por Sebastián Stampella
Mario Corea cierra los ojos esperando a que eso lo ayude a agudizar su concentración, pero no hay caso: el apellido del arquitecto que quiere citar no le viene a la memoria. Entonces los abre y maldice con una sonrisa resignada. “Es la edad”, concluye, y pareciera que ni él se lo cree. A sus 83 años, sorprende la vitalidad y el entusiasmo de este reconocido arquitecto rosarino que ya lleva más de 40 años radicado en Barcelona pero que mantiene intacto su vínculo con su ciudad natal.
«Estoy allá desde el golpe de 1976, así que tengo más años vividos en Barcelona que en Rosario. Pero nunca perdí el acento. El lenguaje es lo último que hubiera querido perder. A pesar del tiempo, sigo hablando como rosarino, y eso para mí es un orgullo», dice a La Gaceta antes de iniciar esta entrevista.
En el tercer piso del hotel céntrico donde se aloja junto a la esposa, Corea habla animadamente y no oculta la alegría que le produce esta visita a la ciudad. Es que su agenda incluye la participación en el Congreso de Arquitectura Hospitalaria del CA D2, el reconocimiento como arquitecto distinguido por parte del Concejo Municipal, y la presentación del proyecto de renovación y ampliación del estadio de Newell’s Old Boys, el club de sus amores.
Corea reconoce que los planetas se alinearon para que la presentación pública de este ambicioso proyecto encuentre al club del parque cerrando el año con las expectativas más altas: «Además de que festejamos el 119° aniversario, nos vino muy bien haberle ganado a Boca y contratar a un técnico como el Heinze, que genera otras expectativas», dice.
—Al proyectar una obra arquitectónica ¿Cómo conciliás tu estado anímico, tus deseos personales, con el contexto social del momento?
—En algunos momentos vos podés estar bien en lo personal, pero la sociedad puede estar en crisis. Entonces, la arquitectura se termina haciendo eco de esa situación social y tenés que cuidar el dinero y todos los recursos. Eso es algo que condiciona.
A lo largo de la historia, la arquitectura ha sido un reflejo de la sociedad, con lo malo y con lo bueno. Por ejemplo, la arquitectura de guerra ha sido ultradefensiva, de cubrirse. En cambio, en otros momentos ha habido una arquitectura de abrirse, de recibir a la gente. Y en otras ocasiones, es también la expresión de una vida cotidiana normal, en la que todo está más o menos ordenado.
Pero sea cual sea el momento, siempre está esta relación oculta, no expresada, que el arquitecto tiene que asimilar: si estás en una crisis económica, no podés proyectar un palacio, porque no se construirá y porque, en caso de hacerse, puede llegar a ser ofensivo para una sociedad que está sufriendo. Ahí, un proyecto opulento está fuera de lugar.
El arquitecto tiene que estar muy sensible a su sociedad, a su tiempo y a su historia, y responder con arquitectura a ese contexto. Si sos sensible a eso, la arquitectura funciona como un elemento de representación de la sociedad. Siempre ha sido así. El Partenón fue la representación de la democracia griega. Las iglesias romanas tenían que ver con un estado pseudo religioso. Y la arquitectura del capitalismo es la expresión del capital, porque expresa esos valores.
De alguna manera, vos podés estar al costado y hacer arquitectura menor, que no se vincule a ninguna de estas cosas. Pero si haces arquitectura importante, la sensibilidad y la capacidad para comprender esos contextos son fundamentales.
—A veces, las sociedades experimentan cambios que ponen en crisis la relación de la obra con su entorno. Una de tus obras -el Centro de Justicia Penal- fue atacada a balazos y aparecieron voces que cuestionaron la abundancia de superficie vidriada en el edificio. ¿Cómo tomás esas críticas?
—Para ese proyecto, yo partí de la idea de que la justicia tenía que ser transparente y que había que reflejar eso. En los palacios de justicia que son muy cerrados, nunca sabés qué es lo que pasa adentro. Simbólicamente, que fuera de cristal y transparente, se lee como que la sociedad puede ver y controlar lo que ocurre allí dentro.
Que después, en un momento de crisis, sea atacado, no deja de ser un reflejo de lo que está pasando en la sociedad. No se trata de hacer más duro al edificio. Lo que hay que evitar es que la sociedad genere situaciones que lleven a que se produzcan esos ataques. Si lo hago todo de hormigón, eso no va a evitar que la violencia siga estando.
Si tuviera que volver a hacerlo, creo que lo haría igual. Más allá de las críticas, considero que, así como hay edificios que pueden ser más o menos cerrados, el palacio de justicia tiene que tener todo a la luz. La justicia no puede estar ocultando nada.
Por otra parte, hay que decir que los edificios son criticados por otras cuestiones. Y esas cuestiones no tienen que ver con los cristales o por detalles puntuales. Esos edificios son criticados por la gestión política que los hizo.
Éste es un edificio de la gestión de Hermes Binner. Creo que el peronismo, como oposición, sufrió mucho esos 12 años de gobiernos socialistas en la provincia. Es una cosa muy de Argentina eso de criticar al opositor por ser de otro espacio político, y no por lo que hace. Haga lo que haga, se lo critica para no darle los votos.
Con el Hospital Regional Rosario pasó lo mismo. La forma con la que se abandonó esa obra es parte de una historia dramática y vergonzosa. Ahí hay un capital invertido y una expectativa desde el punto de vista de lo que significa para la salud pública de la sociedad rosarina. No terminarlo, abandonarlo y dejar que lo vandalicen, como sucedió, es un acto criminal.
En Europa pasa algo muy distinto en ese sentido: me ha tocado hacer edificios que los empiezo con una gestión y los termino con otra de distinto color político, y no se pone nada en tela de juicio.
—Este año volvió al ruedo el proyecto del Puerto de la Música, y hubo polémica por la idea del gobierno provincial de hacerlo fuera de Rosario. ¿Cuál es tu opinión al respecto?
—Yo fui con Hermes Binner a ver a Niemeyer. Tengo una foto en la que estamos los tres. Le llevamos tres posibilidades de terrenos municipales disponibles en la costanera: uno donde está la ciudad universitaria, el otro frente al agua del Paraná (donde se proyectó finalmente), y el tercero donde está El Labrador. Le llevamos fotos y planos. Y el primer acto de proyecto de Niemeyer fue elegir el lugar donde debía levantarse el Puerto de la Música. No lo elegimos nosotros sino él. Él vio ese lugar y dijo “es acá”.
Es decir, es una obra diseñada para ese lugar. En el caso de que, por alguna razón, tuviéramos que cambiarlo de lugar, hubiéramos ido a ver de nuevo a Niemeyer para planteárselo y decirle que elija otro lugar. Y es seguro que, al cambiar el lugar, el proyecto sería otro. Entonces, un proyecto que se hizo a partir de un lugar elegido por Niemeyer llevarlo a otro lugar es una ofensa a Rosario, porque es un proyecto para esa ciudad.
Si tenés un chalet en Fisherton, no lo podés poner en el centro de Rosario porque son lugares distintos, y hay que responder con arquitecturas que son diferentes. Las obras no son trasladables. Plantear eso es no saber de arquitectura.
Yo prefiero que no se haga ese proyecto, que llamen a un concurso y que hagan otra cosa. Pero no se puede estar jugando con eso. Estoy muy firme, porque me parece una falta de respeto a Rosario y al arquitecto Niemeyer, que es el arquitecto latinoamericano más importante. De eso no hay dudas. Todos los demás vienen atrás. Niemeyer fue una figura internacional muy cercana a Le Corbusier, a Mies van der Rohe.
Con cien años, Niemeyer se tomó el trabajo de elegir el lugar y hacer un proyecto para ese lugar. En qué cabeza cabe que quieran cambiar eso como si fuera una figurita. Eso es bastardear la obra y bastardear al propio Niemeyer. Y esa obra estaba proyectada para Rosario porque, aunque no es una ciudad capital, es más importante que Santa Fe como núcleo urbano. A los de Buenos Aires los hubiera tocado, porque los porteños siempre quieren centralizar todo allá. Y que sea Rosario, y no ellos, quienes tengan las única obra de Niemeyer en Latinoamérica, imaginate lo que hubiera sido.
—En arquitectura y urbanismo, Rosario logró una centralidad propia a partir del vínculo que forjó con Barcelona, con Bohigas, el Grupo R, que mantuvo marginada a Buenos Aires. ¿Compartís esa idea?
—Yo fui el rosarino que empezó a tener esa relación con Barcelona. Y abrí mucho el juego: invité a gente de Barcelona a venir con el grupo R cuando hacía los congresos. Por ejemplo, se los trajo a Ramón Sanabria, que es muy amigo mío y con el que estoy haciendo una obra. Fue una relación muy fuerte la de Rosario con Barcelona y sí, Buenos Aires quedó un poco al margen y bastante dolorida.
La relación del grupo R con Barcelona se da a través mío. Todo el grupo R trabajó conmigo en mi despacho de Barcelona. Yo fui invitando a cada uno. Gerardo Caballero, Ariel Giménez, ellos estuvieron conmigo varios años y, al volver, se juntaron y formaron el Grupo R.
Yo me siento un padre del grupo R. De todos modos, ellos tienen su vuelo propio. Tuve y tengo vínculos con gente de Rosario que conocí recién recibida, como Ariel Giménez, Gerardo Caballero, el Pitufo Fernández. Con el Pitufo tengo una anécdota muy graciosa. Cuando me lo presentan por primera vez en Barcelona, sabiendo él que yo era de Newell’s, me hizo un chiste agitándome su carnet de Central en la cara y yo para joder se lo tiré por la ventana del tercer piso en el que estábamos y nunca más lo pudimos encontrar.
—¿Y cómo se dio esa vuelta a Rosario para asumir un protagonismo en las políticas públicas con obras emblemáticas para la ciudad?
—Yo con Hermes Binner trabajé 16 años, tanto en las administraciones municipales de Rosario como de la provincia. El paseo ribereño, todo lo que fue el tratamiento de la costa como obra pública, fue un proyecto de la Unidad de Proyectos Especiales. Tengo dibujos de todo eso.
Hermes me fue a ver cuando él estaba preparándose para ser candidato a intendente. Fue a una convención socialista en París y, al volver, alguien le había dado mi referencia y vino a verme a Barcelona. Me quería consultar como rosarino y arquitecto, para conversar sobre qué cosas podía empezar a incluir en su programa de acción.
Hablé de la costa, de recuperar el paseo ribereño. Y cuando ganó, a menos de un año de ese encuentro, me llamó para hacer el Plan Director de Rosario. Fue un plan urbano votado y convertido en ley, de cómo organizar la ciudad: ahí se armaron los distritos, los proyectos interdistritales, la descentralización municipal, proyectos ferroviarios, de puertos, y el proyecto del eje norte-sur, entre otras cosas.
Yo quiero aclarar que nunca cobré honorarios. Tenía un salario municipal que cobraba en pesos, y eso fue algo que Binner me agradeció siempre porque no hubiera podido pagar honorarios por el trabajo que hice, porque hubiera sido un monto muchísimo mayor. Entonces yo en Barcelona cobraba honorarios, y acá en Rosario trabajaba cobrando un buen sueldo por la responsabilidad que tenía, pero en pesos.
Cuando terminamos ese proyecto de planteo urbano, con el Plan Director, con Rubén Palumbo en la Secretaría de Planeamiento, Hermes y Silvana Codina, que era directora de Arquitectura, me traen el proyecto del Hospital de Emergencias Clemente Álvarez.
Esa obra empezó en el 2000, la agarró el corralito, y se terminó en el 2007, ya con Lifschitz en la intendencia. Después de un receso, cuando Hermes gana la gobernación, me llama de nuevo para hacer la Unidad de Proyectos Especiales, que se monta en Rosario pero depende de la provincia.
Con la Unidad de Proyectos Especiales hacemos todas las obras de hospitales, tribunales, 20 escuelas y 80 centros de salud. Todo se hizo durante el período Binner gobernador, primero, y Bonfatti gobernador, después. Ahí se terminó mi práctica como arquitecto provincial, aunque algunas cosas con la Municipalidad de Rosario seguí trabajando porque Mónica Fein me consultaba mucho.
Quiero aclarar que siempre trabajo en equipo, porque nada de lo que hago yo lo hago solo sino con equipos. Ahora para lo de NOB estoy trabajando con un equipo fantástico, el Piqui Quijano y Luis Leonard y unos chicos muy capaces. Yo puedo ser la figura líder, pero sin equipo, me quedo con un cartel.
—¿Cómo te llegó la convocatoria para el proyecto del nuevo estadio de Newell’s?
—Diez años atrás, el arquitecto Carlos Curti me convocó para hacer el proyecto del estadio. Por cuestiones políticas, no se hizo nada. Yo me había ilusionado mucho pero no llegué a hacer ni un dibujo. Ahora, a través de un planteo que Curti le hizo al presidente Ignacio Astore para que yo sea el arquitecto que haga el nuevo estadio, se abre esta posibilidad.
En realidad, no es un proyecto para empezar a construir mañana, sino un plan director para empezar a construir por fases. Si la presidencia que le sigue a esta o si hay reelección, la idea es que este proyecto sobreviva, que no se haga otra cosa y se le dé una continuidad. Lo ideal sería que se construyera en tres años, pero seguramente se hará en siete u ocho.
La idea de Astore es empezar a vender palcos para ir financiando la obra, y empezar cuanto antes. La dirigencia está muy activa en que esta presentación del proyecto sea el puntapié para avanzar: tienen un dinero y un crédito para empezar una parte de las obras y lo que quieren es no parar y dejar comprometida a la gestión que venga, a seguir con el proyecto. La idea fue hacer algo integral, y no un proyecto de tribuna aislado.
Este es un proyecto diferente al de Garaffa, pero hay una parte que es exactamente igual a ese porque la tribuna del palomar se hace como estaba prevista en este proyecto. Frente a la tribuna del lado del hipódromo, donde hoy están los palcos, esos palcos se tiraban y se hacía una tribuna simétrica a esta. Pero sin cobertura. Lo que cambiamos es que, en lugar de hacer otra tribuna, hacemos 4 plantas de palcos en 100 metros de largo. Entonces, reemplazamos la visera vieja con una nueva. Es decir; volvemos a hacerla, pero bastante más arriba, techando las tribunas y esos palcos. La idea es que esa cubierta se extienda a todo el estadio.
—¿Te sentaste a proyectarlo con total libertad, o estabas limitado por las posibilidades del club?
—Yo hice un proyecto de máxima. Incluso, casi que me he pasado. Hice el proyecto que corresponde. Cuando se lo mostré al presidente, quedó sorprendido. Según me dijo Astore, los trabajos para la tribuna del palomar comienzan ya, y se comprometió a ir adelante con este proyecto.
Es un proyecto integral y con mucha energía. Nos plantearon un programa de alto vuelo. Se puede decir incluso que este estadio estará a la altura para recibir a Messi, que es una gran ilusión de la gente de Newell’s.
Lo hice con un equipo rosarino; con Francisco Quijano y Leonard, a quienes conozco muy bien y con quien trabajé 20 años en la gestión de la Unidad de Proyectos Especiales. A mi me buscaron como figura internacional, rosarina y newellista, pero el trabajo es en equipo.
Una vez terminada la tribuna del palomar, la tribuna donde ahora está la visera no se toca, se modifica abajo un poco pero esa tribuna se deja. Se tira la visera, se suben los 12 palcos y se hace la nueva visera. La última fase es hacer la visera a lo largo de todo el estadio, haciendo un círculo que pasa justo por las esquinas de la cancha cubriendo todas las tribunas.
La segunda etapa del proyecto, la ETAPA B, es hacer un polideportivo, porque vamos a tirar uno de los polideportivos muy viejos que le llaman El Galpón, cerca de donde está la piscina. Ahí vamos a hacer la entrada principal a los palcos, y ahí estará el museo, el auditorio y un gran restaurante. Este restaurante tiene una terraza mirando al parque y la cocina tiene una posición que también durante los partidos puede servir a una explanada que queda como remate de la tribuna actual.
Entonces, la gente de la tribuna y de los palcos y de la tribuna puede ir a tomar y comer algo en el entresuelo. pero este restaurante funcionará todos los días, concesionado y abierto como un restaurante del parque, más abierto a la ciudad. Esto excede al club, porque el polideportivo es de última generación y el club lo puede alquilar o ceder para eventos.
—¿Te imaginás abandonando algún día el trabajo cotidiano que implica el ejercicio de la arquitectura?
—Creo que el día que deje de trabajar, al poco tiempo me iré. Tengo 83 años, no soy un pibe. Pero estoy totalmente activo, la cabeza me funciona, dibujo, tengo la oficina, y estoy haciendo en Tarragona el proyecto de salud más importante de Cataluña, que tiene 80 mil metros cuadrados. Y, a su vez, estoy haciendo otras obras allá.
El estudio está activo, y mientras a mí me dé la cabeza, sigo adelante. Soy el único que trabaja en forma analógica, el único que no dibuja en ordenador. Lo hago a mano. El ordenador me llegó tarde y me hubiera cambiado la forma de proyectar, porque con el ordenador es muy distinto.
Yo empiezo a hacer un proyecto con croquis y maquetas que hago yo mismo. Porque al principio yo estoy pensando, no estoy proyectando. Hasta que no llego a un anteproyecto de planta, sección, alzado y de alguna imagen de croquis o maqueta, no entro al ordenador.
En cambio, la gente que no trabaja manualmente, va de entrada al ordenador. Yo no sabría qué orden dar para empezar a proyectar. Mi primera acción proyectual es estudiar el terreno, el barrio, la ciudad y el continente. Todo influye, la sociedad, el clima. Nunca estamos desvinculados de todo eso.