La Bienal Internacional de Buenos Aires, en la mirada de dos arquitectas rosarinas

La Gaceta conversó con las arquitectas Guillermina Iglesia y María Eva Contesti, del estudio 2A para conocer sus experiencias a partir de la reciente participación en la XVIII edición de la Bienal Internacional de Arquitectura de Buenos Aires. El recambio generacional, las nuevas formas de mostrar obra, el espacio que se han ganado las mujeres arquitectas y la presencia de estudios de escala pequeña fueron algunas de las características que destacaron.

por La Gaceta

Las arquitectas Guillermina Iglesia y María Eva Contesti están al frente del estudio Dos Arquitectas (2A). Junto a otros cinco estudios rosarinos, el mes pasado representaron a la ciudad con obras de distinta escala y en diferentes categorías en la XVII Bienal Internacional de Arquitectura de Buenos Aires 2022. 

Desde el luminoso estudio de calle San Luis al 400 -obra del recordado Rafael Iglesia- Guillermina y María Eva compartieron con La Gaceta algunas experiencias que les dejó su paso por esa prestigiosa exposición que se llevó a cabo en el Faena Arts Center de Puerto Madero. 

—¿Cómo se dio la participación de su estudio en la Bienal? 

—Guillermina Iglesia: Creo que en nuestra participación en la Bienal tiene mucho que ver la visibilización que tuvimos con movidas de mujeres arquitectas que se juntaron en Buenos Aires y que se replicaron en todo el país. El “Premio Nacional Soy Arquitecta” fue clave, porque tuvo una  acción importante al dar un premio nacional a mujeres en varias categorías. 

En ese premio, nosotras salimos segundas en dos categorías: proyectistas y desarrolladoras. Las mismas organizadoras de Soy Arquitecta formaron parte de la Bienal, y eso, seguramente ayudó a que estemos allí. 

Además de la influencia que pudo haber tenido Soy Arquitecta, también veníamos de haber ganado el Premio Anual Obra Construida que organiza el Colegio de Arquitectos de Rosario. 

—María Eva Contesti: De hecho, dos conferencistas que tuvo la Bienal habían integrado el jurado de Soy Arquitecta: Gloria Cabral, de Paraguay, y Galia Solomonoff, que es rosarina y vive en Nueva York. Eso marca una pauta. 

—G.I:  De Rosario, además de nosotras dos, estuvieron Melina Spinetta, Estefanía Guidi, que también habían participado del Soy Arquitecta. Es decir, las relación con ese recorrido previo que se viene dando es muy fuerte.

—¿Con qué obras participaron y cómo fueron exhibidas?

—M.E.C: Participamos con cuatro obras: la intervención interior en el consultorio odontológico del quinto piso del edificio donde está nuestro estudio; una casa-quincho en Roldán llamada Talacasto; los prototipos de nave industrial que tenemos en el Parque Industrial; y la nave de maquinarias y oficinas de Bertolotti. Esta última obra fue galardonada en el Premio Anual Obra Construida del CA D2 2020. 

—G.I: Nuestras obras fueron exhibidas en el hall central, que tenía todo un despliegue digital, con pantallas. Nos pidieron hacer un video de un minuto sobre el estudio, y uno de diez minutos sobre las obras. Fue una tarea difícil porque no teníamos experiencia en videos, así que tuvimos que aprender a mostrar lo nuestro por ese medio. 

Había cinco pantallas y se iban proyectando los videos de 50 estudios en loop, así que cada una hora aparecía nuestro estudio y nuestras obras ahí proyectadas. Fue muy buena la visibilidad que daban a las obras.

¿Y tuvieron algún tipo de devolución?

—G.I: Sí, tuvimos una repercusión inmediata: nos llamaron desde Ushuaia para pedirnos presupuesto para una oficina en una nave industrial. Eso es algo que no nos pasaba y que la Bienal posibilitó. Ese concepto de nave fue un desarrollo de dos años para encontrar una manera de que tenga un valor agregado espacial y cuestiones técnicas superadoras al galpón típico sin que eso implique agregarle un costo significativo. Creo que eso es algo que llama la atención.

—M.E.C: Por doblar la chapa y hacer esos detalles estéticos, la diferencia económica es muy poca en el volumen total. Los dos clientes con los que trabajamos esas naves las querían como inversión, no para ellos. Eso influye, porque hubo un interés en buscar un diseño diferente. El caso de Bertolotti, esa era la imagen de su empresa, entonces querían diseño.

Algo que también nos dejó como enseñanza lo de la Bienal fue eso de «obligarnos» a contar lo que hacemos desde lo audiovisual, que era un lenguaje que no teníamos incorporado».

—¿Notaron algunas características distintivas en esta edición de la Bienal que marquen algún cambio o señalen alguna tendencia? 

—M.E.C: Por lo que pudimos observar y hablar con colegas, este año fue más federal la Bienal, fue menos exclusiva, por decirlo de algún modo. Me refiero a que antes todo se centraba mucho más en Buenos Aires y con la mirada puesta en el exterior. Y esta vez hubo mucha participación de estudios de distintas provincias. Por otra parte, también se notó una fuerte presencia de mujeres. La cuestión de género es otro punto destacado.

—G.I: Entre los estudios y los conferencistas que participaron había mucho del mal llamado “interior”. Esto es un avance porque, al ser un evento internacional, la presencia de gente del exterior suele ser muy marcada. Y sin embargo, nos pareció más equilibrado eso, con muchos más argentinos y argentinas dando charlas importantes.

Otra particularidad fue que en esta edición no cobraron entradas para asistir a las charlas, entonces las salas donde se daban las conferencias estaban llenas de estudiantes y de colegas.

—M.E.C: Creo que algo destacado de la Bienal fue ver la participación de muchos estudios chiquitos, de escalas menores, y no tanto de los que representan la arquitectura lujosa o de metros cuadrados enormes, que de alguna forma marginan.

También vimos mucha participación de estudios de gente joven. Y se daba algo en la Bienal que era muy llamativo: en la pantalla estábamos obras de nuestro estudio conviviendo con las de Foster. Creo que han abierto las puertas a esa mezcla, a borrar esas jerarquías.

G.I: Esa es una tendencia muy marcada que se están dando en las premiaciones internacionales. Se premian centros comunitarios en un pueblo rural de México, por ejemplo, que es algo que antes era muy raro que pusieran el foco ahí.

Antes se buscaba el aval de cierta gente para poder publicar obra. Hoy te enterás de buenas obras por otros caminos, que son más horizontales y democráticos». 

—¿Qué experiencias destacan de su paso por la Bienal?

—G.I: Hay un cambio generacional bastante marcado. Yo observé que pasó a ser un poco demodé eso de aprovechar esos eventos para intercambiar tarjetas y teléfonos con históricos referentes de los medios que publican obra. Estaban esas personas, sí, pero ya no ocupan el mismo lugar. Esta vez había un código QR que te dirigía a la página del estudio, y si la gente quiere ver tus obras y conocer más, todo está ahí. Y pueden seguirnos en Instagram.

—M.E.C: Hoy, con Instagram, la bendición de los popes no existe más. Por suerte se va perdiendo eso. Las redes y las plataformas cambiaron un montón. Antes se buscaba el aval de cierta gente para poder publicar obra. Hoy te enterás de buenas obras por otros caminos, que son más horizontales y democráticos. 

—G.I: De todas formas, participar en la Bienal, estar ahí, es una experiencia importante. Vas a una charla, te acercás al que habló, conocés gente interesante. Ese intercambio presencial es otra cosa.

—M.E.C: Algo que también nos dejó como enseñanza lo de la Bienal fue eso de «obligarnos» a contar lo que hacemos desde lo audiovisual, que era un lenguaje que no teníamos incorporado. Nosotras estamos acostumbradas a que un fotógrafo saque fotos para contar nuestras obras desde la quietud, desde una imagen fija. Y de repente tuvimos que plantear un guión, una idea de tiempo y de movimiento. Tuvimos ayuda de gente que sabe, pero nosotras definimos que los videos tengan una impronta propia y que sea algo despojado.

Nos inspiramos en muchos documentales que nos gustan. Uno de ellos es el de la Maison à Bourdeaux, de Rem Koolhaas, en el que se ve una casa y a la mucama recorriéndola, abriendo las cortinas, juntando los libros, mostrando una forma cotidiana de habitar esa casa. Así quisimos mostrar lo nuestro, sin montar una escenografía: hacer una toma, y que se muestre lo que hay.

—G.I: Cuando sacamos fotos pensamos mucho qué mostrar, cómo modificar la escena para que sea más limpia. Y en el movimiento y tiempo que nos imponía el video, se dio eso de querer mostrar la experiencia de habitar esos espacios, la apropiación del usuario.  

—¿Y ese concepto refleja un poco el modo en que ustedes asumen la arquitectura?

—M.E.C: Sí. Creemos que el diseño se tiene que bancar otras cosas. No podés estar con el BKF y la alfombra de cuero de vaca y pensar que, si ponés un florero ahí, te arruina la escena. Es decir: hay un diseño, pero también está la vida. Y esas dos cosas no conviven, no sé si tiene sentido.

La buena arquitectura tiene que trascender una lámpara que no guste. Que la gente se apropie de un espacio es un mérito. Este edificio en el que tenemos nuestro estudio nos enseña eso todos los días. El «Rafa» Iglesia lo dejó crudo para que cada uno haga lo que quiera. Ni piso le había puesto a los departamentos. La estructura es importante, el espacio es importante, pero después, que cada uno le ponga lo que quiera.

—G.I: Nosotras sentimos que no tenemos que rendirle cuentas a nadie. Queremos ser honestas con nosotras mismas. Buscamos que el cliente esté contento, porque es el mejor regalo y es lo que señala que vamos por buen camino.

—M.E: Guille se formó con el «Rafa» y con Solano. Yo trabajé mucho con Gerardo Caballero. Tenemos una tendencia a no buscar que la obra sea valorada como pulcra, exquisita, sino como más arraigada, más del lugar, más despojada y comprometida con el usuario. Creo que eso tiene mucho que ver.

*En esta edición de la Bienal Internacional de Arquitectura de Buenos Aires 2022, el arquitecto rosarino Federico Marinaro ganó el premio en la categoría «Vivienda Multifamiliar» con su obra Edificio A01.