Una visita especial que revivió el pasado de la sede del CAU D2

Chichita tiene 98 años y pasó su infancia en la casona de Belgrano 646 donde hoy funciona el Colegio de Arquitectura y Urbanismo de Rosario. Este año, volvió a ingresar al inmueble. Lo hizo acompañada de su hijo y su nieta y compartió en una recorrida junto a La Gaceta historias y recuerdos de ese espacio. Como detalle, donó al Colegio parte del mobiliario original. ¿Vivió Madame Safó en este lugar?

por La Gaceta

Haydeé María Florencia Nofer es su nombre completo. “Se cansaron de ponerme nombres y, al final, para todo el mundo soy Chichita”, dice esta mujer de 98 años de ascendencia inglesa que, acompañada de su hijo, Marcelo Rossi y su nieta Marina, pasó a visitar la sede del Colegio de Arquitectura y Urbanismo de Rosario (CAU D2).

Para Chichita, entrar y recorrer los ambientes de esta recoleta casona de avenida Belgrano ubicada a metros del Monumento a la Bandera, significó un regreso a su infancia. Es que Chichita vivió en esta propiedad entre los 5 y los 7 años y fue testigo, tanto del momento en que su padre mandó a construirla, como de la traumática partida, cuando su familia debió rematarla por las consecuencias económicas de la gran crisis del ’30.

La Gaceta dialogó con Chichita y la acompañó en su recorrida por los distintos espacios de la que fue su casa. Con notable predisposición para evocar momentos y brindar precisiones, sus observaciones de cada ambiente ayudaron a reconstruir un momento histórico, a pintar la escena de la costa central de Rosario por esos años, y, por sobre todas las cosas, acceder al modo de vida de una clase social determinada.

«¿Acá estaba el fumoir, mamá?», le pregunta su hijo, caminando por el espacio que hoy sirve de reunión para las distintas comisiones de trabajo del Colegio. Su madre responde categórica, pero luego comienza a dudar: «No. El fumoir estaba allá; más cerca de la puerta de ingreso». Y agrega: «Aunque el hall de entrada era más grande, y el fumoir también. No sé si era ése el lugar, o si la que era chica era yo y ahora veo todo distinto».

En el fumoir -explica el hijo de Chichita- «papá se sentaba a charlar con sus amigos». «Tenía su narguile para fumar y ahí se reunían los hombres a hablar de sus cosas. En esos tiempos, las mujeres estaban por otro lado», acota. El espacio aludido, es el que en la actualidad funciona el área de Cultura CAU D2.

Otro espacio que identifica es el comedor, ubicado donde hoy se realizan las reuniones de comisión del Colegio. Según recuerda, era un lugar muy valorado de la casa, con salida al jardín y puertas con vitraux. Consultada sobre el uso del subsuelo, contesta rápido y con una pincelada de humor inglés: “El subsuelo era un espacio de guardado, y también de recolección de agua, porque se inundaba siempre”.

En medio de la recorrida, hacemos un alto para tomar un café en el ambiente que tiene sus grandes ventanales que dan a calle Belgrano ubicados a la izquierda de la puerta de ingreso, donde funcionaba la sala de estar. Es el momento en el que Chichita se toma un tiempo para dar detalles decorativos de ese lugar y contar, luego, su historia familiar.

«Este ambiente estaba todo tapizado en marrón oscuro con detalles en dorado. Acá estaban los muebles de estilo savonarola. Los sillones tenían un tapizado bien francés que yo más adelante mandé a hacer de nuevo. Y acá estaba la mesa de té, del mismo estilo», explica. Tres piezas de ese mobiliario fueron donadas por Chichita al CAU D2, donde hoy son exhibidos.

Chichita dice que conserva algo difusos los recuerdos de cuando, a sus cinco años, acompañaba a su padre a ver los avances de la obra»

Chichita nació en 1925. Su padre era Henry Nofer, un inglés criado en Chipre y educado en el St. Paul College de Londres, que embarcó a Buenos Aires en 1914 escapando de la guerra. Invitado a Rosario para participar del casamiento de su amigo John Sunderland, Henry conoció a quien sería su mujer: Serafina María Trepat, perteneciente a una acaudalada familia catalana con campos en San Jerónimo y numerosas propiedades en Rosario. «Yo nací en una casa en el centro de Rosario, y después nos fuimos a vivir a Buenos Aires. Allí aprendí a caminar. Años después, volvimos a Rosario», cuenta Chichita.

Henry tenía la representación de firmas de autos ingleses como Graham-Paige y Alfa Romeo, con una agencia ubicada en el edificio de La Bolsa de Comercio, por calle Corrientes. Marcelo cuenta que la pasión de su abuelo Henry por los autos no se limitaba al negocio, ya que también le gustaba participar de competencias. «En 1928 ganó la carrera Rosario-Santa Fe a bordo de un Lancia. Yo conservo el trofeo, las antiparras y su gorra de cuero», cuenta.

La casona de calle Belgrano donde hoy funciona el CAU D2 se comenzó a construir a fines de la década del ’20. Chichita dice que conserva algo difusos los recuerdos de cuando, a sus cinco años, acompañaba a su padre a ver los avances de la obra y afirma que, una vez finalizada, su padre hizo traer los muebles de Europa. “Entramos con la casa totalmente construida y amoblada, con la bicicleta esperándome”, afirma.

En esta casa no había lugares sagrados, que se debieran respetar. Yo siendo niña andaba por donde quería. Mi padre recibía amigos y a mí no se me prohibía nada».

—¿Cómo recordás tu infancia en esta casa? ¿Cómo era la avenida Belgrano por aquellos años?

—Acá en la vereda andábamos mucho en bicicleta. Era lo que más nos gustaba hacer. Saliendo de casa, hacia la derecha, estaba el acceso al puerto. Había una verja de hierro que separaba al puerto de la calle. Mi papá nos llevaba a mí y a mi hermano. Nos dejaban entrar a ver el río porque nos conocían, sabían que éramos vecinos. Jugábamos mucho en la calle con todos. Yo fui a la escuela pública, estudié en el Normal 1, por decisión de mis padres, que buscaban que no haya diferencias y que compartiéramos con los demás, todos por igual. Y lo mismo hice yo con mis hijos.

—¿Y qué recordás del momento en que tuvieron que dejar esta casa?

—Las consecuencias que tuvo la gran crisis del ’30 hizo que perdiéramos la casa. La remataron. Yo era chica, pero algo percibía porque la vi llorar mucho a mi madre. Claro que no entendía el porqué de las cosas. Pero recuerdo situaciones de tristeza en casa en ese momento. Luego comprendí.

—¿Es verdad que a la casa la compró Madame Safó y que funcionó como prostíbulo?

—Sí, sí. A esta casa la adquiere Madame Safó, aunque no puedo precisar en qué momento. No sé si fue luego de que nos fuimos nosotros o más adelante. Lo que sí supimos es que se usó como prostíbulo. Aunque hay algunas versiones que dicen que sólo era el lugar de residencia de ella. A nosotros, saber que nuestra casa funcionó como un prostíbulo no nos produjo nada porque mis padres eran muy modernos. Padre inglés y madre catalana; gente muy avanzada para la época. En esta casa no había lugares sagrados, que se debieran respetar. Yo siendo niña andaba por donde quería. Mi padre recibía amigos y a mí no se me prohibía nada. 

Poco antes de retirarse, Chichita se mostró interesada en las actividades del CAU D2 y comentó que su padre le había aconsejado que siguiera la carrera de Arquitectura. «Yo me dediqué a la pintura. Hice el magisterio y el profesorado en el Normal 2, y gracias a Carlos Uriarte pude aprender mucho y mejorar, aunque nunca exhibí. Pero mi padre quería que sea arquitecta», dice.

Y agrega que cuando tenía seis años y algunos mayores le preguntaban si ya tenía novio, ella le respondía que sí, y mencionaba a su amiguito César Benetti Aprosio, quien más adelante se convertiría en un reconocido arquitecto de la ciudad. «Creo que con esos antecedentes alcanzan para que me nombren arquitecta emérita», dice con una sonrisa.