Arquitectura con perspectiva feminista: historia y presente de una lucha por la igualdad

En vísperas de la conmemoración del Día Internacional de la Mujer, la arquitecta y docente Cecilia Pellegrini nos comparte algunas reflexiones sobre el rol de las mujeres en la profesión. La perspectiva histórica y el devenir de las consignas feministas en los nuevos escenarios sociales. Las violencias de género en el ámbito académico y en el ámbito laboral. Y también, la necesidad de aclarar algunos equívocos: “Luchar para que los hombres hagan un lugarcito a algunas mujeres arquitectas selectas es ser funcional al sistema patriarcal”, afirma.

por La Gaceta Arquitectura

La arquitecta y docente rosarina Cecilia Pellegrini es egresada de la FAPyD de la UNR y desde 2019 cursa la Maestría en Historia y Cultura de la Arquitectura y la Ciudad en la Universidad Torcuato Di Tella de Buenos Aires con una tésis bajo la dirección de la Doc. Arq. Ana Rigotti titulada “Aproximaciones teóricas al espacio doméstico desde una perspectiva feminista”. 

Entre otras actividades, integra el colectivo Dinamitar para habitar, que tiene como objetivo abrir el debate en torno a la domesticidad y la enseñanza de arquitectura con perspectiva de género, y escuchar otras voces, otros modos de habitar, otros espacios, con el fin de comprender cómo se relacionan los cuerpos con la arquitectura.

En vísperas de la conmemoración del Día Internacional de la Mujer, en La Gaceta consideramos a Cecilia Pellegrini como una voz autorizada (entre tantas en el ámbito de la arquitectura) para abordar el rol de la mujer en la profesión desde una perspectiva histórica, dimensionar las conquistas del colectivo feminista, y poner en contexto las problemáticas actuales y los frentes de lucha que siguen vigentes.

—¿A qué atribuís el hecho de que en el ámbito académico (como es el caso de la FAPyD) las mujeres estudiantes de arquitectura son mayoría, eso no sucede en el ejercicio profesional?

—Esto se explica por las miles de capas que hacen a estas lógicas de funcionamiento patriarcal. Básicamente, porque vivimos en un mundo patriarcal. Y aunque hoy la palabra patriarcado esté casi gastada y haya gente que, aún sin saber qué significa, apenas la escucha se pone a la defensiva, ese concepto sigue siendo tan importante como cuando se formuló.

La idea de patriarcado se gesta y se pone en foco en la lucha feminista en lo que se conoce como la segunda ola del feminismo, por los años 60. Es decir, hace ya ochenta años. Básicamente hace referencia al dominio masculino por sobre todos los demás géneros. El patriarcado es el dominio del hombre joven blanco y acomodado económicamente, por sobre el resto de los sujetos que no reúnen estas condiciones. 

Es importante decir que un feminismo que defienda solamente los derechos de las mujeres y que solo se enfoque en incorporar a algunas pocas mujeres igual de privilegiadas que ciertos varones a la corta lista de nombres del star system, es algo que resta y embarra la cancha, porque sostiene y profundiza la lógica binaria que encorseta todo. 

Como no vemos en estas listas de arquitectos “destacados”, o en puestos de poder, a mujeres, tampoco vemos a personas transgéneros o personas queer, por ejemplo. Entonces, luchar para que los hombres nos hagan un lugarcito a algunas mujeres arquitectas selectas es ser funcional al sistema patriarcal. 

Si bien es cierto que hoy vemos mujeres premiadas y en cargos de poder, siguen siendo la minoría y siguen siendo mujeres cis. Hay mayoría de docentes mujeres en la universidad, pero históricamente la mayoría de los titulares de cátedra siempre fueron hombres. Y lo mismo sucede en los cargos de gestión, dentro y fuera de la universidad, y con los premios de arquitectura y publicaciones en revistas. 

—¿Y cómo analizás, desde una perspectiva histórica, este fenómeno?

—Creo que el principal motivo es la invisibilización, que es histórica y que actualmente persiste. Un caso paradigmático es el de Denise Scott Brown, la esposa de Robert Venturi, que escribió un texto sobre este tema que se llama “Room at the top?”, traducido como “¿Hay lugar en la cima?”. 

En ese libro se relata cómo ella fue sistemáticamente invisibilizada por la crítica y la historia de la arquitectura, que le otorgó el reconocimiento casi exclusivamente a Venturi, aún cuando el propio Venturi -según cuenta- le pedía a los investigadores y críticos que incluyeran a Scott Brown en la autoría de su libro más conocido “Aprendiendo de las Vegas”, y en otras de sus obras.

Entonces, no es que no existieron mujeres arquitectas increíbles, mujeres trans o personas queers, sino que casi nadie habló de ellas. Hoy en día hay muchos trabajos que se dedican a completar estos vacíos en la historia de la arquitectura. 

Uno de los más conocidos es “Un día una arquitecta”, otro es el Archivo Internacional de Mujeres en la Arquitectura (IAWA), que se fundó en 1980. Y hay muchísimas investigaciones en curso. Sin embargo, la perspectiva de género no termina de incorporarse a los programas educativos. Ese es otro tema pendiente. 

—¿Cómo caracterizarías a los distintos tipos de violencia de género que se dan en el ámbito de la arquitectura?

—El problema de la violencia de género está presente en nuestras vidas y en nuestra profesión: aparece en las obras de construcción, en el trato con los clientes, y también en las instituciones. 

Hay diferentes grados de violencia de género, porque no sólo hablamos de violencia física. En el ámbito académico, por ejemplo, hay mucha violencia verbal y psicológica que se deja pasar, o que se denuncia, pero no tiene consecuencia para esos docentes. 

Lo mismo pasa en las obras, que muchas veces se vuelven escenarios laborales muy hostiles y peligrosos, y que desalienta a muchas mujeres a involucrarse en ese ámbito que es tan importante para la profesión. 

Y después está la violencia más recurrente o, si se quiere, menos problematizada,que es la del ninguneo, la de bajarle el valor a las profesionales. Esto se ve en el preconcepto de que las mujeres somos buenas en interiorismo y decoración y que hasta ahí llegamos. 

También se puede leer con perspectiva histórica este tema, ya que el lugar asignado a las mujeres durante muchos años fue la casa y más específicamente la cocina. 

La domesticación de las mujeres en las casas, en el mundo privado, mientras que únicamente los hombres se desenvolvían en el mundo público, social y político. Sobre esto escribe Maria Novas en su libro “Arquitectura y Género”, que salió hace muy poco, entre muchas otras autoras que abordan este tema.

Para resumir, podemos decir que la violencia de género, en sus diferentes facetas o formas de expresarse y la invisibilización, son dos manifestaciones del sistema patriarcal que más impactan en la profesión de arquitectura. 

—¿Cómo evaluás el camino recorrido por las mujeres a nivel mundial en la reivindicación de sus derechos, y cómo ubicás allí al notable crecimiento del movimiento feminista que se registró en Argentina a partir del Ni Una Menos?

—En principio, poner perspectiva histórica a este fenómeno nos ayuda a dimensionar la cantidad de años que hace que estamos reclamando lo mismo, el esfuerzo enorme que se hizo por ganar algunos derechos y libertades colectivas. Y también, lo fácil que resulta que todos esos años de lucha se desvanezcan en el aire. 

Me parece importante hacer un breve repaso por lo que se conocen como las olas del feminismo. La primera ola feminista suele ubicarse en el marco de la revolución francesa en el siglo XVIII y se extiende hasta mediados del siglo XIX. Giró en torno al reclamo de los derechos de las mujeres como ciudadanas. Es decir, a que las mujeres sean consideradas ciudadanas con derechos iguales a los hombres. 

Esta ola está marcada por los movimientos de mujeres sufragistas que reclamaban no solo su derecho al voto y la participación política, sino también su ingreso al mundo público en general y a la educación, a la que no tenían acceso. Para decirlo bien claro: las mujeres no podían votar, ni trabajar (excepto en tareas domésticas no remuneradas), ni estudiar.

Durante los primeros años del siglo XIX se fueron consiguiendo gradualmente algunos de estos derechos, aunque en Argentina la Ley de Sufragio se promulgó recién en 1947.

Muchas autoras vinculan directamente a la segunda ola del feminismo con la publicación en 1949 del libro “El segundo sexo”, de Simone de Beauvoir, que introduce el concepto de androcentrismo y señala que se toma a los varones como patrón de la sociedad. Esto hace que la mirada predominante del mundo esté formulada a partir de la experiencia de los varones. 

Esto disparó debates en torno a la invisibilización de las mujeres y de su marginación a los ámbitos privados del hogar y a las tareas de cuidado no remuneradas y el comienzo de una concientización de la división sexual del trabajo (que ubicaba al hombre en el mundo laboral y político mientras encerraba a las mujeres en roles de amas de casa, silenciadas y apartadas de todo lugar de poder social). 

Además, se establece la categoría de patriarcado de la que hablé al principio y la comprensión irreversible de que “lo personal es político”. Estos son los principales temas abordados en la segunda ola, en las décadas de 1960 y 1970. 

Otra cosa muy importante para destacar de este momento es que estos debates empezaron a darse sobre todo en grupos organizados, con dinámicas colectivas. Aparecieron montones de publicaciones colectivas llevadas adelante por movimientos feministas que al día de hoy son muy importantes.

En la tercera ola, a partir de la década de 1980, se incorporan nociones como la interseccionalidad, que critica al feminismo exclusivamente blanco y hegemónico e invita a considerar las diferentes experiencias de las diferentes mujeres que habitan el planeta. 

También crecen los debates en torno a la deconstrucción del sujeto, la cuestión de la identidad y las diversidades, que son temas que hoy son centrales. Y toman mucha fuerza las teorías queer y los debates en torno a la noción de género, que empiezan a desarmar la lógica binaria y heteronormativa predominante. 

Y finalmente, muchas autoras hablan de una cuarta ola que está muy atravesada por el uso de internet, los medios masivos de comunicación y posteriormente las redes sociales. En esta ola, que es la que estamos viviendo, se habla de la globalización del feminismo y la posibilidad de organizar movilizaciones internacionales, como el paro internacional de mujeres. 

Hace poco leí una tesis de María Victoria Piccone sobre el movimiento social feminista argentino “Ni Una Menos” que explica con una perspectiva decolonial por qué Argentina tuvo y sigue teniendo un rol protagónico en esta etapa. 

Desde que, en 2015, un grupo de activistas, comunicadoras y académicas convocaron a la primera movilización bajo el lema “Ni Una Menos”, la lucha feminista en Argentina creció exponencialmente. Podríamos decir que “se viralizó”, en el mejor de los sentidos. 

Este grupo tuvo un desempeño increíble en cuanto a difusión, que logró llevar los reclamos feministas de manera muy concreta y muy potente a muchas mujeres que no estaban involucradas y que a partir de ese momento se sumaron a la lucha. 

Fue clave el uso de lemas muy contundentes como el propio “Ni una menos”, “Paren de matarnos”, “Vivas y desendeudadas nos queremos”, y “Me cuidan mis amigas”, por nombrar algunos. 

Estos son lemas que no sólo se cantan y se gritan en marchas cada vez más masivas, sino que se incorporaron a la vida cotidiana y se transformaron en un modo de habitar los espacios, de comunicarnos entre nosotras, y sobre todo de cuidarnos, de estar atentas. 

El canto “Ahora que estamos todas, ahora que sí nos ven, abajo el patriarcado se va a caer se va a caer” también dice mucho. Dice que justamente somos un montón las mujeres que aprendimos a detectar el machismo y su violencia en sus diferentes modos de manifestarse, en sus micro manifestaciones; que somos muchas las que estamos atentas a cuidar a todas las otras mujeres y a no quedarnos calladas. 

La noción de sororidad fue tan potente que invirtió una lógica horrible que se sostuvo mucho tiempo: la competitividad entre mujeres se reemplazó por la construcción de redes de apoyo, de contención y de empuje. Ahora nos ayudamos. Ahora que estamos todas despiertas, ahora que sí nos ven y que estamos en todas las calles y en todas las aulas y oficinas, el patriarcado tiene que por lo menos resquebrajarse. 

—¿Observás que en Argentina este año será muy particular la conmemoración del 8M por el giro en las políticas de derechos del Gobierno nacional?

—Los últimos años fueron furiosos y hermosos, porque todas creímos que estábamos logrando de una vez y para siempre, ese resquebrajamiento en el patriarcado. La ley de la Interrupción Voluntaria del Embarazo, la Ley Micaela, La Ley de Paridad de Género, la Ley Brisa, la creación del Ministerio de Mujeres, Género y Diversidades, la formulación de protocolos y departamentos de género en universidades e instituciones, fueron logros que dejaron en claro que moverse y luchar vale la pena, que los derechos se reclaman y se valoran. 

Este 8 de Marzo, que ya todo el mundo sabe que conmemora un día de lucha por derechos, se vuelve muy importante, porque hoy todo eso que ganamos está desapareciendo en nuestras caras. Nos están volviendo a sacar derechos. 

Estamos perdiendo libertad, independencia, respeto, y seguridad. Tenemos que volver a estar todas, todos y todes en la calle, para que se vea que nadie se resignó, y que seguimos gritando que el patriarcado se va a caer, porque lo vamos a tirar.