Echesortu-Barcelona: un mapa de obras y afectos de Diego Nakamatsu

El arquitecto rosarino Diego Nakamatsu avanza en el desarrollo del ambicioso proyecto que le fue adjudicado en sociedad con Lluís Moran para construir en Barcelona el Hospital Vall d'Hebron, una mega obra que se anuncia como un cambio de paradigma en la salud pública catalana. En diálogo con La Gaceta Arquitectura, Nakamatsu brinda algunos detalles de esa obra, reflexiona sobre los lazos generacionales en la profesión, y recrea parte de su itinerario por el barrio de su infancia.

por La Gaceta Arquitectura

“Hacía seis o siete años que no volvía a Rosario”, dice desde Barcelona el arquitecto Diego Nakamatsu. Ese “volver” -nos explica desde su estudio- siempre implica una parada obligada por el Colegio de Arquitectura y Urbanismo (CAU D2), donde sabe que, indefectiblemente, se reencontrará con algunos de los afectos que le regaló la profesión. 

Su otra parada está lejos de allí, en el oeste de la ciudad, en el barrio de Echesortu, donde aún vive su padre y algunos pocos integrantes de esa tradicional familia de inmigrantes japoneses que desde 1920 y hasta el año 2009 estuvieron a cargo del mítico bar La Capilla, en la esquina de Mendoza y Avellaneda. 

De alguna manera, esos ámbitos conforman un itinerario personal que Nakamatsu recrea mentalmente desde la distancia y que transita sistemáticamente en cada visita a Rosario.

Radicado en Barcelona desde hace 24 años, Diego Nakamatsu se ubica como un claro referente de esa generación de arquitectos y arquitectas que en los años 90 afianzaron el vínculo entre profesionales de ambas ciudades: una generación de jóvenes que linkeó con el legado de Bohigas, siguió de cerca las reflexiones del Grupo R, y encontró en Mario Corea -vía Roberto Shiira, tío de Diego- a un maestro y facilitador para el desempeño profesional.

La charla con La Gaceta Arquitectura trascurre una tarde-noche de mediados de septiembre, con el arquitecto en su estudio de Barcelona habiendo dejado atrás una jornada de trabajo que define como «demasiado intensa». Por estos dias, el proyecto para la construcción del Hospital Vall d’Hebron que Nakamatsu i Associats SLP ganó por concurso asociado a Moran arq SLP, del aquitecto Lluís Moran, lo encuentra trabajando en todos los detalles.

En el transcurso de la entrevista, Nakamatsu explicará el significado que tiene esta monumental obra de unos 60 mil metros cuadrados que encarnará un cambio de paradigma en la salud pública de Catalunya. Pero en todo momento, alternará las referencias a este gran presente profesional que está viviendo con la evocación de sus años de formación en Rosario. Y sobre todo, a las amistades que cosechó en ese camino.

«Estuve en Rosario y, como siempre, pasé por el Colegio (de Arquitectura y Urbanismo). Ya en la puerta nomás me lo encuentro al Chelo Molina. Y después estuve con Franco Bechis, con Ariel Giménez, Rubén Palumbo, Maite Fernández; es toda gente con la que tengo mucha afinidad por las cosas vividas. La profesión te va llevando por caminos distintos, pero al final, el cariño y los recuerdos te juntan con la gente que querés», afirma.

«Y también, hay una secuencia que repito siempre cuando voy a Rosario, sin importar el tiempo que tenga disponible: salgo a caminar solo por Echesortu, mi barrio. Es un paseo que me guardo para mí. Antes lo hacía con mi padre, pero ahora se cansa. En esas recorridas voy viendo cómo se va modificando el barrio, como van cambiando las cosas», agrega, y da el pie para una pregunta que tiene que ver con la identidad de su familia y la de un ícono de la zona oeste.

—Tu abuelo y tu padre estuvieron al frente de un bar emblemático de Echesortu como fue La Capilla. ¿Qué recuerdos tenés de ese espacio y del entorno de aquellos años?

—Mi primer trabajo fue en el bar La Capilla, a los 15 años. Y luego de que muriera mi abuelo, hubo tres o cuatro años en los que asumí un rol importante en el bar hasta que, cuando yo comencé a estudiar en la facultad, mi padre consiguió un ayudante.

Tengo la imagen viva de estar con mi abuelo ahí en el bar. Yo hacía el turno con él, así que me enseñaba todo. Era sumamente severo. Buena persona, pero muy severo. Era hosco, y especialmente estricto con la forma de servir el café. Me corregía todos los detalles: la temperatura, la cantidad de café, de agua. Fue un aprendizaje total eso, porque de una simple rutina, hacía todo un mundo. 

Antes pasaba el trole por ahí, Mendoza era doble mano y el bar tenía las mesas afuera. El piso estaba lleno de las chapitas que tiraban los mozos. Había una senda peatonal en el asfalto que brillaba porque estaba toda hecha con chapitas. 

La deformación arquitectónica me hace analizar las cosas. Por ejemplo, la disposición de las puertas del bar y la relación con los usos que les daban los clientes. El que entraba por la ochava, era el que venía por primera vez. El que entraba por Mendoza, era el que pedía un café y se iba rápido. Tal vez porque ahí estaba el teléfono, era un espacio que podría ser de take away. Y el habitué, el parroquiano, entraba siempre por Avellaneda. 

Con la zona de los billares iluminada de una manera y las ubicaciones de las mesas, ya se marcaban una delimitación. A nivel urbano, el ancho de las veredas también influía: en Mendoza eran más angostas, y en Avellaneda eran más anchas y con un árbol grande que daba sombra. 

—¿Cuáles eran tus recorridos habituales por el barrio y qué observás como particular en las visitas que realizás en la actualidad?

—Yo estudié en la Pestalozzi. Mi recorrido por el barrio estaba conformado por la canchita de la Iglesia San Francisco, el bar La Capilla, Space, la tintorería que mi abuela tenía por calle Mendoza, y la heladería Río. 

Había casas maravillosas, con un jardín adelante, por calle Mendoza a la altura de Lima o Servando Bayo. Y, de chico, me llamaban la atención las construcciones modernas de los ‘70 que había en la zona. Esas casas con la entrada por el garage, y la vivienda más atrás, al fondo, rompían con el concepto de fachada plana de los maestros italianos. 

Por Avellaneda el perfil era distinto; con esas casas que algunos les dicen inglesas o chinas, con el techito y el jardín. Estaba el parque del Hospital Carrasco, que era un pulmón verde en la zona. 

Esa zona se hizo bastante comercial ahora, y está muy iluminada. Pienso que no estaría mal que se pusieran más árboles, porque es muy agresiva para la gente que camina. Es cada vez más necesario que el transeúnte esté más protegido. 

Mi abuela, cuando era muy mayor y caminaba por Mendoza desde San Nicolás hasta La Capilla, se había puesto contenta cuando pusieron unos bancos a la mitad del recorrido, porque le permitía hacer una parada. Es decir: con poca cosa podés ayudar al bienestar del transeúnte. 

En Mendoza entre Castellanos y Constitución había una residencia que tenía unas parras al exterior, y eso era algo hermoso con lo que uno se encontraba al caminar. Cuando sigo descubriendo esas cosas en Rosario, deseo que se mantengan. Es que Rosario tiene una escala como para seguir respetando y promoviéndolas. 

Cuando veo los edificios que hay ahora en Rosario -que hay muchos y muy buenos- me alegra observar que han dejado un cantero o un espacio reservado a vegetación. Como arquitectos, tenemos que ser sensibles a la ciudad donde vivimos. Debemos incluir esas cosas en los proyectos. 

—¿Cómo surge tu vínculo con Barcelona? 

—En 1994 vine a Barcelona con el intercambio entre Mario Corea y la cátedra de Galli, un poco capitaneada por mi tío, Roberto Shiira. Con gran parte del grupo que formamos en ese intercambio sigo en relación, tanto profesional como de amistad. 

Los catalanes venían a Rosario y vivían en nuestras casas y después nosotros hacíamos lo mismo en Barcelona. Ahora yo estoy asociado en un proyecto muy importante con Lluis Moran, que fue mi compañero de habitación en el intercambio. 

Paula Capra, que es mi pareja y mi socia en el estudio, Gisela Vidallé, que es la mujer de Fabián Llonch, Diego Arraigada, Sabina Cachero, Nicolas Campodonico, Sebastián Guerrico, todos vienen de ahí, de vivir un momento que fue genial. 

Mario Corea era académico, y con Roberto Shiira habían sido socios cuando eran estudiantes. Cuando Mario abre su despacho en Barcelona y comienza a crecer, van a trabajar a su despacho Marcelo Prósperi, Gerardo Caballero, Ariel Giménez, Pitu Fernández, todo un grupo de estudiantes jóvenes que llegaron a una Barcelona que no es tope de gama como es ahora. La explosión generada por las olimpiadas del ‘92 la convirtieron en otra cosa, la posicionaron distinto. 

—¿De qué modo sentís que te marcó esa generación de arquitectos?

—El universo arquitectónico rosarino se ve alimentado por este grupo maravilloso que fue el Grupo R. Y yo lo viví de primera mano por parte de gente como Gerardo Caballero o Ariel Giménez. Viví cosas extraordinarias, al punto de ir a recibir en Rosario a Stanislaus Von Moos, que es una eminencia especializada en Le Corbusier. También estuvieron los workshop que hacíamos con Miralles, o con Juhani Pallasmaa.

Es decir, gente que es de un nivel de arquitectura impresionante y que cuando yo cuento a colegas de Barcelona o de México que estuvieron en Rosario, no me creen. Todo eso fue la gran apertura intelectual que tuvo la arquitectura en Rosario con el Grupo R. Porque fue una apertura generosa: cada uno de ellos en forma individual tenían sus cuestiones, sus inquietudes, pero cuando se reunían, buscaban cosas comunes, se contagiaban y se alimentaban. Hay una apertura en las arquitecturas de cada uno de ellos a partir de juntarse, un enriquecimiento.

Yo tuve una suerte extraordinaria de haberlos conocido. De Ariel, por ejemplo, aprendí mucho la parte humana y constructiva, la relación con la obra. Íbamos a la obra, nos embarrábamos. Yo en el estudio vivía dos realidades: una de lápiz y tinta, muy pulcra. Y otra, cuando iba con Ariel y disfrutaba como un chico. Porque me decía: “vamos a ver al negro tal, o al flaco tal”, que eran los carpinteros, los pintores.

Esa es una cosa muy humana de la arquitectura que yo trato de seguir acá en Barcelona, donde todo es muy distinto. Acá se toma al arquitecto desde un lugar más intelectual, y yo trato de romper con eso, hablando en la obra con el carpintero, pidiendo que me expliquen cosas, compartiendo momentos.

Esas son cosas que me siguen entusiasmando de esta profesión; pensar que la obra también depende de si el que puso un ladrillo tuvo un dolor de cabeza ese día o no. Me refiero a la parte humana, el factor humano, a comprenderlo en el contexto de la obra. Eso creo que va a seguir siendo así por más inteligencia artificial que haya.

Yo quiero destacar la importancia de una formación arquitectónica, de nuestra profesión, del valor humano. El rosarino, a lo mejor no valora algunas cosas, pero yo desde afuera lo veo claro. Hay que hablar del patrimonio arquitectónico que tiene la ciudad, porque a nivel de proyecto y de profesionales, es increíble. 

Creo que falta una segunda generación del Grupo R; algo que aproveche esta sinergia de gente que está formada y que tiene experiencia, con la generación veinte años menor. Ellos necesitan una referencia, que esa gente arme grupos de debates, que el Colegio lo promueva. 

—¿Cómo llegás al proyecto del Hospital Vall d’Hebron?

—Con Paula Campra tenemos una sociedad con la que hacemos proyectos de todo tipo, desde áticos, obras privadas, y clínicas. Para obras de mayor envergadura, hay que cumplir una serie de requerimientos. Entonces, para montar un equipo sólido para poder competir a un nivel mas alto con los grandes estudios de Barcelona, nos planteamos asociarnos con Moran Arquitectura.

Cumplimos los requisitos, y nos presentamos a una serie de concursos. Perdimos en nueve oportunidades, y en la décima, ganamos. Es un proyecto muy importante para la ciudad porque está ubicado en Barcelona. Es el mas importante para la Generalitat, para el ayuntamiento de Barcelona y para el departamento de Salud. Estan todos involucrados y muy entusiasmados.

Fue un proceso de un año de concurso, entre presentacion de antecedentes y la selección. De 21 participantes quedamos 5, y luego, en otra vuelta, de esos 5 fuimos elegidos nosotros.

—¿Y en qué etapa esta el proyecto?

—Ahora estamos desarrollando el proyecto ejecutivo. La semana pasada la Generalitat confirmó que ya tiene reservados los fondos, lo que significa que no hay vuelta atrás. Los permisos del Ayuntamiento ya están presentados. Esto que aparece normal, es muy excepcional, porque hay muchos intereses aquí. En este caso, se aunaron todos y hay muchas expectativas puestas.

Se trata de la ampliación del hospital del Vall d’Hebron, que es el mas grande de Catalunya y uno de los mas grandes de España. A este proyecto le llaman «el superambulatorio» porque van a trasladar 350 consultas externas alli para poder esponjar el campus del actual Vall d’Hebron. Son casi 60 mil metros cuadrados de obra. Estamos como en una especie de sueño, aunque a veces es una pesadilla porque es mucho trajín.

—¿Asumís que este proyecto va a significar un salto importante para el estudio?

—Yo creo que hay que tener cuidado con eso de pensar que uno salta a jugar a las grandes ligas, porque así como subís, podes caer. La crisis del 2008 nos pegó fuerte. Tanto Lluís Moran como nosotros sabemos que a las estructuras las tenemos que mantener. No podemos crecer en forma desmedida porque eso te puede jugar en contra.

Así que, vamos paso a paso, sin que se nos suban otras cosas a la cabeza. Estamos trabajando bien y lo que queremos es hacer es un buen trabajo. Acá lo están tomando como un nuevo modelo de salud. El CatSalut, que es una escisión catalana del departamento de salud de España, ha tenido desde la apertura de la democracia un desarrollo de la salud, y a partir de este edificio plantean el nuevo concepto para los próximos 30 años. Es un cambio de paradigma. Así lo han planteado.

¿Cuáles son los rasgos más significativos del proyecto y qué desafíos implica?

—Nuestros conceptos de proyecto eran romper con ciertas leyes, que es algo que les entusiasmó. A nivel de trazabilidad de pacientes, de mercadería, de profesionales, de robotización, logística, tecnología, comunicación. Con Lluis Moran lideramos un equipo de trabajo con muchos expertos: en logística, en biomedicina, electromedicina. Estamos viendo cosas de la industria aplicada a la salud.

En este caso, lo estamos probando desde el proyecto. La semana que viene tenemos una presentación a nivel institucional de cómo estamos aplicando el modelo BIM a la creación del objeto arquitectonico. El modelo BIM es un modelo colaborativo que trabajamos con un programa que se llama Revit y, hasta ahora, siempre fue un requerimiento del gobierno.

Pero siempre fue un pasado en limpio que se elabora a nivel de Autocad, y después, en un momento, se hace el maquetado. En este caso, planteamos hacerlo al revés. Y estamos utilizando gafas de realidad virtual para poder ver escalas, interiores, colisiones de elementos arquitectónicos con instalaciones. Y esto es lo que vamos a presentar la semana que viene.

Trabajamos con un ingeniero asociado, que es una incorporación inédita acá en Catalunya. Acá lo interdisciplinar es muy poco común. Nosotros decidimos incorporar todas estas cosas desde cero. El aporte, la ganancia, o lo que es significativo de esta colaboración, es que es extraordinario el avance: si planteamos algo, ya sabemos de antemano cómo va a funcionar.

Desde el Departamento de Salud nos están pidiendo si estas cosas se pueden usar a nivel asistencial, que acá es a nivel paciente, enfermera, etc, los que lo usan a diario, en el campo de batalla. Porque quieren llegar a la experiencia de usuario, y que sea realmente aplicable.

Son cosas que no se hacen habitualmente, y nosotros estamos encantados. Con Paula teníamos otros proyectos en los que tuvimos participación de equipos interdisciplinarios para aplicar la experiencia de usuarios, pero esto va a ser otra cosa.