Pantarotto: escritura, docencia y pulsión creativa en tiempo presente

El reconocido arquitecto rosarino Augusto Pantarotto anticipa a La Gaceta algunos detalles del libro que escribió y que espera editar en breve con la intención de legar algunas experiencias a las nuevas generaciones de profesionales. La charla deja interesantes reflexiones sobre el rol de la creación y la búsqueda de la belleza. “El análisis es metódico, pero la creación tiene que ser libre. Si vos sos rígido, no te permitís explorar”, dice.

por Sebastián Stampella

El libro está sobre la mesa. O, mejor dicho, el futuro libro, porque la evolución de la nueva obra del arquitecto Augusto Pantarotto es, por ahora, una promesa que se deja ver en hojas A 4 escritas a mano, con tachones y correcciones, separadas en capítulos y abrochadas con clips de colores.

«No tengo el título y todavía me falta definir algunos detalles», dice Pantarotto mientras invita a tomar asiento y comenzar la charla con La Gaceta en el departamento donde vive, en un edificio de su autoría ubicado en el pintoresco tramo de Urquiza al 800, a metros de Pasaporte.

—¿Cómo es el libro que estás escribiendo?

—Estoy escribiendo un libro sobre arquitectura, más que nada sobre enseñanzas. Faltan algunas cosas por resolver. Entre ellas el título, que no lo tengo decidido. Quiero agregarle fotos de mis obras también, entonces la idea es que venga en una caja con dos tomos, y que uno de ellos sea con fotos de mis obras. Yo siempre fui docente, me gusta enseñar. Y también fui secretario de Planeamiento de la Municipalidad. Así que tuve que conocer las reglamentaciones, que son datos para proyectar. Entonces, en este libro aparecen las experiencias mías en esos ámbitos.

Yo siempre escribí, sobre todo en la parte docente. Escribía todo lo que quería comunicar. Y además yo creo que una persona no puede dar recomendaciones sobre cómo se procede ante una determinada cosa si antes no la practicó. La facultad está llena de profesores que no han construido nada.

Hay anécdotas personales referidas al aprendizaje propio y a cómo transmitirlo. Analizo obras de otros, hablo de maestros de la arquitectura moderna que son reconocidos y son nuestros más próximos antecesores. Y también hablo del Renacimiento, por ejemplo. 

El libro prácticamente está terminado. Lo estoy corrigiendo, ajustando detalles más literarios. Yo no quiero que ningún editor cambie mi manera de ser ni que me disfrace de otro. Quiero ser yo, aparecer de una forma genuina. 

—¿Y esperás que este libro sea un legado para las nuevas generaciones de profesionales de la arquitectura?

—Sí. Y es por eso que el tema de la distribución es algo que me preocupa, porque yo pienso que al libro hay que venderlo. Porque yo escribo este libro pensando en los alumnos de los últimos años de la carrera de Arquitectura y en profesionales recién recibidos. Yo quiero que tenga llegada a ellos. Y para que llegue a sus manos, el único vehículo que conozco es la venta. Una posibilidad es que se venda y distribuya por medio de las sociedades de arquitectos de todo el país.

—El proceso de escritura de este libro te debe haber obligado a hacer una retrospectiva de tu obra construida. De ser así, ¿Te disparó alguna reflexión que puedas compartir?

—Sí, pero ese es solo un aspecto respecto de los resultados de mi obra, de mi vocabulario. Mi búsqueda no es esa. Es que creo que la verdadera columna vertebral de la arquitectura son los conceptos y las actitudes, que no son sólo la parte formal, sino lo que vos pensás sobre esas cosas.

Los conceptos son ideas que pueden ser tuyas o que vos adoptaste de otros. Y las actitudes son las conductas con las que vos enfrentás las cosas. Aprendiendo ese tipo de cosas, vos ya estás capacitado para hacer otras, no para hacer los pocos proyectos que desarrollás en la facultad. 

—¿Más que mostrar y analizar tu propia obra, te interesa centrarte en la idea primaria, en el proceso interno y en los procedimientos?

—Claro. Me refiero a que uno proyecta obras con pensamientos que tiene sobre el proceder, la idea fundadora y la actitud con la que la enfrentás. Se trata de la pujanza, la fuerza, la continuidad. Hay que ser un poco cabezón. Yo he analizado sobre mi propia experiencia cómo procedo cuando proyecto.

Al hablar de arquitectura uno da vueltas y vuelve siempre a los mismos conceptos. De eso se trata el libro: de la transmisión de ese conocimiento, que surge de la acción de proyectar y de mi propio modo de hacerlo. 

En este libro hay un análisis, y el hecho de racionalizar para comunicar ese análisis es lo que me permite analizar a partir de mi propia experiencia. Pero no es un procedimiento lineal. La intuición es un salto hacia adelante. 

Un matemático dice “ahora que tengo la solución, tengo que encontrar el camino lógico que me condujo a ella, el procedimiento”. Hay que enseñar un procedimiento. Hay que saber cómo pensamos para poder manejar la mente como un instrumento. 

¿Qué lugar ocupa en tus obras la búsqueda de la belleza en relación a los otros atributos que debe tener un proyecto arquitectónico?

—Yo siempre fui empujado por lograr una obra bella. Y esto parece algo cursi por como suena, pero la belleza es parte del vocabulario. Es un mensaje a personas sensibles. Hay que desarrollar en la enseñanza la sensibilidad, porque es lo que te permite evaluar tu propia obra: la observación, la racionalidad, pero también la sensibilidad. 

Vitruvio decía que una obra tiene que servir, durar y gustar. Es decir, que sirva para las funciones, que esté bien construido, y que sea bello. Los arquitectos siempre tenemos inclinación por la belleza, pero no se habla mucho de la belleza; se refugian en lo construido y en lo funcional. Pero la tercera pata es la belleza que vos tenés que tratar de transmitir con la materialización de tu obra. Que dure, es una necesidad para el hombre.

Si bien es cierto que una obra funcional y bien construida no siempre es bella, una obra bella siempre es funcional y bien construida. Esto es así porque en arquitectura, una obra, para que sea realmente bella, tiene que servir. Distinto es un cuadro, que no tiene una funcionalidad más que el placer de verlo. 

La arquitectura tiene esa cosa de servir, de poder vivir en esos espacios. Le Corbusier decía que la técnica es la base del lirismo. Vos podés construir los espacios con una tecnología y una constructibilidad, y siempre es tridimensional. Es una manera de pensar como actitud para la adquisición de conocimiento.

La curiosidad genera la observación, y la observación genera conclusiones que uno después va acumulando. Los arquitectos modernos se valen de las nuevas tecnologías, se manejan con eso. Pero el placer de dibujar en un papel en blanco te da el tiempo necesario para pensar. 

La computadora, con su velocidad compulsiva, hace más difícil ese proceso. Sí es un procedimiento bárbaro para el después, para la elaboración de todos los planos que hacen falta, pero no para el momento de la creación. Los primeros croquis, los más espontáneos, son el pensamiento dibujado. No hay pensamiento sin imágenes. 

Y después, todo depende de la voluntad de cada uno. Yo hablo de la voluntad de la transmisión, y de que el receptor reciba lo que busca el emisor. Dos personas que miran lo mismo, no dibujan lo mismo. Porque dibujamos con lo que sabemos, no sólo con lo que vemos. 

—Y ahí es cuando el background, el bagaje que el profesional va acumulando, hace la diferencia…

—Claro, porque la mente humana es como una computadora, que está cargada desde que nacemos y se nutre con experiencias. Cuando empezás a estudiar en la facultad, ya has vivido tu vida en casas, departamento, sabés de qué se trata habitar. Entonces, conocés mucho más de lo que suponés.

Para poder manejar el conocimiento, tenés que conocerlo. Se trata, primero, de reconocer el hecho de que sabés más de lo que creés, y de no dejar que te abrume tu propia ignorancia. Y con esa posición estás mucho más libre y abierto.

Nosotros, siendo arquitectos, leemos un libro, una novela, y podemos sacar conclusiones arquitectónicas. Porque la persona que escribe es alguien que ha vivido y, sea como sea, escribe sobre la vida. Y la arquitectura es sobre la vida. Lo que leas te puede resultar disparador para una idea, o coincidir, o explicar en mejores palabras algo que no sabemos decir. 

El acto de proyectar requiere un rizo de acción que es análisis, síntesis y evaluación. El análisis es metódico, pero la creación tiene que ser libre. Si vos sos rígido, no te permitís explorar. Porque después viene una evaluación que será rigurosa, pero el acto creativo tiene que ser libre. 

La naturaleza y la historia son lentas en su evolución, aunque existen inventos que son un salto adelante, hacia el futuro, pero los arquitectos tenemos que proyectar para la vida actual, no para el futuro. Trabajar con lo que te produce tu tecnología para los hombres que viven en tu actualidad, sos actual. 

—¿Y qué opinás de las obras arquitectónicas consideradas como disruptivas respecto de su entorno o de su tiempo?

—El arquitecto (Franck) Gehry es reconocido por la crítica y hace obras importantes y llamativas, con una forma que yo no me explico cómo las puede imaginar sin ayuda de una computadora. Hace unas construcciones que, sueltas en medio de una ciudad, puede ser un atractivo visual que puede resultar tan valioso como una fuente de Bernini en el medio de Roma.

Pero cuando ese hombre hace una obra en el medio de Viena, entre edificios que mantienen una identidad, que respetan proporciones, rompe con el orden con un edificio que parece que le hubieran pegado una patada en el zócalo y que se retorció todo.

Entonces, mi conclusión es que ese tipo no pensó en la ciudad, no le importó lo urbano. La calle, que es una red urbana por la que circulamos todos, está hecha como los espacios. La obra debe estar en relación con el entorno. 

La obra debe respetar lo urbano, que siempre es protector. El muro siempre ha sido protector a lo largo de la historia: para la vida, para las calles de ciudades muy antiguas. Esas obras como las de Gehry se construyen para conservar un prestigio, su propio prestigio. Pero por suerte, hay muchos arquitectos que no son así.

—¿Qué pensás de las nuevas generaciones de arquitectos de Rosario y qué aporte creés que puedas hacer con este libro que estás escribiendo?

—Yo no sé cómo se la rebuscaron, pero el nivel de la arquitectura en Rosario ha mejorado. Hay grupos de arquitectos jóvenes que están preocupados por su propio hacer. Cómo será la línea de su crecimiento, si se pueden desviar luego, no lo sé.

Espero que este libro sea como un tutor para el árbol que tiene que crecer derecho. Yo describo características que tiene que cumplir el árbol; que tiene que tener un tronco, ramas, hojas, flores. Es una descripción. Después, cada uno se hará una imagen del árbol. 

En todo caso, lo que quiero que quede claro como en la transmisión de mis experiencias es que el análisis es metódico, la creación es libre, y la valoración es rigurosa. En eso consiste cada rizo de decisión.