“No hay mayor seguridad que una ciudad integrada, que conquista la vida pública»

El arquitecto y urbanista colombiano Jorge Pérez Jaramillo pasó por Rosario y dio una interesante charla en el auditorio que comparten el Colegio de Arquitectura y Urbanismo de la Provincia de Santa Fe (CAUPSF) y el Distrito 2 Rosario. Allí, repasó su experiencia en la notable transformación urbana y social de la ciudad de Medellín y del área metropolitana del departamento de Antioquia. En diálogo con La Gaceta, Jaramillo analizó el aporte que determinadas políticas públicas con eje en la arquitectura y el urbanismo pueden hacer a la ciudad de Rosario para superar problemas como los de la violencia y la desigualdad social.

por Sebastián Stampella

El arquitecto y urbanista Jorge Pérez Jaramillo nació y se crió en Medellín, Colombia. Además de una vasta carrera académica e investigativa, cuenta en su haber con un paso por la gestión pública como director de Planeación de esa ciudad del departamento de Antioquia entre 2012 y 2015, incluyendo un período como Alcalde encargado en mayo de 2013.

Su participación en la profunda transformación urbana que experimentó Medellín en los años 2000, con un inédito despliegue de acciones y dispositivos que produjeron mejoras significativas en el transporte, los servicios públicos, la participación y la integración social, lo ubican como una voz autorizada para explicar las claves de ese proceso al que urbanistas y funcionarios de Planeamiento de gobiernos locales miran como una fuente de inspiración para superar problemas como la violencia derivada del narcotráfico y la desigualdad social.

Invitado por el Colegio de Arquitectura y Urbanismo de la Provincia de Santa Fe (CAUPSF) y el Distrito 2 Rosario (CAU D2), la semana pasada Jaramillo visitó la ciudad de Rosario y dio una charla en el auditorio de la sede de calle Belgrano. La conferencia contó con la organización de ICLEI Argentina “Gobiernos Locales para la Sustentabilidad” y la Diplomatura en Movilidad Urbana de la FCEIA.

Antes de la exposición de Jaramillo, los presidentes del CAUPSF, arq. Rubén Palumbo; y del CAU D2, arq. Ariel Giménez; destacaron la trayectoria del invitado y manifestaron el interés que representa para los y las profesionales de la arquitectura y el urbanismo local acceder, de primera mano, a su experiencia en la gestión del área metropolitana de Medellín y Antioquia, y a sus reflexiones sobre el territorio.

«A diferencia de otras veces que estuve en Rosario, esta vez percibo cierta sensibilidad frente a los problemas que aquejan a sus habitantes. Noto a la gente agobiada, observando que no se está reaccionando ante esos problemas. Esto puede ser el acicate para comenzar a reaccionar», comenta Jaramillo a La Gaceta antes de comenzar esta entrevista.

Y agrega: «Yo creo que los grandes cambios que espera la humanidad vendrán de los gobiernos locales, porque son los que pueden cohesionar comunidades de manera directa y real».

—Al cierre de la charla que diste en el Colegio señalaste que el principio de solución para muchos de los problemas sociales que hoy padece Rosario está en la capacidad de desplegar acciones a largo plazo que se asuman como políticas de Estado, con un propósito común que requiere de un entendimiento político. Ya de arranque, suena a utópico…

—Es que yo creo que debemos entender, o re-entender, la política y lo político. La política es de la sociedad, y hemos reducido la política a la estructura electoral y a la clase política que está en ese sistema. Pero la participación ciudadana y la construcción colectiva es, por esencia, un hecho político. Y la ciudad es una construcción política. Entonces, cuando hablamos de desarrollo territorial, de desarrollo urbano, incluso de arquitecturas públicas, estamos hablando de un ejercicio en el cual la base esencial es el entendimiento político del propósito.

Y eso implica que debemos construir acuerdos, tener un inmenso proceso de diálogo colectivo, y que no sea un discurso vacío. Es que, a fin de cuentas, formal o informalmente, con orientación estratégica o con improvisación, la ciudad siempre es un propósito colectivo. Yo creo que no hay que desalentarse; todo lo contrario: la más fuerte postura de optimismo es la crítica y el reconocimiento de los problemas. Una sociedad que reconoce sus problemas y elabora y formula hipótesis de solución y cambio, es una sociedad optimista que apuesta al futuro.

La mejor manera de crear un hábitat seguro para la humanidad es hacer una buena ciudad».

Rosario es una ciudad fantástica, siempre lo digo. Tiene problemas, claro, pero tiene dos cosas que la hacen extraordinaria. Por un lado, tiene un enclave geográfico y natural que los mismos rosarinos conocen pero no valoran lo suficiente, y por el otro, tiene un gran capital humano, porque su gente quiere a la ciudad y tiene amor por sus valores de tradición.

Yo creo que hay que potenciar eso, relanzarlo con un sentido crítico y capacidad de diagnósticos adecuados, pero sobre todo, con cohesión por el futuro. Hay que entender que el mayor propósito colectivo que puede existir es construir una buena ciudad. 

—La escalada de violencia que en los últimos viene padeciendo Rosario a raíz de la disputa territorial del negocio del narcotráfico hace que hoy dejemos de lado los pudores y tomemos a Medellín como referencia para aprender su resiliencia. Aunque sería simplista y erróneo suponer que exista una receta para traspolar de una ciudad a la otra, ¿Qué acciones considerás viables para revertir este fenómeno?

—Yo creo que casi cualquier sociedad del planeta, incluso en los contextos más críticos, si es capaz de apostar por un proyecto de futuro colectivo de largo plazo con adecuado liderazgo y adecuadas priorizaciones, puede cambiar cualquier realidad.

Lo que nosotros vivimos en Medellín implicó reconstruir la economía, el tejido social, el escenario físico y urbano de la ciudad, y reemprender el camino. En los últimos 30 años construimos democracia, instituciones, políticas públicas, que eran cosas que no existían, pero sobre todo construimos cohesión social alrededor de una cantidad de procesos que no existían.

Si allá se pudo, con una economía débil, y con indicadores extremadamente críticos comparados con los de una ciudad como Rosario, uno concluye en que nuestras ciudades necesitan arreglos políticos, sociales e institucionales para lanzar propósitos compartiendo la agenda. 

La agenda está planteada. Las Naciones Unidas proponen los objetivos del desarrollo sostenidos y la nueva agenda urbana; y la CGLU (Ciudades y Gobiernos Locales Unidos) propone un pacto por el futuro de la humanidad. Es decir, hay referencias y bases conceptuales y teóricas de la construcción global que están ahí, y lo que hay que hacer es activar a la sociedad y llamar a entender a la política desde su grandeza; pasar de la política electoral a la política por el futuro de la sociedad.

Rosario tiene una inmensa oportunidad. Desde afuera nosotros valoramos algo que ustedes normalizan, y es el nivel educativo, el capital social que tiene el país, que permite cosas muy fuertes. Pero eso requiere adecuados liderazgos, consensos políticos y transformar las dinámicas. Lo que pasó con la selección de Scaloni funciona como ejemplo. Ustedes tienen una historia de buen fútbol, pero les faltaba la capacidad de cohesión sobre objetivos, de unión, de pasar páginas de algún error y seguir adelante.

Un urbanista canadiense, Bren Toderian, me dijo una vez: “No me vas a decir que ustedes superaron esas tasas de homicidios y de muertes violentas y no van a ser capaces de dar el salto cualitativo para una movilidad sostenible para un espacio público de calidad». Lo mismo les digo yo a ustedes, que superaron dictaduras y otros procesos. Cómo no van a ser capaces de capitalizar los inmensos atributos que tiene esta sociedad. 

—¿Creés que la arquitectura y el urbanismo pueden convertirse en la punta de lanza de políticas transformadoras que, entre otras cosas, reduzcan los niveles de violencia e inseguridad con los que convivimos en Rosario?

—Yo creo que lo primero que no debería ocurrir es simplificar el concepto de inseguridad. La sociedad contemporánea tiene la costumbre de que, como nos superan los problemas, los simplificamos para ser capaces de abordarlos. Ante problemas tan complejos como la inseguridad, que nos genera miedo, que afecta la vida de las comunidades -porque la seguridad no es solo atracos y robos sino que cuesta vida- el miedo que eso genera es uno de los factores con los que juegan los actores de la inseguridad.

La seguridad es un concepto integral. Yo he abordado un concepto que va más allá, el concepto de las ciudades saludables, trabajando con grupo de investigadores de varios lugares del mundo, que estamos abordando a la ciudad como propósito estructural de la vida en términos de prevención de los males que puedan generar problemas de salud mental, física y ambiental, y la mejor manera de producir salud pública es hacer buenas ciudades.

Y la mejor manera de crear un hábitat seguro para la humanidad es hacer una buena ciudad. Con esto quiero decir que hay que tener acciones inmediatas. Hay un asunto que es el control territorial, que reclama la presencia de los organismos del Estado. Pero el control territorial no sólo es la presencia de la Policía o el Ejército. Control territorial es salud pública y educación, iluminación, cloacas, acueductos, gestión de residuos, transporte público y accesibilidad e integración social en todos los niveles más presencia estatal, de control urbanístico, ambiental, y control de la delincuencia, entre otros aspectos.

La estructura de las democracias civilizadas plantean que tiene que haber una regulación del Estado, una especie de control y cuidado de ese pacto ciudadano que significa la estructura de derechos y deberes que es la sociedad. Yo diría que no hay que caer en el simplismo de decir, como tengo una alta tasa de homicidios por habitantes necesitamos fuerzas militares y seguridad. Esa seguridad es válida, pero siempre entendiendo que la ciudad es un espacio de vida.

En Medellín tuvimos debates interesantes sobre la inseguridad, planteando si lo que había que hacer era poner rejas y vallas, o si había que derribar muros y cercas y vallas para crear escenarios de convivencia con existencia de integración social. Yo abogo por esta última opción.

Ahora en Medellín tenemos un problema muy estructural en el centro histórico de la ciudad, en la antigua Alcaidía, que es donde opera el Museo de Antioquia, el más importante de Colombia, donde el maestro Fernando Botero donó sus esculturas y se creó una plaza. La Alcaidía actual decidió cerrarla con vallas de la Policía. Eso genera un debate, porque significa negarnos a vivir como colectividad.

Mi recomendación es convocar al pensamiento conjunto, desde múltiples dimensiones, y entender que la seguridad es colectiva. Y lo que hace más segura a una sociedad es que haya confianza, y eso se consigue entre los diversos actores de la sociedad, entre los diversos liderazgos. Las comunidades de base suelen tener sus propios liderazgos, y cuando encuentran caminos de interlocución con las agencias del Estado, con los servicios sociales, empiezan fácilmente procesos de construcción conjunta de soluciones.

No hay mayor seguridad que una sociedad cohesionada, que una sociedad que conquista la vida pública, que se integra en la ciudad. Yo apostaría por eso. Alguien podría decir, claro, pero no podemos esperar a que lleguemos al 2030 con los objetivos de desarrollo sostenible para que haya seguridad en Rosario porque necesito que no me maten mañana.

Y sí, es complejo. Pero hay que abordar el fenómeno desde esa complejidad con estrategias de corto, mediano y largo plazo. Es decir, tener acciones concretas e inmediatas, pero no quedarse con eso, porque si no resolvemos las bases que alimentan esa deriva de inseguridad, no se va a resolver nunca. 

—La desigualdad social y la consiguiente dificultad para acceder a una vivienda digna por buena parte de la población es un problema recurrente en los grandes centros urbanos. En cuanto al rol del Estado en la planificación de políticas públicas de hábitat, vos hacés una distinción entre la vivienda social y la política social de vivienda. ¿Podés explicar qué implica esto? 

—Nosotros hemos vivido en Medellín una apuesta por la inclusión social, por superar brechas, por pasar la página de barrios precarios en las periferias, muy segregados y excluidos de la vida comunitaria y colectiva. Tuve la oportunidad de ir a Sudáfrica y alguien de allí dijo en una conferencia “el apartheid sigue vivo”. Y explicó que la estructura territorial y la forma en que se construyeron los guetos y los barrios periféricos prevalecen. Porque, aunque hoy allí existen sistemas de transporte público, no son metros de alta velocidad o de gran capacidad, entonces las personas que surgieron en el apartheid racial, viven en un apartheid territorial.

Si pensamos en los Fonavi, como hay acá, vemos que son periferia. No es que las ciudades no deban expandirse, pero no puede ser que el único mecanismo para ofrecer alternativas de viviendas para las personas más necesitadas sea siempre periférica.

Y, siempre, es bajo el teórico argumento de que es tierra barata. Porque en esos suelos, el primer costo es, efectivamente, la tierra, la infraestructura y la construcción de los edificios. Pero después hay que hacer todo el sistema de equipamiento social; escuelas, centros de salud, equipamientos de policía, de justicia, sistemas de transporte, parques y espacios públicos. Normalmente no hay dinero ni la prioridad suficiente, y entonces o no llegan o llegan gradual y tardíamente.

Entonces, lo que termina por ocurrir son dos cosas. Una, es que los costos que no tenías los vas pagando a lo largo del tiempo con creces, a veces duplicando el costo de la urbanización. Y la otra, es que son comunidades que tienen una sociedad y una ciudad incompleta, precaria; tan precaria como la de la propia urbanización informal.

Y lo que vemos es que los líderes políticos de esos proyectos están un tiempo y ya no están después. Entonces esto es muy complejo. Yo lo que defiendo es que, hay herramientas financieras, técnicas y políticas de gestión del suelo, de las ciudades, que puede generar la posibilidad de hacer una política más integral, una política más completa que sea, además, una política social de gestión del hábitat.

Cuando vives aislado en un country o en una parcelación campestre tienes mínima interacción social, con lo cual tienes mínima convivencia, y probablemente tengas menos seguridad».

Y esto, entendiendo al hábitat no sólo como el habitáculo-vivienda, sino del tejido de espacio público, e incluso la creación de comunidades con arreglos comunitarios y sociales que permitan crear cierto nivel de orden, de derechos y deberes para que sea una sociedad viable.

En Medellín tuvimos un proyecto bellísimo, que es el complejo multifamiliar “La Playa”, justo enfrente del museo Casa de la Memoria, que fue premio de la Bienal de Arquitectura. Y es una vivienda popular, en una antigua fábrica, y es abierto, y es de calidad. Creo que tenemos cierta pereza por asumir la complejidad. Creo que tenemos que tomarnos en serio los asuntos serios; y la vida en la ciudad es un asunto serio, del cual derivan muchas oportunidades políticas, económicas y de coexistencia social.

Y otro asunto serio es la agenda frente al cambio climático, que solo se va a resolver si hacemos mejores ciudades. Si uno no entiende que crear ciudades completas, con un hábitat integrado, que genera sociedad y comunidad, con polimodalidad de transporte, no hay viabilidad posible.

—¿Considerás válido apostar a una mayor densificación de la trama urbana de Rosario para mitigar los inconvenientes que se vienen registrando en la periferia de la ciudad, sobre todo en algunas localidades del área metropolitana, con el desplazamiento de habitantes que eligen esas zonas para vivir? 

—Yo soy un defensor de la ciudad compacta, densa, en contraposición a la ciudad expandida hacia la periferia. Por muchas razones. Una de ellas es que el motor del cambio climático es la ciudad, las urbanizaciones. Somos el continente más urbanizado de América Latina, y eso es una buena noticia, porque su población está concentrada en comunidades urbanas.

Pero en la Argentina, como hay suelos planos y disponibles, está la tendencia de ir creciendo la ciudades creando estas huellas urbanas que son ciudades que dependen de movilidad con combustibles fósiles mayoritariamente. Y no es solo eso, sino otros niveles de consumo de energía, impermeabilización de suelos, desplazamiento de fauna, desplazamiento de flora, destrucción de bosques, intervención sobre los sistemas de agua.

En este sentido, la ciudad compacta es mucho mejor que la ciudad difusa porque no sólo permite que la huella y el impacto sobre los recursos naturales sea menor, sino que además el ecosistema urbano es el mayor y mejor sistema productivo de cultura, de desarrollo económico, de desarrollo político, de investigación. El ecosistema urbano en una sociedad cohesionada es provechoso.

No estoy diciendo con esto que se pueda llevar a escala de densidades infinitas. La densidad entendida adecuadamente es una densidad de mucha gente poblando en territorios muy acotados, pero con un equilibrio y una capacidad del territorio para dar soporte a eso; con espacios libres, espacios públicos, ciertas cualidades ambientales, con edificaciones con bienestar paisajístico, lumínico, de ventilación, etc.

Entonces, yo creo en las ciudades compactas porque no sólo cumple todos estos estándares sino que cumple el más importante, que es el de creación de sociedad. Cuando vives aislado en un country o en una parcelación campestre tienes mínima interacción social, con lo cual tienes mínima convivencia, y probablemente tengas menos seguridad. Y entonces empiezas a recurrir a conseguir esa seguridad con grupos armados o con rejas y cercas que no hacen otra cosa que impedir esa interacción social.

Claro que la gente que lo desea tiene todo el derecho a vivir en el campo, pero no se puede convertir en el modelo de desarrollo urbano y territorial de una sociedad. En principio yo creo se debe propender por crear o fortalecer ese ecosistema político, cultural y social que es la ciudad, que busca la integración y la cohesión. 

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