La arquitectura como interfaz pedagógica: giro etnográfico con eje en las infancias

La arquitecta rosarina Florencia Fernández Méndez nos introduce en su trabajo de tesis doctoral financiada por el Conicet en el que aborda el modo en que la arquitectura influye en los procesos pedagógicos y lúdicos en niños y niñas. La utilización de herramientas investigativas de la etnografía, el Tríptico de la Infancia y su visita a Fano (Italia), donde vio plasmado los proyectos de Francesco Tonucci.

por La Gaceta

Florencia Fernández Méndez es arquitecta recibida en la UNR y desde 2019 trabaja desde el CURDIUR, en la FADyP, en una beca doctoral financiada por el Conicet que indaga en el vínculo entre arquitectura y pedagogía, tomando como eje de estudio la interfaz pedagógica de espacios educativos en niños y niñas recurriendo a la etnografía como un instrumento más de análisis espacial.

“A partir del trabajo junto a colegas y al acercamiento a distintas investigaciones realizadas, lo que hacemos es observar el rol que tienen los espacios, la arquitectura y los objetos lúdico-educativos como instrumentos de aprendizaje”, explica a La Gaceta.

Tomando como objeto de estudio distintos establecimientos escolares de la ciudad y los espacios que componen el Tríptico de la Infancia, Fernández Méndez avanzó en su investigación buscando desentrañar “cómo el encuentro entre los cuerpos y los dispositivos matéricos de esos ámbitos funcionan como instrumentos y colaboran en el proceso de aprendizaje de las infancias”. 

La presencialidad que supone el trabajo de campo -característica esencial de la metodología etnográfica- encontró un límite contundente para los propósitos de su tesis cuando a principios de 2020 irrumpió la pandemia del Covid 19 y las restricciones sanitarias destinadas a procurar el distanciamiento social impusieron el cierre de las escuelas.

La apertura paulatina de las actividades del Tríptico de la Infancia -al menos de sus espacios más ventilados- cuando las restricciones comenzaron a relajarse, lo convirtieron en su momento en uno de los pocos lugares de encuentro que tenían los niños y niñas de la ciudad, y permitió que, con la posibilidad de realizar trabajo de campo, la arquitecta encontrara la oportunidad para centrar su tesis en ese proyecto.

—¿Qué implica utilizar herramientas de la etnografía para investigar, desde una disciplina como la arquitectura, la interfaz pedagógica de estos espacios?

—Para desarrollar mi hipótesis hago trabajo de campo y estudio espacios educativos, culturales y escolares incorporando herramientas etnográficas tanto para el relevamiento cuantitativo como para el cualitativo. Es decir, la metodología utilizada para demostrar la hipótesis, es etnográfica.

Eso implica que vaya a los diferentes dispositivos, como en este caso son La Granja de la infancia, El Jardín de los Niños y la Isla de los Inventos para hacer allí relevamientos de observación participante y no participante, entrevistas y encuestas.

La idea es estudiar el espacio en diferentes escalas. En lo macro, ver cómo a nivel urbano, de alguna forma, ya hay algún tipo de interfaz pedagógica. Ya dentro de cada dispositivo ver cómo aparece la topografía y el paisaje, cómo se construye.

Y después, están los aspectos más arquitectónicos; cómo fue pensado el edificio y cómo los cuerpos y las personas empiezan a interactuar con ese edificio. A una escala intermedia están los dispositivos como La Máquina de Trepar o La Maquina de Volar, y a una escala menor, los objetos; donde el interés está en cómo esos elementos permiten procesos de aprendizaje a través del encuentro. 

En el Tríptico trabajo observando y conversando con niños y niñas de diferentes edades, con aquellos con quienes puedo tener una devolución con palabras de sus experiencias al visitar los dispositivos como también estudiando el uso del espacio de los más pequeños que empiezan a caminar. Me interesa analizar cómo recurren a la arquitectura como instrumento de acompañamiento en sus primeros pasos y desafíos motrices.

En esa etapa juegan un papel clave y colaboran con el proceso de aprendizaje algunas características como pueden ser la textura de una pared o de un piso, su temperatura. La arquitectura es un elemento que ayuda en ese proceso motriz, tiene un rol como interfaz educativa y lúdica, y también influye en lo cognitivo. 

El Tríptico tiene algo muy pensado en el diseño de una placa de armar un rompecabezas con el cuadro de un artista; entonces se aprende a partir de construir eso y las preguntas surgen a partir de esa elaboración. En el tríptico, además del juego, que está mediando todo, esos dispositivos materiales colaboran al hecho de que quienes los utilicen se hagan preguntas. 

Con la pandemia, los dispositivos del Tríptico fueron súper importantes porque propiciaron el encuentro en ese momento tan difícil para las infancias. Los chicos estuvieron alejados de sus compañeros, asistiendo al proceso educativo por medio de una pantalla y procesando situaciones difíciles a partir de la voz que los adultos les transmitían. Por eso considero que fue importante enfocar la investigación en esos dispositivos, que eran lugares con propuestas lúdico-educativas en los que podía desarrollar el trabajo de campo.

En las escuelas hubo un proceso de mirar hacia adentro para interrogarse sobre las situaciones espaciales de por qué no podían funcionar como hasta entonces y de los espacios donde se desarrollaban las diferentes actividades.

Se pensó e incluyó esos espacios otros que no solían tener en cuenta para las actividades curriculares, como los patios, los salones de uso múltiple, los corredores. Ese fenómeno obligaba a repensar los alcances de los espacios presentes en algunos establecimientos.  

—¿Qué nivel de desarrollo tiene el enfoque etnográfico en el ámbito de la arquitectura?

—Desde hace unos años se está empezando a desarrollar lo que se llama giro etnográfico. Desde las ciencias sociales empezó a haber una atención hacia lo espacial, que se llama giro espacial. El geógrafo Edward Soja empezó a incorporar instrumentos de la arquitectura y el urbanismo para entender ciertas cuestiones geográficas, filosóficas, antropológicas; y desde la arquitectura se empezaron a mirar otros instrumentos. Podemos decir que de esta forma se va constituyendo la interdisciplina.

La arquitecta japonesa Momoyo Kaijima trabaja los vínculos entre los elementos arquitectónicos y la ocupación del espacio, interesándose por la ecología que sucede alrededor de la arquitectura; por aquellos elementos que no son considerados como propios de la arquitectura, sino como ruidos utilizando el dibujo como herramienta necesaria para hacer conjugar “el diseño y las ciencias sociales”.

Lo que nosotros hacemos desde la arquitectura es proyectar o tratar de entender cómo funciona el espacio utilizando un enfoque etnográfico. Por un lado, yo proyecto desde ahí, a partir de hacer etnografía, y a su vez, estudio dispositivos como los del Tríptico de la Infancia a través de instrumentos etnográficos.

Es decir, la etnografía se puede utilizar desde la arquitectura desde distintas maneras; tanto como punto de partida a la hora de hacer un proyecto como para estudiar algo que ya está funcionando. A mí, la etnografia me da pautas para arraigar el estudio a un caso concreto. 

En el marco de un taller de tesis realizado en 2021 nos propusieron construir una línea de tiempo y yo hice una cartografía trabajando, como meridiano y paralelo, el tiempo y las ocasiones. En esa cartografía parto de propuestas de espacios de juego porque, de alguna manera, son experiencias que entiendo como macro de la experiencia del Tríptico de la Infancia.

En ese trabajo tomo los PlayGround que desarrolla (Aldo) Van Eyck y los primeros que hace Eric Mc Millan en Canadá como experiencias significativas de lo que yo estudio del Triptico. Y, después, voy trabajando actores, experiencias y publicaciones en el tiempo y contexto en que fueron apareciendo.

Yo estudio mucho la teoría del actor-red de (Bruno) Latour para trabajar entidades, personajes y situaciones en etnografía. De ahi que en la cartografía intenté plasmar la idea de «tejer» -al estilo de Latour- personajes, ocasiones espaciales, publicaciones y legislaciones, dándole entidad a cada una de ellas como «actores».

—¿Cómo analizás el rol que ocupa la arquitectura, el diseño de mobiliarios y la disposición espacial de objetos, en el crecimiento y desenvolvimiento de los niños en los espacios que estudias?

—En el crecimiento de los niños y niñas, la arquitectura va acompañando. El escalón de una escalera, que era un desafío al principio, luego es un juego y los comienza a bajar de dos en dos. La escalera es un dispositivo que ayuda a los niños, niñas a aprender a caminar, a subir y bajar, encontrando y superando dificultades. La escala que tiene un escalón puede modificar esos desafíos.

Lo mismo pasa con la textura o la temperatura de los materiales cuando los niños y niñas los tocan son cualidades que estimulan. Y también con la altura de las ventanas; lo que pueden ver a través de ellas, si se pueden asomar, si se pueden agarrar de ellas para utilizarlas como barandas.

Elementos que son funcionales para nosotros, tienen otro rol y otro valor cuando lo ves desde la perspectiva de un niño o niña, por eso los entendemos también como instrumentos lúdico-educativos. 

—¿Y cómo fue tu acercamiento a este enfoque y como fuiste involucrándote en el estudio de la interfaz pedagógica de espacios destinados a la niñez?

—Cuando en 2016 yo me recibo de arquitecta, ya me encontraba haciendo en la FADyP una investigación con una beca de Iniciación a la Investigación. Ahí empecé a indagar sobre la experiencia de Escuela Nueva, un paradigma donde el niño y la niña tienen un rol central, con toda la pedagogía y la arquitectura quitan la centralidad que tienen los adultos para priorizar a los alumnos y alumnas, esas personas que están aprendiendo.

Tres años después empiezo con la beca doctoral y junto a mi directora de investigación, la arquitecta Daniela Cattaneo, aplicamos algunas inquietudes teóricas a dos experiencias educativas existentes de la ciudad de Rosario. Por medio de docentes de la Escuela de Ingeniería Civil tomamos contacto con una maestra del Jardín de Infantes Nº 46 “Dr. Albert Schweitzer”,en la zona oeste de Rosario, y de miembros de la Comisión Directiva de la Biblioteca Popular Juan Bautista Alberdi, que necesitaban contar con asesoramiento para realizar algunas reflexiones de transformaciones espaciales. 

Ahí empezamos a entrevistar a antropólogos y sociólogos que nos fueron capacitando. Luego, a partir de consolidar un proyecto de extensión arraigado en la Escuela de Ingeniería Civil llamado «Diseño y espacio educativo», hicimos un trabajo con estudiantes de arquitectura, de diseño gráfico, de comunicación e ingeniería civil, a partir de relevamientos cuantitativos y cualitativos en la biblioteca y en el jardín de infantes.

En el jardín dimos una posibilidad espacial para que colabore en el proceso de aprendizaje y juego; hicimos exploración en el territorio desde lo lúdico, y presentamos elementos de desafíos motrices. La etnografía también tiene esa cualidad: si bien hay observación, también hay espacios de encuentro y de juego para conocer cómo se usa o cómo se podría usar los espacios.

Y en la biblioteca realizamos, entre otros ejercicios, una visita guiada por niños-niñas usuarios de la Biblioteca en la que recorrimos todo el espacio reconociendo en sus palabras las apreciaciones y reflexiones. Era recorrer el espacio a través de la mirada de ellos. Ellos identificaban necesidades, problemas, multiplicidad de usos en diferentes tiempos. Lo mismo realizamos luego con adultos para conocer sus percepciones y lograr entender, junto con las observaciones no participantes y las entrevistas, cómo se apropiaban del espacio y el rol que tenía el mismo en el uso cotidiano.

Había momentos en los que la biblioteca no podía funcionar como tal porque se iban afectando los sonidos que llegaban de las áreas donde se hacían talleres. A partir de observar cómo funcionaban esos espacios estando en el lugar y viendo cómo se desarrollaban las distintas actividades, hicimos diferentes gráficos y acercamos algunas sugerencias de posibles transformaciones espaciales para que ellos puedan comenzar a imaginar nuevas situaciones que nacían de dicha singularidad. Consideramos importante entender en estos ejercicios de extensión a la Universidad en tanto consultora privilegiada y la apertura del encuentro de estudiantes de diferentes áreas con problemáticas existentes.

—¿Cómo fue tu experiencia en algunas ciudades de Europa?

—Fue muy enriquecedor ese viaje. El año pasado, a partir de una beca del Ministerio de Educación y Cultura de la Provincia hice una investigación para la tesis doctoral y estuve en Italia, pudiendo contactar a gente vinculada a la experiencia del psicopedagogo y dibujante Francesco Tonucci.

Junto a una coordinadora visité la ciudad de Fano, que es donde Tonucci desarrolló su proyecto Ciudades de Niños y Niñas, lo cual fue invalorable para mi investigación sobre el Tríptico de la Infancia. Al estar allí uno observa la escala de una ciudad como Fano, que es diez veces menor que Rosario, y cómo Tonucci logró que sus proyectos se apliquen y funcionen.

En el gobierno de Fano hay una funcionaria encargada de las políticas educativas urbanas, y todas las decisiones que se toman en el Consejo de niños y niñas, ella las incorpora para transformaciones urbanas de la ciudad. Esas ideas se concretan y los niños lo pueden ver en un corto o mediano plazo. Es decir, la puesta en práctica de esos proyectos los ves en la ciudad.

Aquí en Rosario hubo una experiencia similar en los procesos de participación ciudadana de la Municipalidad que se inició con la descentralización. Por eso, ver en primera persona la experiencia de Fano me sirvió para entender muchas cosas que se hicieron en Rosario en cuanto a políticas destinadas a las infancias.

Hay que destacar que en Fano hay una mayor facilidad para concretar esos proyectos, por la escala y por la organización que hay en el gobierno. Visité la Municipalidad y me encontré con el intendente y vi las políticas urbanas públicas que surgen del Consejo de Niños. Y luego, vi en la ciudad ciertas transformaciones que se concretaron y que surgieron de esas propuestas.

En Fano hay un día en el que los niños y niñas van solos a la escuela, entonces los autos dejan de funcionar por ciertos lugares. Para eso se diseñó un mapa que indica el camino, y en algunas esquinas se apostan padres, madres y personal del Estado para colaborar en el funcionamiento de ese dispositivo.

También estuve en Madrid visitando una escuela infantil municipal (lo que aquí llamamos jardín de infantes) donde se incorporan algunas prácticas pedagógicas que nacen del análisis de experiencias escolanovistas, como es el caso de la pedagogía Reggio Emilia.

En esa escuela el espacio juega un rol central, y los maestros y maestras, atelieristas (artistas que  participan de la construcción de propuestas y proyectos lúdico-artísticos-educativos que se incorporan a la currícula integrados a otras clases) van modificando el espacio a partir de identificar necesidades de los niños y las niñas y haciendo también, salidas a la ciudad.

De ese modo, los niños y niñas conocen el territorio desde que son bebés y hacen salidas en grupo, ya sea de la mano de la maestra o en cochecito. En ese encuentro con el territorio vemos semejanzas a las experiencias que realizaban aquí en Rosario las hermanas Olga y Leticia Cossettini.

Las transformaciones que se hacen del espacio arquitectónico en dicho jardín surgen a partir de observar cómo los niños adquieren nuevas habilidades motrices, cómo avanzan en sus procesos de psicomotricidad y allí es donde vemos en un caso concreto cómo el mobiliario y distintos elementos constitutivos del espacio son modificados por los adultos a partir de la actualización de desafíos motrices y cognitivos.