Bauhasaurus: un divulgador de la arquitectura en tiempos de redes sociales

La Gaceta dialogó con Alejandro Csome, el arquitecto que desde sus cuentas de Twitter, Instagram y Twitch abandona la endogamia que suele dominar a la profesión para poner al público general a hablar de arquitectura. “Si no dejamos de hablarnos entre nosotros, es lógico que la gente no sepa bien de qué nos encargamos, cuáles son nuestras tareas”, dice.

por Sebastián Stampella

En un momento de su vida, Alejandro Csome consideró que debía darle un cauce a esa pasión por la arquitectura que compartía con colegas y que lo llevaba, por ejemplo, a acompañar un asado con charlas interminables filosofando sobre vigas, hormigones o dinteles. Fue así que creó un perfil de Twitter denominado Bauhasaurus y, bajo el lema arquitectura para las masas, emprendió un camino de divulgación que en poco tiempo captó la atención de propios y extraños.

El crecimiento del número de seguidores y el interés que generaron sus publicaciones lo llevaron a incursionar en otras redes sociales, como Instagram y Twitch. Detesta que lo definan como un influencer y considera que el rol de divulgador le queda grande. “Lo mío es comunicar arquitectura”, nos dice en esta entrevista. 

—¿Cómo surge la idea de divulgar la arquitectura en redes sociales? ¿Fue algo premeditado o nació con otra finalidad y decantó en eso?

—Surge de una pulsión mía de querer hacer esto porque es algo que me gusta y porque vi que lo necesitábamos. A mí siempre me interesó explicar arquitectura, tanto a mis compañeros y compañeras de facultad como a mis amigos y mi familia, es decir, a gente que no era del palo. Yo notaba que los lenguajes de adentro y afuera de la facultad eran muy distintos. No me refiero sólo a la gente que te puede contratar, sino al público en general. Es que hay un lenguaje que solo entendemos nosotros, y eso lleva a una endogamia muy fuerte que permea en todo.

En los portales de arquitectura y en los medios dedicados a la profesión les hablan a los arquitectos y no a la gente. Siempre vi eso como un problema que dificulta el acceso de la gente a la arquitectura. Entonces es lógico que la gente no sepa bien qué es lo que hacemos, de qué nos encargamos, cuáles son nuestras tareas, o cuáles son los derechos y obligaciones de las partes en una obra.

A diferencia de otros países, en Argentina no tenemos una cultura arquitectónica muy instalada. Y siempre identifiqué que parte de ese problema éramos nosotros, porque como colectivo profesional nunca tuvimos grandes comunicadores de la arquitectura. Siempre nos hablamos entre nosotros. 

Tenemos un problema de comunicación porque nunca salimos, como colectivo, a informar a la gente lo que hacemos».

—¿Y creés que ese déficit de comunicación por parte del colectivo de arquitectos/as explica, en parte, los inconvenientes o malentendidos que suelen aparecer en la obra?

—Sí, tal cual. No sólo tenemos una precariedad en cuanto a los sistemas de contratación generales, no comunicamos toda nuestra responsabilidad ni los derechos y obligaciones que tenemos nosotros y los clientes. Hay una cuestión de precariedad estructural que nos excede como profesión.

Me sorprende cuando aparecen esas excusas del tipo: “No, cómo voy a contratar a un arquitecto con lo que cuesta”. Cuando explicás que el arquitecto cobra entre el 10 y el 15 por ciento del costo de obra, que tenemos una responsabilidad civil y que nos encargamos de tal volumen de trabajo, terminan entendiendo que lo que se cobra es relativamente barato. Entonces, lo que tenemos es un problema de comunicación porque nunca salimos, como colectivo, a informar a la gente lo que hacemos.

Todas las revistas y publicaciones que existen, comunican para adentro. Hay debates que surgen en mis redes sociales que deberían darse también en la facultad. Una vez publiqué algo sobre explotación laboral y pedí que cuenten sus experiencias. Recibí más de 250 mensajes.

Nosotros no tenemos una figura sindical para hacer un reclamo, y también es una práctica muy aceptada por el ecosistema arquitectónico eso de “pagar derecho de piso” o “tenés que jugártela y ganarte el respeto”. La facultad debería recoger y encauzar estas problemáticas con capacitación, planteando una ley, concientizando a colectivos estudiantiles sobre el futuro laboral, sobre los cuidados que se deben tener.

Hay una desconexión entre lo que pasa en la academia y lo que pasa afuera. Se entienden como espacios que compiten por la atención del cuerpo estudiantil cuando en realidad deberían ser espacios complementarios. Vos podés plantear un debate en redes que no es propio para darlo en la academia, pero puede funcionar como un disparador.

En pandemia organicé un mundial de arquitectos y arquitectas de la historia, con fixture, con grupos, con todo. Algunos profesores de la Facultad me mandaron mails para ver si podían usar ese formato. Al final ganó Gaudí, por el voto popular. Es curioso porque ganó alguien que no era arquitecto.

—Bueno, pero eso puede ser un indicador de que estás llegando a un público más amplio, por fuera del mundo de la arquitectura…

—Exacto. Sin dudas debe ser por eso. 

—¿Existen antecedentes de divulgación de la arquitectura como la que venís haciendo en las redes sociales o estás solo en esta tarea?

—Este lugar que yo ocupo ahora es bastante novedoso. Hay algunas otras personas que están queriendo copiar este formato, y es algo que me tiene sin cuidado porque cada uno tendrá su impronta. Pero es raro que no haya existido antes. Cuando hablás de divulgación de arquitectura en Argentina es hablar de un nicho del nicho. Porque hay poco y nada de cultura arquitectónica en Argentina, a diferencia de lo que pasa en Brasil o México.

Acá predomina una mirada de la arquitectura como una imagen de ciudad como Buenos Aires, algunos edificios, pero hay un gran movimiento de arquitectos y arquitectas nacionales icónicos que no tienen la presencia que deberían dentro de la historia de la arquitectura argentina. Para eso, siempre recomiendo un libro muy completo de Francisco Liernur, Arquitectura en la Argentina del siglo XX

—Con bastante frecuencia compartís videos de los llamados “satisfactorios” que tienen como protagonistas a albañiles resolviendo con destreza e ingenio una determinada labor. Más allá de difundir esa tarea específica, se intuye una intención de reivindicar el rol de estos trabajadores. 

—Sí. Mi bisabuelo vino de Hungría sin nada acá, y fue maestro constructor al igual que mi abuelo en su momento. Yo estuve toda mi vida en contacto con la obra. Siempre me molestó cuando desde el colectivo profesional se denigraba a los trabajadores de la construcción. Desde mi lugar, compartir videos de albañilería es una forma subliminal de reivindicar ese trabajo. Y en otros casos soy más directo, como en el Día del Albañil, donde dediqué unas palabras.

Es que hay una realidad: el personal de la construcción es el que está viajando a las cinco de la mañana para hacer el pastón a las siete y media y empezar a revocar a las ocho en pleno invierno. Y muchas veces lo hacen en condiciones infrahumanas o esclavizantes. 

—¿Tenés algunas estrategias definidas a nivel del lenguaje o de imágenes para generar mayor impacto en tus publicaciones? 

—Muchas cosas surgen a partir de la aparición del meme como lenguaje. Yo decidí comunicar como si estuviera hablando entre pares pero fuera de la facultad. Es notorio como, cuando se pierde esa estructura rígida de la academia, aparecen otros debates, los chistes, una cosa más transparente. Para hacer un hilo de Twitter yo estudio bastante. Busco fuentes, agarro los libros, fotografío. Me preparo constantemente para hacer esto porque me lo tomo con seriedad, lo considero una linda tarea.

Comunicar por fuera de la academia no significa que no haya algún sentido riguroso de fondo, porque los memes tienen su carga teórica. El que lo sabe decodificar, lo hace. Yo encuentro videos satisfactorios y después los uso como caballo de Troya para hablar de otros temas.

Por ejemplo, una vez vi uno de un helecho que estaba empaquetado y que, al sacarle la funda que lo cubría, desplegaba sus hojas como si fuera una explosión. Entonces puse: “Por el amor de Burle Marx, que lindo que es esto”. Con esa mención, muchos empezaron a preguntar quién era Burle Marx, que era lo que yo estaba buscando. Es como poner un cebo. Después comprobé que en la fecha de publicación de mi tweet se generó un pico en la búsqueda de Burle Marx.

—Ese micromundo del que hablás, esa cosa endogámica, se da en todos los colectivos profesionales. ¿Qué particularidades encontrás en la arquitectura y por dónde pasa el desafío de comunicarla a un nivel más popular?

—En otros ámbitos es más común encontrar divulgación. La medicina tiene más divulgación e incluso una ciencia dura como las matemáticas la tiene. Mi pregunta es por qué no hablamos más de arquitectura si es algo que está tan presente en nuestra vida cotidiana. Nuestro trabajo, nuestras casas y nuestras relaciones están atravesadas por la arquitectura.

Una vez hice un hilo de Twitter reflexionando sobre cómo la medianera es el primer elemento comunitario constructivo que tememos, por temas de derechos, porque nos obliga a estar en contacto con vecinos, e incluso desde lo problemático, porque nos obliga a tener fricciones humanas.

Lo bueno de la divulgación en redes es que surgen cuestionamientos: ¿Qué pasa con la proliferación de monoambientes de 20 metros cuadrados? ¿Quién tiene la culpa, el Estado, el mercado, los arquitectos? ¿Qué están haciendo con las ciudades? Entonces se abren debates y aparece una interpelación pública al colectivo de arquitectos que tenía que haber sucedido hace cuarenta o cincuenta años atrás. En Argentina, con un alto nivel de construcción por autogestión, la figura del arquitecto todavía no permeó tanto. Por eso creo en la importancia de comunicar. 

—Imagino que las conversaciones que mantenés con tus colegas deben funcionar como una usina de contenido para llevar a las redes. 

—Un asado de arquitectos es muy aburrido si no sos arquitecto. Sin generalizar, hacemos mucha catarsis. Es una profesión muy demandante en cuanto a las horas físicas de trabajo, los roces con diferentes actores. Tenés que saber de psicología, de economía, de contabilidad, de sociedad, de trato humano, de diseño, de instalaciones.

Es como decía Vitruvio, que hablaba de la arquitectura como una cuestión mucho más holística de lo que es ahora, que tenía que juntar arte, filosofía, construcción. El arquitecto se veía como un director de orquesta en la que la sinfonía era la obra. Por eso, lo primero que sale en una juntada es una catarsis. Por lo general nos colgamos hablando mucho de detalles de resolución de obras. Pero la arquitectura pasa a ser una forma de ver la vida.

Cuando murió Quino yo hice un hilo sobre unas viñetas de él desde una perspectiva arquitectónica y urbana. Es que la arquitectura te condiciona la mirada del mundo. Cuando vos estás constantemente comunicando para tu nicho arquitectónico, tu mirada no sorprende. Pero cuando la abrís al mundo, muchos descubren que los arquitectos tenemos bastante para decir de muchas cosas.

Descargá esta nota en PDF