Psicología ambiental y diseño biofílico: una experiencia en dos parques de la costa central

El Parque España Sur y el Parque de las Colectividades son objeto de estudio de una investigación que la arquitecta y docente rosarina Daiana Zamler viene llevando a cabo desde el Laboratorio Experimental en Diseño Biofílico, con sede en la Facultad de Arquitectura de la UAI y con 20 estudiantes de involucrados.

por Sebastián Stampella

¿Qué factores explican el bienestar que experimentamos en un determinado espacio y el rechazo o incomodidad que nos producen otros? ¿Qué rol juegan la percepción y las sensaciones, y qué tan independientes son respecto a las condiciones que nos ofrece el entorno? ¿Hay procedimientos para modificar estas condiciones desde la arquitectura, el urbanismo y el diseño para propiciar que sintonicemos mejor con el ambiente?

Algunas respuestas a estos interrogantes pueden encontrarse en la psicología ambiental y el diseño biofílico, dos disciplinas que alimentaron la determinación de la arquitecta, docente e investigadora rosarina Daiana Zamler para iniciar una investigación con dos parques emblemáticos de la costa central rosarina como objeto de estudio: el Parque España Sur y el Parque de las Colectividades.

En esta entrevista con La Gaceta, Daiana Zamler nos introduce en la psicología ambiental, y nos explica cómo desarrolla este novedoso trabajo en el ámbito del Laboratorio Experimental de Investigación en Diseño Biofílico, una iniciativa que es inédita en el país y en América Latina y que lleva adelante con un grupo de 20 estudiantes de arquitectura y docentes de la UAI.

—¿Cómo se aplica en la arquitectura y urbanismo el concepto de biofilia?

—Biofilia es un concepto biológico. Es la conexión filogenética que tenemos por haber surgido como especie de la naturaleza. Hay estudios que demuestran que ese vínculo sigue vigente en nuestro ADN. 

Y ahí es importante diferenciar entre sensación y percepción. La sensación es netamente física, y la persona tiene un rol pasivo. En cambio, en la percepción donde tenemos un rol activo (aunque mayormente sea inconsciente), se integran las sensaciones físicas con un proceso cognitivo en el que empezamos a relacionar aquello que percibimos del entorno con nuestro conocimiento previo.

Toda esta carga cultural genética que traemos impregnada empieza a activarse, además de las diferencias culturales que probablemente nosotros tengamos a nivel de la percepción del entorno respecto de otras personas que viven en otras culturas.

Hay distintos estudios que se fueron profundizando en la Psicología Ambiental, que lo que busca es comprender las relaciones y cómo se van formando los vínculos de las personas con el ambiente, las personas con el entorno, las personas con la arquitectura, con los espacios habitados, etc. 

En estos estudios, que muchos vienen de la década del 70 y del 80, se empezaron a descubrir distintas cuestiones. Una de ellas está referida a las propiedades constitutivas del entorno, y explica cómo distintas cualidades del espacio pueden generarnos distintas motivaciones a recorrerlo, a explorarlo, a habitarlo, a sentirnos atraídos por ese espacio.

Como un abanico amplio de la teoría de la Psicología Ambiental, el diseño biofílico va tomando distintos enfoques y los empieza a integrar para aplicarlos en una teoría de Diseño. 

Este amplio abanico de investigación que se aplica en Arquitectura, urbanismo y diseño de interiores, tiene un concepto interesante: el arousal, que es una activación exploratoria, nuestro deseo de explorar el lugar. 

Una de las formas de aplicación directa en el diseño biofílico es la diferencia entre un camino recto y un camino sinuoso. Si estamos haciendo un recorrido, cuando tenemos un camino sinuoso en el que no podemos ver en forma completa lo que hay al final del camino, nos genera una intriga. Y si vemos un pedacito pero no del todo, se genera una mayor motivación.

Hay varios estudios de la década del 80 que mostraron que en centros de salud, clínicas u hospitales psiquiátricos o sanatorios donde habían internaciones, las personas que tenían un acceso visual a un espacio verde, a vegetación, o a algo que remitiera a lo natural, tenían una mejor y más rápida recuperación que los que no la tenían.

El año pasado descubrí un documento publicado por una consultora en diseño estadounidense que se llama 14 patrones de diseños biofílicos, y fue algo revelador. En ese documento se clasifican, a partir de una revisión en evidencia científica, qué tipo de patrones tienen un impacto directo en la salud como reducción en los niveles de estrés, reducción de la presión arterial, efectos en diagnóstico de diabetes, de enfermedades cardiovasculares, en la concentración.

Siempre digo que hablar de biofilia, de mayor conexión con la naturaleza, no significa que llenar un ambiente con macetas sea suficiente. En el documento de los 14 patrones se trabaja en conjunto: uno puede elegir un paquete de patrones, porque dependerá si se trata de un edificio o de un espacio público. Pero es un conjunto de formas, de materialidades, de vegetación, de biodiversidad. 

Todas estas teorías plantean que la conexión con la naturaleza no se da sólo con elementos naturales sino que también con aquellos que, por determinadas cuestiones, tienen una reminiscencia con la naturaleza, ya sea por su forma, por sus texturas, por su materialidad, o por su diseño. 

—¿Al proyecto en el que trabajó Norman Foster en Dubai, Masdar City, lo ves como una experiencia efectiva en ese sentido o más como algo que podría derivar en un simulacro?

—Para haber llegado a los patrones de diseño biofílico, yo hice todo un recorrido de investigación teórica sobre el urbanismo, la producción espacial, cómo se producen y diseñan y desarrollan los espacios públicos, las lógicas y los intereses que entran ahí. Y, justamente, mi tesis de grado para recibirme fue sobre esa ciudad.

Una de las miradas que hago en ese trabajo sobre Masdar es que hay una contradicción, o un alerta, sobre los valores que atraviesan lo que llamamos “sustentable”. Quiero decir: ¿Es sustentable hacer una ciudad de cero? Y en esto de la relación persona-ambiente, es válido plantear qué conexiones culturales, emocionales, vinculares, tienen las personas con una ciudad implantada como una maqueta donde tienen que llevar habitantes, dónde no hay una historia.

Con la etiqueta de “cero emisiones de dióxido de carbono”, esas sumas ostensibles de dinero invertidas ahí, con las ciudades existentes y sus problemáticas y necesidades es, como mínimo, controvertido. Todo eso también significa ignorar la subjetividad de la persona con el entorno que habita, que de eso trata la psicología ambiental. 

—¿Cómo llegás a elegir como objetos de análisis a dos espacios públicos de Rosario como son el Parque de España Sur y el Parque de las Colectividades?

—Es todo un recorrido. Yo crecí en Rosario, me formé en Buenos Aires, y volví a mi ciudad en 2014. Siempre fui de observar lo que pasaba con la gente en los espacios públicos. Me atrae la vitalidad de los parques públicos, preguntarme qué relación hay entre el diseño del espacio y la vitalidad que tiene después, con su uso. 

Observando, me llamó la atención que mientras el Parque de las Colectividades estaba siempre desbordado de gente, el Parque España Sur (entre la escalinata y los galpones) pasaba todo lo contrario. Es algo que ocurría en la costa central rosarina, con dos parques emblemáticos, con una distancia entre ellos de no más de 800 metros. 

Y mi investigación para el doctorado se fue desarrollando en torno a ese interrogante. La decisión generó algo de controversia, porque me preguntaban cómo iba a evaluar ese fenómeno, con qué lo iba a medir. Y, en definitiva, fue una investigación que se fue construyendo en el hacer. 

Entre 2018 y 2020 hice un trabajo de campo sobre los dos parques que sirvió para tener información cualitativa sobre particularidades del diseño de cada uno de ellos y la relación con las formas de uso, flujos y actividades. Después entre 2020 y 2022 profundicé en teorías de la Psicología Ambiental, bajo la tutoría de Segi Valera de la Universitat de Barcelona, qué ayudaron a explicar gran parte de esas relaciones y cómo se construyen los vínculos con el espacio.

Cuando me empecé a preguntar sobre aplicaciones concretas de esta disciplina en la arquitectura es que doy con los 14 patrones de diseño que sintetizan la teoría y orientan su aplicación práctica. A partir de ahí es que surge una nueva pregunta sobre estos estos espacios públicos y es cómo serían si se aplican pautas de diseño biofílico. Esto llevó a la construcción del laboratorio experimental

—¿En qué consistió el trabajo de investigación?

—Hice la investigación sobre ese tema entre el 2018 y el 2020 con unos patrones de Jan Gehl, con una metodología aplicada. Inicialmente, con un trabajo de campo y observación directa, lo que hicimos fue ir observando y registrando qué relaciones había entre la configuración de esos dos espacios y las formas de uso. 

La psicología ambiental tiene mucho para aportar sobre la apropiación de los lugares, de los usos. Hay un concepto que habla de la apropiación dual: nuestra propia forma de habitar el espacio genera apropiaciones momentáneas que transforman el espacio en ese momento, y a su vez, el espacio en sí nos transforma a nosotros y a la forma en que nos apropiamos de los espacios. Es un vínculo recíproco. 

Los espacios que habitamos son constructores de la mirada que tenemos de nosotros mismos. Hay un concepto muy valioso especialmente en la realidad que vivimos: si vivimos en un espacio desvalorizado, deteriorado, sucio, inseguro (porque es riesgoso), afecta la valoración que tenemos de nosotros mismos. Hay una desvalorización de nuestra propia identidad por la mirada que nosotros tenemos y por la relación recíproca que tenemos con los espacios que habitamos.

En el caso de estos dos parques de la costa central medimos los flujos de las personas, qué actividades estaban haciendo. Hicimos mediciones en distintos días, horarios, y momentos del año. Observamos la accesibilidad, el transporte, hicimos encuestas. Todo eso nos dio la base del reconocimiento de algunos patrones del diseño de esos dos espacios que daban algunos indicios de por qué se daban esas diferencias tan contrastantes.

—¿Podés mencionar algunos de esos indicios?

—Sí, brevemente, puedo señalar algunos. Hay una cuestión casi geográfica; el parque de España Sur está con bordes duros, casi encajonado, y el otro parque está mucho más abierto en sus límites. 

Además la escalinata representa un corte, porque quien está arriba no baja generalmente porque cambia mucho lo que ve, y quien está abajo a veces no quiere o no puede subir. Y con ese “no puede” también fue un tema importante, porque yo nunca me había dado cuenta de que hay una rampa que te conduce a un primer tramo de la escalinata y después se corta, ahí queda. Es muy fuerte eso. 

También es llamativo cómo cambiaba esa situación los domingos cuando se abría la calle recreativa y se podía pasar caminando por el túnel, porque ahí empezaban a unirse los espacios de una forma totalmente distinta. 

Después, el Parque España Sur no tiene un solo baño, y el de Las Colectividades tiene uno, que es escaso, en Río Mío. Otro rasgo es que el Parque España Sur no tiene sombra. Tiene el playón, que es atractivo y es un ícono urbano, pero un día de mucho sol y calor es complicado, no tenés dónde refugiarte. 

Los juegos infantiles que tiene el Parque España Sur son inseguros. El tramo final del tobogán tiene una separación de unos 60 cm de la arena, y además está muy cerca del muro de ladrillos que rodea a los juegos. 

A partir de esta investigación, que dio un material para un mayor entendimiento sobre cómo funcionan estos parques en relación a su configuración inicial, cuando nos encontramos con el documento de los 14 patrones de diseño biofílico me pregunté cómo serían esos parques si se aplicaran esos patrones, qué cambiaría. 

Y así fue que me acerqué a la UAI y le planteé a los directores de la carrera si podía contar con algunos colaboradores para que me acompañen en el trabajo, y eso llevó a la construcción del Laboratorio Experimental, que fue algo impensado por el interés que generó.

El laboratorio tuvo una repercusión muy grande porque tuve un gran apoyo en la facultad, y sólo el primer día hubo 15 alumnos, y se generó esa modalidad de laboratorio como actividad extracurricular. Trabajamos entre septiembre y el fin del ciclo académico 2022, pero tuvo continuidad durante todo el verano. Ahora se sumaron dos docentes: Lorena Garabello y Verónica Peralta, que es nuestra asesora proyectual.

—¿Tenés la intención y las expectativas de que el trabajo del Laboratorio no quede en algo teórico y se concrete en alguna propuesta o iniciativa concreta para mejorar esos espacios?

—La experiencia en sí que estamos teniendo, con unas 20 personas y con profesores que se sumaron, en un trabajo que es colaborativo, ya es un montón. En este tipo de investigaciones que son más del orden de lo social y son muy teóricas, busco que no queden en eso.

Lo bueno es que el Laboratorio tiene una parte didáctica que permite que los estudiantes participen en algo que aporta a su formación profesional. Y después está la parte temática, que es innovadora, porque hasta el momento no encontramos registro en América Latina, salvo una experienia sobre diseño biofílico a nivel tesis de grado en Colombia.

Por otro lado, un aporte: decir, todo este trabajo de observación de dos parques de una ciudad que tiene un recorrido muy importante en lo que es el desarrollo, el diseño y la reproducción de los espacios públicos. Es una mirada, una experiencia. 

Tanto el diseño biofílico como la percepción diferenciada de la sensación, aislada de lo cognitivo, tiene que ver con resignificar la experiencia multisensorial que tenemos en las experiencias habitables, de recorrer, y experimentar lugares. 

Desde el Renacimiento, todo se volvió mucho más visual, y con la forma de vida actual, con el capitalismo, la globalización, la revolución tecnológica, llegamos a un predominio de lo visual, de la imagen. Los demás sentidos quedaron un poco escindidos. 

En la facultad de Arquitectura no se habla mucho de esto, de interrogarse qué siento, qué percibo sensorialmente más allá de lo que veo. La arquitectura no es solo visual;  hay temperaturas, sensaciones en la piel, está lo auditivo, lo olfativo. Y el diseño biofílico habla mucho de esto: de las sensaciones, de propiciar experiencias sensoriales. 

Una de las cosas que observamos en el Parque España Sur es que el agua del río está ahí nomás, incluso se puede ver en las rejillas, pero no tenés ninguna experiencia interactiva que te permita vincularte con el agua más allá de lo visual. El diseño biofílico trae propuestas de cómo vincularte con todo eso, no solo desde lo visual. Escuchar el agua, sentir unas gotas, refrescarte.

Se podría esperar que este trabajo nos habilite a poner en agenda otras miradas y discusiones que tienen que ver con las necesidades más intrínsecas del ser humano, que son la salud y el bienestar mental. Al fin de cuentas, es lo que a mí me mueve en la investigación: pensar qué cosas del diseño arquitectónico se traducen en bienestar físico y mental. Y me encontré con que hay muchísimo más de lo que yo podía imaginar.