Caminito al costado del mundo: la obra intangible de Alfredo Pereyra

El pasado 14 de marzo murió en Rosario el arquitecto Alfredo Pereyra. Quienes estudiaron arquitectura en los años 80 y 90 lo recordarán como aquel personaje pintoresco que daba clases particulares, casi a cambio de nada, en plazas o bares. Siempre, fuera de la academia y con la mente abierta a otras realidades. Amigos, colegas y alumnos, comparten con La Gaceta algunos detalles de su vida.

En arquitectura, como en tantos otros órdenes de la vida, hay muchas formas de ser un “distinto”. Y aunque en el caso de esta disciplina esa cualidad suele medirse por la singularidad o calidad de la obra construida, la originalidad de los proyectos, la elección de recursos constructivos o el bagaje teórico y conceptual, existen otros parámetros que también son válidos para ostentar ese adjetivo. 

La solidaridad, la vocación por compartir conocimientos en forma desinteresada, pueden ser algunos de ellos. Es por eso que desde La Gaceta queremos evocar a Alfredo Pereyra como un distinto. Este arquitecto rosarino que falleció el 14 de marzo pasado dedicó buena parte de su vida a ofrecer clases particulares a estudiantes de arquitectura en ámbitos alejados de la academia. Incluso, llegando a utilizar plazas de la ciudad como aulas al aire libre. Y siempre, impartiendo sus conocimientos a cambio de prácticamente nada; cobrando una suma simbólica de dinero sólo a quienes aprobaban la materia.

Es muy posible que arquitectos y arquitectas que cursaron sus estudios en los años ochenta y noventa lo recuerden como un personaje pintoresco al que, en algún tramo de la carrera, acudieron a él para reforzar conceptos antes de rendir un examen. Y allí, en una plaza, en un bar o en algún departamento prestado, conocieron el particular universo de este arquitecto que, utilizando recursos histriónicos más propios del stand-up que de la docencia tradicional, estimulaba el razonamiento y al diálogo de la disciplina con la filosofía, la historia, el arte, y hasta el esoterismo.

En los años 70, Pereyra fue ayudante en la cátedra de Historia de la facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional de Rosario. Por decisión propia, con la llegada del golpe cívico-militar de 1976 decidió abandonar para siempre la facultad para proseguir con su vocación por la docencia desde otro lugar; por los carriles de ese camino alternativo, casi anti-sistema, por el que eligió transitar su propia vida.

Una nota periodística publicada en la revista Noti Express del año 2004 firmada por Damián Umansky tituló «La facultad al aire libre» para dar cuenta de la llamativa presencia de Alfredo Pereyra con su grupo de estudiantes de arquitectura que escuchaban sus clases en la Plaza Sarmiento. El propio Pereyra explicaba allí el origen de esa iniciativa:

«En el año 1978 hubo un período en la facultad de Arquitectura en el que un montón de profesores se fueron, y entonces la cúpula docente quedó en estado crítico. Fue así que un grupo de alumnos me planteó que tenían problemas con una materia que en ese tiempo se llamaba Condicionamiento de los edificios. Y yo les respondí que les iba a dar una mano». Y sobre su alejamiento de la facultad explicaba: «Si yo presentaba papeles y rastreaban algunos de mis antecedentes, corría el riesgo de quedar engrampado. En el 76 se desarticuló todo».

Y en otro tramo de la nota, explicaba el objetivo que perseguía con esas clases particulares y daba una definición de sí mismo: «Busco mostrar que hay más de un modelo. Habitualmente, el docente muestra que hay uno solo, como si fuese el único o el verdadero. Yo soy anti-académico; siempre apuesto a buscar alternativas».

El pasado 14 de marzo falleció en Rosario el arquitecto Alfredo Pereyra. Quienes lo conocieron, lo evocarán como un personaje pintoresco al que recurrían estudiantes de Arquitectura de los años 80 y 90 para tomar clases particulares -solo cobrando algo simbólico a quienes aprobaran- en espacios atípicos como plazas o bares. Colegas, alumnos y amigos comparten sus recuerdos.

El arquitecto Guillermo Sagarraga fue alumno de Alfredo Pereyra en los primeros años de democracia y, con el tiempo, se convirtió en su amigo. Al ser convocado por La Gaceta para reconstruir algunos aspectos de la vida y la labor docente del “profe de la plaza”, Sarraga se muestra predispuesto y suelta definiciones y anécdotas aleatorias que pintan al personaje.

“Cuando tenías problemas con Historia de la Arquitectura porque no entendías mucho, ahí aparecía la posibilidad de ir a hablar con Alfredo. Cuando yo fuí a verlo, él daba clases en una casa chorizo de 3 de Febrero entre Juan Manuel de Rosas y Buenos Aires. Yo fui pensando que iba a ser con una modalidad parecida a la de un instituto, y fue todo lo contrario! Ya te sorprendía que no pusiera un precio a sus clases: ‘dame lo que puedas’, era su respuesta cuando le preguntabas”, recuerda Sarraga.

«Alfredo tenía una visión antisistema. Le gustaba la astrología, mirábamos películas de ciencia ficción como Blade Runner y analizamos la escala de las cosas. Siempre tenía una mirada arquitectónica pero que ampliaba y conectaba con otras cosas. Entonces, en las charlas con él se mezclaba la arquitectura con la filosofía, con el futuro, con pensar al ser humano», dice.

Sagarraga afirma que diez años atrás, Alfredo ya había dejado de dar clases. “Mientras la salud se lo permitió, se juntaba a charlar con alumnos. Le gustaba hacer cartas astrales, filosofar sobre viajes al futuro. Le gustaba estar con gente a la que consideraba ‘especial’, con aquellos que podía hablar de temas como los portales al futuro, por ejemplo”.

El actual presidente del Colegio de Arquitectura y Urbanismo de Rosario, el arquitecto Ariel Giménez, es otra de las personas que conocieron a Alfredo Pereyra y compartieron momentos con él.  

“Mi vínculo con Alfredo se dio a través del arquitecto Edgardo Berta. Lo conocí en 1986, cuando yo iba al estudio de Edgardo y Alfredo estaba usando ese espacio para dar sus clases, que eran muy especiales y muy concurridas. Era un hombre multifacético, porque tenía conocimientos de arquitectura, de física, matemática, de muchas cosas que abarcaba con sabiduría”, dice. 

“Era una biblioteca andante que, a su vez, nunca dejaba de estudiar. Era una persona super formada, humilde y muy dispuesta a difundir el conocimiento. En aquel momento, la materia filtro de la carrera era Acondicionamiento, que comprendía el cálculo de la luz artificial, de la luz solar, el acondicionamiento térmico; todas cosas muy complejas que Alfredo traducía a sus alumnos con mucha capacidad. Era un fuelle paralelo a la facultad. Y era admirable su capacidad de síntesis, su metodología para explicar cosas muy complejas de un modo muy didáctico”, agrega. 

A modo de conclusión, Ariel Giménez expresa: “Alfredo Pereyra fue una persona notable, que contribuyó a la formación práctica de muchos profesionales de nuestra ciudad. No tengo dudas de que ha dejado un muy buen recuerdo, no solo en mí, sino en un montón de gente a la que formó”.