Gestos arqueológicos en un pueblo de peces, pájaros y arcilla

La Gaceta Arquitectura dialogó con la artista Virginia Sotti, autora de la muestra “Censo Vecinal de Gestos Arqueológicos”, que hasta el 15 de noviembre se exhibe en el Espacio Mínimo Emergente del CAU D2 en el marco del ciclo Prácticas artísticas en torno al territorio. Un viaje a la intimidad del relato de habitantes de la zona ribereña de Boca de Monje que atesoran piezas de cerámicas antiguas que encuentran en las barrancas y que fueron confeccionados en su gran mayoría por habitantes de la comunidad Chaná-timbú.

por La Gaceta

Con el ciclo Prácticas artísticas en torno al territorio, el Colegio de Arquitectura y Urbanismo de Rosario (CAU D2) viene estimulando la apertura de la disciplina a distintas propuestas que enriquezcan las miradas y los modos en que nos relacionamos con el entorno. El lugar asignado por el Área de Cultura para abrir al público estas acciones es el Espacio Mínimo Emergente, que funciona en la sede del Colegio de Avenida Belgrano 646 y tiene a la licenciada Sofía Desuque a cargo de la curaduría. En el marco de ese ciclo, hasta el 15 de noviembre se exhibe en ese espacio la muestra “Censo Vecinal de Gestos Arqueológicos”, de la artista rosarina Virginia Sotti.

Radicada desde hace más de tres años en Boca de Monje -pequeña población santafesina ubicada en la unión del arroyo Monje con el río Coronda-, Virginia se propuso investigar y acceder a la historia que guardan las cerámicas que sus vecinos y vecinas de la zona encontraban enterradas en las barrancas, piezas con cientos de años de antigüedad confeccionados en su mayoría por habitantes de la comunidad Chaná-timbú.

Fragmentos de vasijas, ollas, asas y sahumadores son algunas de las piezas que el río va devolviendo a la superficie y la gente del lugar encuentra en sus quehaceres cotidianos y atesora en sus casas.

Con una vocación que cruza lo arqueológico con lo antropológico y lo artístico, Virginia Sotti va al encuentro de estos objetos poniendo como centro de su interés la relación de las personas con esas piezas, el relato que ofrecen, y la preservación de esa atmósfera de intimidad que consigue en las charlas que mantiene con los vecinos y vecinas en sus propias casas y que registra con su grabador.

La muestra que se exhibe en el Espacio Mínimo Emergente recrea ese ámbito y propone a quien la visita realizar la experiencia de tomar asiento en torno a una mesa, calzarse los auriculares y escuchar el relato de estas personas mientras se revisan álbumes con fotografías de los objetos hallados en el lugar.

“Me interesaba, particularmente, escuchar los imaginarios que había en torno a esas piezas; conocer cuál es esa historia que se va construyendo desde abajo y que surge de la materialidad», dice la autora a La Gaceta Arquitectura. Y agrega: «Creo que ese barro, que después fue cerámica y que después estuvo tanto tiempo ahí, a la deriva del río, tiene una carga histórica que está en el objeto. Las personas que conviven con eso, de alguna manera, la están recibiendo”. 

—¿Cómo influyó en tu búsqueda artística la experiencia de vivir en un lugar tan particular como Boca de Monje y acceder a su historia?

—Boca de Monje está en el cruce del arroyo Monje con el río Coronda. En 1616, la Corona Española creó en ese lugar la reducción de indios San Bartolomé de los Chaná. A mí me sorprendió mucho el hecho de que, habiendo vivido en Rosario y estando en contacto con un un río que tiene la misma historia indígena (porque el Coronda es un brazo del Paraná), y estando sensibilizada por esas cuestiones, desconocía muchas cosas. Es una historia invisibilizada, de algún modo.

A mi me interesa la divulgación. Yo soy docente de escuela pública. Por lo tanto, tengo una mirada didáctica para transmitir que no sólo es para pasar una información a alguien que no la tiene, sino para ampliar la participación a la gente, pensando que el patrimonio es algo que se construye entre todos.

El patrimonio no es mío ni del museo ni de la academia; es de la gente. Yo ya vengo participando desde que me empecé a interiorizar en estos temas en un grupo que se llama Red Patrimonio en Construcción, donde me fui vinculando con arqueólogos, historiadores, museólogos que, desde distintas localidades de Santa Fe, vienen abordando la cuestión patrimonial de cada lugar. 

Los vecinos ya tienen una sensibilidad en torno a esto porque vienen custodiando las piezas que azarosamente va largando el río».

Yo trabajo en otros proyectos artísticos que se ligan con una búsqueda museográfica para divulgar estas cuestiones. Un ejemplo es la muestra “Memoria del barro”, que la presentamos hace muy poco en el Museo Histórico Provincial Julio Marc, que es una colección de cerámicas de la zona de islas frente a Rosario.

Cuando me fui a vivir al pueblo, lo hice porque tenía deseo de estar en un entorno agreste de esas características. Llegué con un proyecto artístico ligado a la identidad ribereña. Me sorprendió que allá, la cuestión indígena era algo harto conocida, y que estaba presente de una forma muy popular, muy espontánea e intuitiva.

Los restos materiales de la vida de aquellas personas de hace dos mil o tres mil años, estaban en el mismo lugar que habita la gente de hoy en día, y aparecían en sus actividades cotidianas. Cuando van a pescar, cuando hacen un pozo en el patio, encuentran esas piezas.

¿Y qué ocurre cuando encuentran esos objetos? ¿Es un acontecimiento el hallazgo o se ha naturalizado? ¿Saben distinguir los objetos que son de interés arqueológico de los que no?

—Los pescadores son los que más encuentran esos objetos. Y sí, es un acontecimiento. Cuando se encuentra una pieza entera es un chisme que empieza a correr enseguida. Corre de boca en boca la noticia.

Ellos ya saben que hay ollas, muchas de ellas con asas, que hay pedacitos de cerámicas con incisos (que son dibujos grabados), cucharas, y que también piedras que no son de la zona y que pueden provenir de trueques que hicieron en su momento los habitantes de esa zona. 

Esta muestra es una experiencia que demanda un tiempo del visitante para vivenciar esos relatos y ese entorno».

Estas piezas, raramente llegan a manos de investigadores. Allí no hay museos ni políticas públicas que resguarden y difundan ese patrimonio. Hay una puesta en valor de la memoria del lugar a través de prácticas de museología casera, como las llamo yo.

Los vecinos ya tienen una sensibilidad en torno a esto porque vienen custodiando las piezas que azarosamente va largando el río. Y, para evitar que se las lleven los visitantes o se pierda con alguna crecida, las van guardando en cajitas. 

—¿Se puede decir que tu propuesta es abrir las puertas a esa especie de museo doméstico y al relato de esos custodios?

—Sí. Y yo entiendo que puede ser polémica esta muestra, porque muchos arqueólogos consideran que no hay que hablar bien de quienes saquean sitios y se llevan patrimonio que es de todo para sus casas. Y yo estoy poniendo en escena a la gente que tiene esos objetos. Pero es necesario remarcar que esa gente está esperando que haya un museo.

Es poner en valor otras cuestiones: que se pueda difundir, que se pueda comprometer a los estados locales para que generen espacios de guarda y puesta en valor. Es una forma de visibilizar. 

De todas formas, tratamos que la gente sepa que es muy importante de que, si se encuentra una pieza, lo indicado es no sacarla del lugar. Porque el especialista necesita leer toda la escena, ver en qué estrato está ubicada, y otros detalles del entorno que permite reconstruir la historia. Porque sino, esa pieza no narra nada. Es una pieza suelta que no cuenta nada. 

—¿Cómo resumirías, en pocas palabras, la experiencia que proponés a quienes visiten esta muestra?

—Me pareció interesante recoger las voces de los vecinos y vecinas en forma directa por medio de entrevistas, y que esas entrevistas estén en la sala de exposición. Y también conseguir que la misma instalación tenga algo de esa cuestión de la corporalidad en el pueblo. 

Es una experiencia que demanda un tiempo del visitante para vivenciar esos relatos y ese entorno. En esta muestra la visualidad no es lo que prima. Para hacer la experiencia te tenés que sentar, tomarte un tiempo para escuchar y mirar las fotos. Lo que se propone es un viaje en las voces, en las formas de decir. Hay algo musical en esas charlas. Se genera un clima muy particular.