Adrián Gasparoni: performática beat y charlas de arquitectura sin editar

El arquitecto porteño Adrián Gasparoni nos cuenta en esta entrevista con La Gaceta cómo surgió Revista BEAT, la página web que recoge sus particulares charlas con arquitectos y artistas visuales del país. Sus experiencias con colegas de Rosario y su visión de la arquitectura local.

por Sebastián Stampella

“Puedo decir que lo mío es algo así como la acción de un performer”, nos dice desde Buenos Aires el arquitecto Adrián Gasparoni. Esa definición no es espontánea. De hecho, en ningún tramo de la charla nuestro entrevistado manifiesta interés por explicar mucho en qué consiste lo suyo. Somos nosotros, desde La Gaceta, quienes forzamos esa definición en un intento por comprender los límites de esas entrevistas que realiza bajo tópicos como “Modo Verano”, “Modo Random”, “Video Minuto”; espacios catárticos que orbitan en torno a la Revista BEAT, una página web destinada a establecer un diálogo informal con referentes de la arquitectura y las artes visuales del país; un ida y vuelta sin concesiones, lejos del acartonamiento y la corrección política. 

Lo que comenzó como ciclos de apariciones en Facebook Live en el que pasaba revista en clave Tortonese y Vernacci a publicaciones de arquitectura como Croquis o Summa+, derivó -con la llegada de la pandemia- en charlas virtuales con colegas suyos a quienes proponía consignas que predisponían al entrevistado de un modo específico para abordar distintos temas.

Preguntar, criticar, hablar, hacer que lean, que hablen con otros arquitectos, pedirles que manden obra y comenten, que aporten una reflexión, una mirada. Esas son algunas de las búsquedas que Gasparoni -según nos cuenta- fue delineando en días de caminar la calle con los auriculares puestos, rumbo a la terapia para tratar su depresión. «Nada se edita ni se corrige, se pública en formato original», advierte.

—¿Entonces sos más performer que entrevistador?

—Yo busco la espontaneidad. La performance es algo que uno le propone al otro para participar. Eso siempre me gustó porque mis referentes son más artísticos que arquitectónicos. Siempre me gustaron mucho las cosas que hacía Alberto Greco. Sobre todo, lo que él llamaba el señalamiento: él iba caminando por la ciudad y señalaba a alguien y decía unas palabras mágicas, y a partir de ahí, esa persona ya era un objeto de arte. Greco señalaba gente, la fotografiaba y le preguntaba qué hacían. Eso es muy del arte conceptual de los 50 y 60. Él decía que no importaba qué haga el artista, sino que una obra de arte lo es porque la hace el artista, porque la hizo Dalí, Picasso, o Greco. Yo me defino como performer por cómo me aventuro. Cuando empecé con las salidas en vivo enviaba 10 preguntas a la gente y tenían que responder todos las mismas. Es una cuestión de cómo entro yo al juego y de lo que propongo. Pero el invitado no siente eso; piensa, y está seguro, de que está en una entrevista de arquitectura. Siempre quise que no fueran políticamente correctas ni acartonadas las entrevistas.

—¿Y ponerle BEAT a la revista es en referencia al movimiento literario y cultural?

—Por un lado, en mi primer Messenger, mi ICQ, y todo lo que usábamos en aquella época, era Crazy Beat, por una canción de Blur. Y cuando empecé a leer, me hice fanático de Jack Kerouac y toda la generación beat. Y esto que yo hago tiene mucho de eso, de escribir y no fijarte en lo que estás escribiendo, que lo que escribís, así como salió, se publique. Le doy mucha importancia a la literatura. Siempre trato de leer. En los episodios empiezo leyendo una cita, y los PDF terminan con una cita a un libro. Yo busco que la gente lea más, que el arquitecto sea más lector de literatura. Por eso en las preguntas que hago, pregunto sobre libros. Y cuando escribo, lo hago desde la ficción, con un personaje con sentimiento que, desde ese lugar describe lo que está viendo. No sé de dónde llega esa imagen de que el arquitecto lee filosofía y sociología. No sé quién nos metió esa rama en la cabeza. En los 60 y 70 todos leían a Deleuze, a Foucault. Y yo creo que, leyendo a Kerouac, a Carver, a Cheever, podemos aprender más de arquitectura. Por ejemplo, Cheever retrató al hombre suburbano como pocos.

¿Y cómo se dio el proceso de gestación de BEAT y de esos formatos de entrevistas?

—Como todo se dio en pandemia, lo primero que hice fueron 10 preguntas sobre el encierro: Películas que has visto, libro que estás leyendo, música que estás escuchando, serie que has visto, receta mas usada, página web más visitada, red social más visitada, acción que más extrañás, y lugar que más extrañás. Y la última era “cuándo crees que volveremos a ser lo que éramos el 1 de marzo de 2020”. Es muy loco lo que preguntaba en ese contexto. Hoy es divertido escuchar lo que esas personas qué me decían sobre ese momento, porque al final no cambió nada.

Así nació el proyecto. Aunque, en realidad, si me tengo que ir más atrás, yo a Beat lo empecé a crear con unos textos que hacía motivado por las asistencias a Propuesta Decente, un ciclo de arquitectos del grupo Aisenson que invitaba a un arquitecto argentino, lo sentaba en una mesa de reuniones y tenía que mostrar una obra en media hora y se le hacían preguntas.

Yo fui como oyente a todas las presentaciones del segundo año del ciclo. El último día, Pablo Pschepiurca, que es como un socio de Aisenson, dijo que estaría bueno hacer algo para que eso que pasaba allí tuviera difusión. Yo en esos días empecé a salir a caminar por Parque Saavedra con música y empecé a pensar qué podía hacer yo con eso.

Ahí creé un texto que se llamó «Una luz artificial en la oscuridad» y se lo envié a la revista Summa+. Y después, fui un segundo año al ciclo y creé otro texto que se llamó «El infiltrado», y también se lo mandé a Summa+. Al tercero que escribí, Summa+ ya no lo quiso, así que se lo mandé a Pablo Pschepiurca, y yo me inventé un Facebook denominado BEAT para poder publicar eso.

—¿Y en qué consistían esos textos?

—En «Una luz artificial en la oscuridad» me inventé un alter ego que se llamaba Bruno, y el primer párrafo era la actividad que estaba haciendo Bruno antes de ir a Propuesta Decente (cómo se había levantado, qué había estado trabajando), después un análisis de la obra con respecto a lo que pensaba de ese arquitecto, y después, como salía de ese lugar.

A su vez, en la previa y en la posterior Bruno estaba escuchando música, entonces siempre había una canción en cada texto. Entonces yo pasaba el link para que la gente escuchara la canción mientras leía el texto. Creo que nadie lo hizo.

Y «El infiltrado» era más o menos lo mismo, pero en vez de texto eran apuntes. El personaje era Adrián, y tenía un cruce con Bruno. Me divertía el cruce entre estos personajes, que al final se conocen. Después vino «Ausencias», que me gustó mucho y que fue el que menos entendieron.

Están las ausencias psicológicas, que son las epilepsias, cuando las neuronas se desconectan por un momento y quedas en un estado en el que no estás presente. Yo nací con epilepsia. Yo quería hacer dos juegos, entre la ausencia de la enfermedad y la ausencia de arquitectura en las charlas de Propuesta Decente. No se entendió mucho, y Summa+ y Propuesta Decente ya no querían saber nada con eso, así que lo publicaba yo en mi Facebook.

Yo explicaba un trastorno psiquiátrico, después las charlas de los estudios, y cómo Bruno salía afuera. Por último hice «El consumo de agua mineral incrementa la sensación de depresión», que ahí ya jugaba con cómo un personaje depresivo podía ir a una charla de arquitectura.

Después de eso, entré en un proceso de depresión muy feo. Hubo un momento en el que salía a leer, y cuando estaba leyendo pensaba que estaba bueno que la gente escuche eso que yo leía. Entonces, volvía a casa, agarraba el Ipad y me ponía a leer a Reynaldo Arena en Facebook Live. Todos los días a la tarde hacía eso. Me leí Memorias de un subsuelo, de Dostoievski, entero.

—O sea que el camino a BEAT fue como la búsqueda de un proceso terapéutico…

—Sí. Esas cosas me estaban sirviendo para salir de la depresión. Empecé a pensar y agarré una revista de arquitectura -la Croquis de Rem Koolhaas- y empiezo a leer la entrevista esa y muestro fotos como si fuera la Negra Vernaci con Humberto Tortonese, criticando lo que veía.

Con eso empecé una serie de críticas desde mi Facebook. Y tenía amigos que me festejaban y me seguían. Después empecé a hacerlo con la revista Summa+. Agarraba la revista y empezaba a bardear por 20 minutos. No editaba nada, me enojaba y lo hacía así nomás, como salía. Todo esto fue en diciembre de 2019, pre-pandemia.

Ya por mensajes privados yo tenía un grupo de arquitectos que se divertían con lo que yo hacía. En una fiesta conozco al arquitecto Matías Frazzi, que me dijo que conocía lo que hacía. Le propuse hacerle una entrevista en su estudio para MODO VERANO, que venía haciendo junto con lo de Summa+.

Para febrero le escribí y le propuse hacer el Modo Verano con la revista Croquis. Terminó el episodio, todo en cámara, y quedamos en encontrarnos de nuevo. Y lo hicimos a la semana siguiente. Y así un año sin parar.

Hasta que cayó la pandemia. Yo me quedé como excitado con eso que había construido y sentía que no podía pararlo porque me venía bien emocionalmente. Era terapéutico. Se me ocurrió hacer entrevistas por Instagram. La idea era una entrevista por día enviando 10 preguntas del encierro a ver qué pasaba. Se fueron enganchando varios arquitectos importantes, y eso me dio una espalda. Y a cada uno que entrevistaba me sugería hacerlo con otro. Era como una cadena de recomendaciones. 

—¿Y cómo te vinculás con arquitectos y arquitectas de Rosario?

—Pasó que con eso de las recomendaciones se había armado un equipo de producción. Teníamos referencias en Pinamar, La Plata y Buenos Aires. Cada uno desde esos lugares iba aportando sugerencias para próximas entrevistas. Parecíamos madres de Whatsapp. Así hicimos a Martín Aloras, por ejemplo. Se nos ocurrió y lo hice sin conocerlo previamente.

Y de la nada me aparece Juan Guardatti, que empieza a mirar las entrevistas y a poner me gusta a lo que hacía. Yo no sabía quién era, y le propuse participar. Me dijo que le gustaba lo que yo hacía y le hice la entrevista.

Empezamos a conversar casi todos los días, y me sugería a gente de la arquitectura para entrevistar. Juan me sugirió hacer más entrevistas a arquitectas mujeres, por ejemplo. Así aparecieron Verónica Peralta, Melina Spinetta, y Lucía Seisas. Ahí empecé a conquistar Rosario.

Además de Guardatti, Carlos Candia fue otra persona que me ayudó un montón. Después entró Federico Marinaro, y Tadeo Yira. A mí, Rosario me dio una mano enorme. Salvo tres o cuatro arquitectos que no quisieron participar, creo que fui por todos y los hice. 

—¿Y qué encontraste como llamativo en la comunidad de arquitectos y arquitectas de Rosario?

—Me interesó el poder que tenían las arquitectas mujeres en Rosario. Tanto Gerardo Caballero, como Rafael Iglesia, o Marcelo Villafañe, siempre sus mujeres fueron arquitectas y fueron personas individuales, con sus obras. Digo, no fueron sus secretarias. Hay un gran movimiento de mujeres.

Cuando fui a hablar con Mariel Suárez le pregunté por eso: qué había sucedido en la sociedad rosarina que había tantas arquitectas. Me dijo algo así como que el hombre rosarino no era tan machista. Gerardo ya me había hablado de una cuestión industrial, obrera, más de rebeldía, en Rosario, y que la iglesia católica no tenía tanta penetración en la ciudad. 

Me empezó a gustar el trabajo de los rosarinos. Y a su vez, me gustó que me hayan prestado atención. Creo que era algo mutuo. Hay una arquitectura rosarina bien marcada. No se si se puede hablar de un estilo, pero sí una personalidad. Puedo decir que la personalidad de Gerardo está en Iglesia y en Villafañe. Y también en Fede Marinaro. Una cuestión que es poco refinada, más rústica, algo que está en Scrimaglio también.

Me hospedé en el «Edificio Pequeño», de Fede Marinaro, y hacemos Modo Verano 3 y entrevistamos a 10 estudios rosarinos en 3 días. Entrevistamos a Campodónico. Y me di cuenta de que son todos amigos, que se conectan entre todos. Eso me parece que es positivo porque impacta en la obra de Rosario. Eso en Buenos Aires no existe. Ahora pensando, eso se ve en la arquitectura rosarina: que uno hable con el otro y se relacionen entre ellos. Cuando fuimos a desayunar a la casa de Caballero a su terraza, va Tadeo Shiira. Y después Caballero va de Guardatti y con Paola y Tadeo se quedan a ver la entrevista. Hay una cuestión de comunidad que se ve en las obras rosarinas. 

Entre las generaciones más jóvenes veo que se han cruzado en distintos estudios. No hay teams cerrados. Marinaro nos hizo unos choripanes y me estaban esperando Candia, el Mono Cittá Giordano, Garnerone, todos esperando que llegue el rockstar, que vendría a ser yo. Estuvo muy bueno en ese sentido. 

Me interesa que las entrevistas no sean sobre ellos sino sobre los demás. Preguntar sobre la obra de otro, o de música, de cine, de todo lo circundante a la arquitectura. A los arquitectos les encanta cuando pasa eso de que los llevás por esos ámbitos. Me pasó, incluso, de gente que me pidió disculpas por no hablar de arquitectura. Y al contrario, yo me prendo.

Por eso inventé ese proceso de enviarte 100 preguntas y vos seleccionás 10, eligiendo de qué querés conversar. El entrevistado se arma la entrevista como quiere. Porque si pregunto sobre una obra de alguien que no conoce, no nos sirve a ninguno de los dos.

—¿Te generó inconvenientes hacer comentarios o preguntas políticamente incorrectas?

—Yo soy así, no puedo mentir. Me viene la maldad y te la largo. No la puedo detener. Hay gente que me pide que tenga un filtro, y yo no puedo. Nadie se me enojó nunca. Me pasó de que en un evento me digan “cómo le vas a decir a tal arquitecto que su obra es mala”. Pero es así. Yo les digo que una obra no me gusta tanto sin problemas porque no lo digo mal.

Cada vez que termino una entrevista, al invitado le mando un sistema de colaboraciones en el que puede elegir: «me gustó la entrevista», «me encantó», o «es la mejor que me hicieron». Es que no puedo conmigo. Incluso, cuando termino la entrevista, les pregunto si no fui el mejor entrevistador que tuvo.

Y ahora me inventé un sistema de PDF, con la misma acción que siento como una performance. En la invitación dice que me tenés que enviar 5 fotos de una sola obra. Las miro, Te envío 5 preguntas, la respondés, y yo las publico. Sin editar ni corregir ni nada. Así como van.

Incluso, si me responden en un color de tipografía distinto la publico así porque intuyo que así lo quiso la persona. La escritura de cada uno es lo que expresa. Si me ponés cada tres palabras la palabra “como”, pienso que habla así y que, incluso, la arquitectura y tu hecho debe estar en la repetición de un vocablo. Uno escribe lo que es. Me gusta que como me llega el material, lo mando, para preservar la identidad de cada uno.