La Biblioteca Popular C.C.Vigil y las memorias de uno de sus arquitectos

El arquitecto Horacio Quiroga nos vuelve a compartir recuerdos de las obras emblemáticas de la ciudad en las que participó. En este caso, la biblioteca popular de Alem y Gaboto. Con detalles constructivos y anécdotas que ilustran el contexto histórico y social, su relato va desde su primer vínculo con el proyecto -a finales de los años sesenta- hasta su fallido intento por recuperar algunos legajos tras la intervención militar en la última dictadura.

por Arq. Horacio Quiroga

Aparecí por la Biblioteca Vigil llevado de la mano por Rubén Naranjo, a fines de la década de los ’60. En aquellos lejanos tiempos yo era auxiliar docente en las cátedras de Historia de la Arquitectura I y II de la Facultad, cuyo titular era Francisco Bullrich, y aprendiz de pintor de cuadros, lejos de “artista plástico”, por supuesto. De la noche a la mañana pasé a ser Titular de las cátedras de Historia del Arte I y II y también, efímeramente, “Integración Cultural” en la Escuela de Teatro de la Vigil, que funcionaba en una casa de la calle Pasco.

Eran clases nocturnas, de 20 a 23 horas, con asistencia de alumnos de variadas edades, en gran parte gente grande. Además del propio Naranjo, también eran docentes Jaime Rippa, Edmundo Giura y otros que no recuerdo. Sí recuerdo un suceso extraordinario, típico de la Vigil de aquella época. Yo daba clases con mis propias diapositivas, algunas de la Facultad, pero siempre con falencias. Un día comenté el tema con Raúl Frutos, bibliotecario mayor, y en una semana me compró la colección completa, cientos y cientos, de unas que eran exclusivamente de arte de todas las épocas y estilos, de la mejor calidad imaginable.

También por esos años, al regreso del gran viaje a Europa de OVEA, la Organización de Viajes de Arquitectura, Carlos Borsani me propuso asociarnos, y así se creó “Borsani y Quiroga, Arquitectos”, con sede en el subsuelo de calle Buenos Aires 625. 

En 1969 aparece un llamado a concurso para el desarrollo edilicio de la Vigil. Contaba con el auspicio del Centro de Arquitectos de Rosario, presidido en aquel momento por el Arq. Fernández Romero y el Asesor del Concurso fue el Arq. Edmundo Quaglia. Era a dos pruebas; se presentaron unos doscientos cincuenta estudios de todo el país, seguramente atraídos por la extraordinaria magnitud del proyecto.

Fueron seleccionados seis para la segunda prueba, entre los que tuvimos el honor de encontrarnos. El Jurado integrado por los arquitectos Sacriste y Borgato, más un representante del CAR que no recuerdo, dispuso que la segunda prueba fuera el desarrollo de la Unidad Administrativa en escala 1:100.

Creo que lo ganamos nosotros porque habíamos diseñado una retícula para ser construida en hormigón premoldeado, de 0,97777 x 0,97777, y todos los elementos estructurales, las instalaciones, el mobiliario se ajustaban a esa criba. Esto permitía una permanente modificación de las oficinas de acuerdo a las actividades que se desarrollaran. 

El origen de ese criterio se basaba en un suceso que me tocó presenciar: Albino Serpi, Secretario de la Comisión Directiva, con una cinta métrica en la mano, midiendo una planta del instituto educativo. Cuando inquirí acerca de tan rara acción me contó que era para modificar la construcción existente y poder instalar unas enormes computadoras, las primeras que se usaron en Rosario, para controlar las ventas de las rifas. Y así se hacía todo: construyendo y destruyendo.

Por tanto, creamos esa retícula y una “calle interior” que partiendo del pequeño primer edificio, llegaba hasta la calle 1° de Mayo, atravesando y comunicando la Unidad Administrativa, el Instituto Educativo Secundario y también el Primario. El anteproyecto incluía la gran Biblioteca en la esquina de Gaboto y el Pje.Perkins.

Adjudicado el premio y encargado el trabajo, nos tuvimos que mudar a un estudio más grande, y para estar cerca de nuestros clientes, en la planta alta de Garay y San Martín. Esta ubicación tenía la ventaja de estar a pasos de nuestra obra y, además, enfrente de la “Santa María” donde, de tanto en tanto, nos gratificábamos con unas buenas cervezas. 

Pero tenía un problema que no evaluamos: los muros de ambos frentes eran de vidrio, de piso a techo. En invierno no hacía falta calefaccionar, pero en verano era un espanto: nos daba el pleno sol por el norte y luego nos dorábamos por el oeste. Llegué a colocar Telgopor con unas perforaciones redondas a la altura de la vista, pero alivió muy poco el tremendo calor. En esa época no había la tremenda tecnología en aire acondicionado de la actualidad.

Comenzamos las obras con la ampliación del edificio existente del Secundario, donde enfrentamos algunos problemas estructurales debido al mal control por parte de la empresa constructora, Geppel y Pinasco y a la propia falta de experiencia de los Directores de Obra, nosotros mismos.

Pero el problema más importante se dio en el subsuelo de la Unidad Administrativa, dedicado a recibir a la Caja de Ayuda Mutua. Al hacer las excavaciones para las bases, brotaban chorros de agua. Allí recordamos que el subsuelo del Teatro, realizado por otros arquitectos, estaba cubierto de agua, con costosos equipos de aire acondicionado central sin estrenar totalmente cubiertos y con una suerte de géiseres brotando por junta de los mosaicos.

Afortunadamente, en la grandiosa Escuela Industrial que me tocó vivir, tuve a la Dra. Pierina Pasotti como Profesora y a ella recurrí para que nos ayudara a entender el problema. Por ella nos enteramos que el suelo de Rosario, salvo la costa, es homogéneo y de muy buena calidad, con excepción de una lenteja de agua contaminada que nacía en el cementerio La Piedad y terminaba en los Elevadores Sur, es decir, pasaba exactamente por debajo nuestro. 

Afortunadamente, también, en la antigua casa de bombas Sylwan, conocimos a Sven Axel Krusse, un especialista en el tema que nos hizo hacer un pozo profundo, con el interior revestido en ladrillos y con una suerte de mini túneles dispuestos radialmente y con pendiente hacia el pozo mayor. Por tanto, el agua era canalizada hacia el gran pozo desde donde una bomba, siempre protegida y cuidada, extraía el agua. De esa manera logramos alterar el trazo de la lenteja en el sector, lo que nos permitió trabajar con cierta tranquilidad.

A esta altura, hay que decir también, que hubo un cambio en nuestra relación con nuestro cliente: pasamos de ser grandiosos arquitectos ganadores del Concurso a integrantes de lujo del Departamento Construcciones, con sueldo mensual. El Jefe del Departamento era un Maestro Mayor de Obras, Luis Scarabelli y armamos un equipo con Néstor Peyrú y Cristina Agelet. 

En un momento se incorporó un dibujante extraordinario, un verdadero creador, cuyo nombre lamentablemente no recuerdo, capaz de plasmar finísimas ironías a pura punta de Rapidografh 0,5. Debo agregar la fundamental participación de Leandro Allen, siempre presente a la hora de las decisiones estructurales. 

Diseñamos unas fabulosas mesas de dibujo; cada una tenía dos caños de acero de 2” de piso a techo que servían de sostenes de unos tableros que, con un gatillo, podían subir, bajar o, para una muestra, por ejemplo, alcanzar la verticalidad más prolija. Del Departamento dependían, además, todo el equipo propiamente dicho de la construcción, personal, maquinarias, etc…la herrería y la carpintería con sus respectivos encargados.

Ese equipo modificó todas las aulas del colegio que eran pequeñas, llevándolas a la norma mínima de veintiocho alumnos por aula, se rehicieron, también de acuerdo a normas todos los sanitarios, en calidad y cantidad adecuadas, y se protegieron las ventanas de la fachada Este con una gran malla de parasoles que podían orientarse “a piacere”. Hacia el sur se logró cerrar las rampas de alumnos con unas paletas de hormigón donde podían fijarse las aberturas. 

Al respecto, va un mal recuerdo: un día el presidente Augusto Duri me invita a ir a una casa desde donde se veía la fachada sur y donde se podía también apreciar la mala construcción de las paletas, torcidas casi todas ellas. Me tragué el sapo y seguí adelante. Hablo en primera persona porque Borsani era más bien reticente a las visitas de obras a punto tal que cometimos otro error: ir seis meses cada uno, alternativamente. Esto es un disparate absoluto: la figura del Director de Obra debe ser una y debe construirse sólidamente, como aprendí más adelante.

Otro suceso curioso fue la aparición de otro arquitecto, cuyo nombre por discreción me reservo, que intentó venderle a la Vigil un sistema de construcción con premoldeados llamado Constructa. Logró convencer a la Comisión acerca de la utilización del sistema a punto tal que nos obligaron a diseñar la enorme Biblioteca de la esquina Gaboto-Perkins con ese procedimiento. 

A tal efecto, solicitamos formalmente notas con recibos incluídos, la información del sistema para poder utilizarlo. Después de mucho esperar apareció un cuadernillo paupérrimo: la primera hoja tenía un cuadradito con la palabra “Planta”, un rectángulo vertical, esta vez con la palabra “Vista”. Se trataba de la descripción de una columna, y así sucesivamente con todos los elementos constructivos. 

La firma Constructa tenía un domicilio en la Capital Federal, si bien, según los dichos del arquitecto, su origen era sueco. Un día, cansado de estas verdaderas payasadas, fui a la sede de Buenos Aires, que naturalmente no existía. Se realizó, luego, una reunión con buena parte de la Comisión Directiva, el Dr. Pojomonski, abogado de la Vigil, el arquitecto en cuestión y nosotros mismos. Acosado por el abogado, el arquitecto bajó su cabeza y se retiró.

Afortunadamente no lo vimos nunca más, y pudimos hacer el legajo de la gran Biblioteca. Era grandiosa, no solamente por albergar unos 800.000 volúmenes, sino que se implantaba, por primera vez en el país el sistema de estanterías abiertas, es decir, con la posibilidad que los usuarios pudieran ver, tocar, echar un primer vistazo a los libros y eventualmente, pasar por el mostrador para materializar el retiro.

A todo esto, se habían comprado unos terrenos cerca del Río, me parece recordar que en la costa de Villa Gdor. Gálvez, donde se pensaba realizar un grupo de viviendas. No tuvimos participación en este proyecto, pero sí pudimos conocer y entablar una muy buena relación con el Ingeniero Dante Seta, diseñador y ejecutor del Viaducto Avellaneda, entre otras obras de similar envergadura. El diseñó y llegó a ejecutar parcialmente, un sistema de premoldeados para la realización de las viviendas.

Pero claro, no todo son soles y luces en la vida de la Vigil. En primer lugar, hay que señalar que apareció, como tantas veces en este país, una inflación espantosa. Las rifas no podían indexarse, pero los cientos de autos que se ofrecían de premios, departamentos y otras maravillas sí. Habíamos comenzado a ejecutar en calle Salta al 1800 un edificio enorme, muy en plan CampyBerca, modulado, premoldeados por todos lados, etc. Llegamos a construir dos subsuelos de cocheras y la planta baja, pero, rápidamente se vendió para cubrir algunas deudas.

Por otra parte, la tropa de Isabelita -la famosa Triple A- hizo una primera incursión vandálica, con mobiliario roto, televisores por las ventanas y otras delicadezas por el estilo. Habíamos diseñado hasta los sillones y más aún: los portaceniceros con el logotipo de la Vigil como base del diseño. Las ventanas, (importadas, marca Flamia) que pueden verse aún, eran una maravilla: abrían a vaivén con eje horizontal, tenían doble vidrio, y en el medio, persianas para controlar el sol. Rompieron varias, pero las pudimos reponer con reservas que teníamos bien guardadas.

Los que no se pudieron reponer fueron los miles de libros que los militares quemaron en la misma parrilla donde hacíamos los asados, en el patio del fondo del jardín de infantes. Entraron en el 77, destrozaron todo lo visible, encarcelaron y torturaron a los dirigentes que estuvieron presos meses, sus casas allanadas. La Biblioteca compraba unos libros de reproducciones de arte que se hacían en un país de la órbita comunista pero no precisamente por cuestiones ideológicas sino porque era donde mejor se hacían.

Verdaderas obras de arte mostrando obras de arte. ¿Tenían que ser quemadas?. Durante días, en discretísimos acercamientos que hacía, podía ver salir la columna de humo de la chimenea de la parrilla.

Pasado un tiempo, me atreví a intentar rescatar algún legajo de nuestras oficinas. Con el debido terror me presenté al soldado de guardia que me presentó al oficial interventor a quien le manifesté mis intenciones. Muy gentil el hombre, me hizo acompañar por el soldado a las oficinas: casi no pude abrir la puerta ya que más o menos un metro de alto de planos abollados y rotos cubrían el piso. No habían dejado nada sin revisar.

Siguieron después muchísimos pases de mano en mano, de los militares a no sé quién, luego a la Provincia, etc. Afortunadamente, hace poco, una Vigil “in restauro”, me invitó a donar los originales del Concurso, que fueron expuestos en el Hall Central, con la presencia y las palabras de Augusto Duri, ex presidente que sigue trabajando con las nuevas autoridades y Albino Serpi, el ex secretario. Fue un momento muy emotivo; sirvió para recordar que no habíamos trabajado en vano tantos años.