Cholets: Freddy Mamani y la revolución de los colores en El Alto boliviano

La Gaceta Arquitectura dialogó con el reconocido arquitecto boliviano Freddy Mamani, máximo referente de la arquitectura neo-andina con sede en la ciudad de El Alto y creador de los cholets; llamativos edificios con formas y colores que remiten tanto a la culturas ancestrales como a la ciencia ficción. Con más de 100 obras realizadas en esa ciudad ubicada a 4.000 metros de altura, Mamani nos cuenta cómo su trabajo acompañó el ascenso económico y social generado 20 años atrás por Evo Morales y por qué simboliza una reivindicación de la identidad del pueblo aimara.

por Sebastián Stampella

En la árida y monocromática ciudad de El Alto, al oeste de La Paz, Bolivia, se alzan modernos edificios de colores vibrantes y formas que remiten a la trama de los tejidos ancestrales del lugar. Este fenómeno ya cuenta con dos décadas de constante crecimiento y es el protagonista de un boom turístico que atrae a miles de personas de todo el mundo que visitan este enclave del altiplano ubicado a más de 4.000 metros sobre el nivel del mar para presenciar una postal que parece de otro planeta.

Detrás de esta revolución de colores está el arquitecto Freddy Mamani, creador de la llamada arquitectura neo-andina y de una tipología que lleva su firma: los cholets; viviendas familiares con características similares a los chalets y que tienen la particularidad de ubicarse en la cima de estos edificios de altura, que -en su gran mayoría- están destinados al uso comercial y recreativo y que son propiedad de personas adineradas de origen aimara, popularmente conocidas como cholos.

El ex vice ministro de Culturas de Bolivia durante el gobierno de Evo Morales, el historiador y abogado Fernando Cajías, explica el significado de los cholets y por qué la arquitectura de Mamani es reflejo de la cultura y las necesidades de un sector determinado de esa sociedad.

“La palabra cholo viene del siglo XVIII para denominar al mundo mestizo, y siempre se utilizó en términos despectivos. Pero ahora se ha vuelto a recuperar. Y la actual burguesía aimara es descendiente de la burguesía chola; una burguesía capaz de pagar y que encuentra a un arquitecto creativo como Mamani que es capaz de hacer edificios modernos que reflejan su identidad, sus necesidades y sus formas”, sintetiza.

Cajías se detiene en la disposición y usos de las plantas de los edificios creados por Mamani para clarificar la idea de que éstos se adaptan a las aspiraciones y necesidades de esa cultura:

“La mayoría de ellos son comerciantes; por eso en la planta baja siempre hay un comercio. Son festivos; por lo tanto en el segundo piso hay un salón de fiestas. Luego están las plantas para depósitos, y recién arriba de todo, la vivienda familiar, que es un chalet”.

Desde su estudio de El Alto, el propio Freddy Mamani brinda parte su tiempo para dialogar con La Gaceta Arquitectura sobre las particularidades de sus trabajos -que ya suman más de 100 edificaciones- y el contexto social y cultural en que el que se dan.

—¿Cómo definirías a la ciudad de El Alto y al modo en que funciona como escenario de tus trabajos?

—A El Alto yo la considero una ciudad de crecimiento pujante, porque apenas tiene 39 años y ya es la segunda ciudad más poblada de Bolivia. Sus ciudadanos son migrantes del campo a la ciudad. De las 36 nacionalidades que tenemos, esta ciudad se ha conformado de habitantes de la cultura aimara en su gran mayoría. 

La ciudad no tenía una identidad arquitectónica definida. Las casas eran todas en color ocre, muy apagadas. En un principio, hechas de barro, con su color tierra, y luego, han pasado al ladrillo. Estábamos muy relegados, y El Alto era considerada como ciudad dormitorio de La Paz, con habitantes considerados de segunda clase, de segunda categoría. 

Una vez egresado de la universidad, yo he tratado de innovar con una nueva tendencia arquitectónica a partir de la recuperación de los trazos y las líneas geométricas de lo que es Tiahuanaco y de los colores de los trabajos textiles ancestrales para darle vida y color a la ciudad de El Alto. Ese es el concepto que define mi trabajo.

Cuando Evo Morales asumió la presidencia, yo justo salía de la universidad. Entonces, yo comencé a trabajar con esta tendencia, acompañando el boom económico y de prosperidad que se dio en esa zona. 

Mi idea era lanzarme a algo diferente: romper los esquemas de una arquitectura que estaba encajonada en lo colonial, en lo extranjero. Creo que desde El Alto, desde Bolivia, y desde Latinoamérica en un plano más general, podemos mostrar lo nuestro, teniendo tanta riqueza cultural. Y eso es lo que ha sucedido, y lo que hoy está sucediendo.  

Mi primera obra se inauguró en el 2005 y tuvo mucha repercusión. Y desde ese año hasta el 2014 ya había construído más de 41 obras que fueron registradas en un libro  (“Arquitectura andina de Bolivia”, de la arq. Elisabetta Andreoli y la artista Ligia D’andrea). Desde que presentamos este libro en el Museo Nacional de Arte de La Paz se generó un boom a nivel local e internacional en torno a mi obra.

—¿Qué cambios notás que generaron tus obras en el comportamiento de la gente de El Alto? Ya hay construcciones que siguen tu tendencia…

—Con esta arquitectura, de alguna manera, mi sociedad se muestra con más orgullo a través de sus edificaciones. Entonces, hay gente que puede decir sin problemas “yo soy ésto; tengo dinero y soy capaz de mostrarme a través de lo que tengo”. 

Mi forma de construir ha sido también una provocación a la academia local. He sido muy criticado acá en Bolivia, al mismo tiempo en que era felicitado por academias y colegas del extranjero.

Lo que más valoro es que en estos últimos años, muchos estudiantes de diferentes países y continentes del mundo han venido a hacer sus licenciaturas, sus maestrías y sus doctorados en base a investigaciones y visitas a mi obra. 

Desde el punto de vista personal creo que finalmente ha sido un aporte a la academia, y ha servido como un potenciador del turismo en la ciudad de El Alto, que en muchos lugares se la conoce gracias a los cholets

Acá este fenómeno sigue causando furor, porque hay muchos contratistas o arquitectos que han buscado marcar otra tendencia pero a partir de una copia de lo que yo hago. A mí eso no me molesta, pero lo veo como algo fugaz porque no tiene identidad, no tiene un lenguaje o una filosofía detrás. 

—Y en cuanto a la tipología constructiva ¿Sólo construís cholets o también viviendas de menor escala?

—Yo he marcado esta nueva tendencia que es la más relevante, mostrando los colores, el trazo, las simetrías. Esa es mi línea principal. Y lo hago también en viviendas unifamiliares, y pequeñas viviendas de provincias. Pero, sin dudas, lo que más difusión tienen son las grandes obras. 

Aunque muchos no lo vean así, la funcionalidad está muy presente en mis obras, porque El Alto es básicamente una ciudad de comercio, y una gran mayoría de las personas se dedican a eso. Entonces, todas las edificaciones que yo hago son funcionales, para que sean rentables al propietario, tanto en el presente como en el futuro. 

O sea, mis edificaciones son con fines comerciales. Las viviendas pequeñas que hago también tienen las características de la arquitectura neo-andina, que es la definición más amplia de mi estilo.

—¿Las ruinas de Tiahuanaco son una fuente de inspiración desde el punto de vista arquitectónico?

—Yo he tomado muchos elementos para poder plasmar mi arquitectura. Uno ha sido mi propia vivencia personal, con la vocación por construir desde pequeño y mi trabajo, luego, como albañil. Otro elemento es una reacción a la actitud de los docentes que nunca nos enseñaron a partir de investigar lo nuestro; siempre viéndolo muy superficialmente para poner la exigencia y el rigor en el estudio de la arquitectura extranjera, más que nada la europea. 

En un momento, el Alto estaba creciendo mucho. Y yo veía todas las casas hechas de ladrillos, como cajones amontonados. Unos meses antes de egresar de la universidad fui a visitar las ruinas de Tiahuanaco, y volví admirado y sorprendido de que los docentes no nos hayan enseñado nada sobre eso. 

Fui con un lienzo, una escuadra y un nivel, y los utilicé para medir una especie de grada de unos 20 metros, por ejemplo, pudiendo comprobar que todo estaba nivelado y escuadrado con exactitud. No podía creer cada cosa que observaba, sólo la tecnología de un topógrafo podía permitir algo así. Hay rocas trabajadas para ser utilizadas como parlantes, con perforaciones que no se entiende con qué herramientas se hicieron. 

Aunque todo lo que se ve allí es en la gama del ocre, hay cerámicas de colores, y muchos de esos elementos se dice que estaban bañados en oro. En su momento pueden haber sido muy brillantes todos esos colores. 

—¿Qué materiales predominan en tus obras?

—En la obra gruesa utilizamos ladrillos de seis huecos, hormigón armado, viguetas y polietileno expandido. Y en la obra fina, la estrella es el yeso, que es el material local. En cerámicas y porcelanatos utilizamos mucho material chino porque vienen con colores fuertes y brillantes y son muy similares a los que caracterizan a nuestra cultura. 

Y, además de los colores, esos materiales chinos tienen símbolos y formas muy similares a los que encontramos en piezas ancestrales.

—En qué proyectos estás trabajando actualmente. ¿Te planteás realizar un cambio en relación a lo que venís haciendo?

—Yo creo que está bueno reconocer las etapas. Eso de los cholets, con la vivienda encima de los edificios, ya se ha acabado para mí. Ahora estoy en una nueva fase que está más orientada al público en general.

A finales del año pasado inauguramos el Crucero de los Andes, una obra descomunal con un barco encima del edificio. Y eso está más dedicado al turismo local y extranjero. He visto que es lo más visitado acá en El Alto. Me parece más interesante en este momento trabajar en ese tipo de proyectos. 

Y en el extranjero estoy trabajando con muchas propuestas. Antes de la pandemia tuvimos que cancelar un proyecto para una ciudadela Latina en Nueva Jersey y en California. Ahora tengo otros por realizar en el norte y el sur de Brasil. Y en Argentina había un proyecto para hacer un mercado de gran escala en la ciudad de Córdoba, sobre unas cinco hectáreas. Pero aún tenemos que ver si eso se reactiva.

—¿Cómo tomás las críticas que hacen a tus obras y a tu visión de la arquitectura? Hay quienes señalan que en tus trabajos predomina lo “decorativo” y hasta cuestionaron en su momento que construyas sin tener el título de arquitecto.

—Para mí, todos los conceptos siempre parten de un punto de vista. Yo respeto eso y aprovecho para poder afirmarme más en lo que hago. En alguna conferencia me han dicho que lo mío es como una torta; pura fachada y nada más. Y yo respondí que era lógico que esa persona lo viera así porque demostraba un desconocimiento de mi cultura. 

Yo tuve la oportunidad de ir a París, y ahí pude ver edificios coloniales hermosos, pero con unos pechos, con unas tortas muy sobresalientes que yo, con el mismo criterio, podría decir que no tienen ninguna funcionalidad. Y sin embargo yo respeto eso. 

Mis obras tienen un por qué, tiene un sentido de identidad. Hay trazos, líneas geométricas, altorrelieves que sobresalen, hay degradados, y todo tiene un significado en nuestra cultura. 

En cuanto a lo del título, yo primero me recibí de Ingeniero Civil en la Facultad de Tecnología de la Universidad Mayor de San Andrés, y una vez egresado, empecé a hacer las construcciones sin ser arquitecto. 

Mi sueño de niño siempre fue ser ingeniero civil. Al no tener posibilidades económicas, trabajaba de día y estudiaba por la noche, y así pude concluir la carrera. Cuando me invitaron a París para realizar una obra, me propuse rendir mi tesis. Me lo puse como una meta. Dos semanas antes de viajar rendí mi tesis y al volver de París lo hice como arquitecto recibido con honores. Pero más allá del título, mi pasión fue y sigue siendo construir obra. 

—Hablando de obra, vos venís del mundo de la construcción habiendo trabajado desde muy chico como albañil. ¿Cómo te relacionás con ese mundo, hoy que te toca estar del lado del que proyecta y da las indicaciones sobre cómo construir?

—A mí me gusta estar en la cancha, y no en el escritorio. Así he crecido y así me gusta trabajar y vivir. Estar en la obra es lo máximo; el hecho de estar junto a los trabajadores y compartir todo el proceso es único. 

Yo me siento un albañil más en la obra. Yo vengo de ser albañil y acabaré siendo un albañil. Cuando me hacen críticas, yo suelo responder que soy un albañil que construyó muchas obras y que ha estudiado y dado conferencias en el exterior. Les digo que soy un albañil que se formó y al que invitan para hacer presentaciones en museos de arte y que tiene muchos proyectos a futuro. 

Esa crítica viene siempre de la academia, de profesionales que luego se han perfeccionado en Harvard u otras universidades prestigiosas del mundo y muchos de ellos no tienen ni para un folletito donde mostrar sus obras. Yo no me acomplejo por las críticas porque tengo muy en claro que seguiré caminando con lo que sé hacer, y punto.

Las fotografías utilizadas para esta nota pertenecen al fotógrafo Alfredo Zeballos.

Para conocer más y disfrutar de la obra de Freddy Mamani, desde La Gaceta Arquitectura compartimos la siguiente película dirigida por Isaac Niemand y con música original de MOBY: