires desde 1973. El río no era un lugar accesible. Había una reja y un montón de vagones ferroviarios. Era otro mundo todo esto. Todo este parque fantástico que tenemos ahora, y todo lo que proyectamos tener, como el Puerto de la Música, todo forma parte de este hecho enorme que significó que la ciudad se diera vuelta y mirara el río.

Urbanísticamente, creo que el acto de trascendencia más grande del Parque España fue el de demostrar que se pueden cambiar modalidades, terrenos y propiedades para un uso público. Por ejemplo, que los galpones que hoy forman parte de un paseo a orillas del Paraná, también nos correspondían a los rosarinos.

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