Desde la otra orilla: diálogo entre arquitectura y arte según Osvaldo Ferreyra

“Los espejos del pintor y el arquitecto” es el título del conversatorio que el próximo viernes 3 de noviembre a las 19 hs. tendrá lugar en el auditorio del CAU D2 con dos referentes de ambas disciplinas del hermano país de Uruguay: Luis Rocca y Osvaldo Ferreyra. La Gaceta Arquitectura dialogó con éste último, quien explicó la importancia que tiene para los profesionales de la arquitectura el hecho de mantener un vínculo con distintas expresiones artísticas.

por La Gaceta Arquitectura

El próximo viernes 3 de noviembre a las 19 hs. se llevará a cabo en el auditorio del Colegio de Arquitectura y Urbanismo de la Provincia de Santa Fe, Distrito 2, Rosario (CAU D2), “Los espejos del pintor y el arquitecto, reflexiones sobre el arte y la arquitectura». Se trata de un conversatorio que reunirá a los uruguayos Luis Rocca y Osvaldo Ferreyra -ambos arquitectos y pintores de reconocida trayectoria-, que compartirán con los y las presentes sus experiencias en el cruce de ambas disciplinas. 

Este evento que no sólo convoca a toda la matrícula del Colegio y a la comunidad arquitectónica de la ciudad y la región, sino a toda aquella persona interesada en acceder al pensamiento, las obras y las reflexiones de estos referentes de la arquitectura y las artes plásticas.

La Gaceta Arquitectura dialogó con Osvaldo Ferreyra, quién anticipó algunas temáticas que se desarrollarán en el auditorio y compartió su recorrido personal en el ejercicio de dos disciplinas que -dice- conviven con cierta tensión.


—¿Cómo surge tu interés por las artes plásticas?

—El dibujo fue lo primero que abordé. Fue algo que, prácticamente, llegó con mi nacimiento, porque mi padre era dibujante y diseñador. Entonces, mi infancia fue entre pinceles, lápices, y todo tipo de pinturas. 

Mi padre tenía amigos que eran maestros de la pintura, como es el caso de Luis Alberto Solari. Por lo tanto, mi relación con el dibujo no es producto de haber cursado una escuela de Bellas Artes, sino que lo tengo incorporado desde el vamos. 

Cuando yo tenía cinco años, en Fray Bentos -que es donde nací y me crié-, con motivo de celebrarse el centenario de su ciudad se realizó un concurso infantil de pintura. Y yo presenté un dibujo de las murgas cantando en el Teatro de Verano de Fray Bentos y gané el primer premio.

A partir de ahí, los pintores más importantes del Uruguay me tomaron como una especie de mascota. El maestro Solari me llevaba a su atelier, y yo tenía la oportunidad de ver cómo trabajaba. Para mí, todo eso era un juego. 

—¿Y después, cómo se fue desarrollando tu experimentación, tu búsqueda artística?

—Tomando eso que planteaba Picasso de que “yo no busco, encuentro”, en mi caso es más lo que encuentro que lo que busco. Para buscar, hay que saber qué se va a buscar, no ir a ciegas. Y encontrar, es un poco lo que hago en función de trabajar mucho. Como también decía Picasso, “que la inspiración te encuentre trabajando”. 

Uno de los saltos cualitativos más grandes que puedo identificar fue en 2015, cuando empecé a ver que el problema que existe en nuestra profesión de pintores o dibujantes, es que es muy solitaria. Porque, cuando uno canta, en una rueda de amigos tenés un feedback, una respuesta inmediata de los receptores. Pero en nuestro caso, no. 

Entonces, lo nuestro es ir trabajando a tientas, sin nada de devolución. Y a eso, que puede ser algo angustiante, lo resolví trabajando con otros colegas que también son arquitectos y pintores, intercambiando ideas, conceptos, opiniones, caminos y recorridos. Me fui agarrando de esas opiniones muy calificadas, porque no elegí mal: elegí arquitectos y pintores de primera línea. 

—¿Conviven en forma armónica la arquitectura y la pintura, o existe una tensión entre esos dos universos?

—En ocasiones, hay contradicciones entre la arquitectura y el arte en general. Esa es una cosa sobre la que uno siempre se está interrogando. Indudablemente, hay una tensión. Para muchos, eso aparece como un factor restrictivo, y para otros, es algo que los estimula a explorar más. 

Los arquitectos que nos formamos en la década del ‘70, como es mi caso y el de mi curador, Luis Rocca, venimos de un momento en el que las herramientas y los instrumentos que usábamos para la arquitectura eran muy similares a los que manejábamos en el dibujo ya sea dibujo artístico, ilustración o pintura. Los elementos comunes eran la mesa, las acuarelas, los acrílicos. Usábamos las mismas cosas, entonces podías pasar de una cosa a la otra con mucha facilidad. 

En cambio, los arquitectos ya formados en décadas posteriores tienen una conformación totalmente distinta, e instrumentos muy diferentes. Las cosas se conciben por medio de imágenes digitales, en el ámbito de la informática. Con esto no quiero decir que el arte digital no sea arte, sino que es otra cosa muy distinta. 

Volviendo a esa relación entre la arquitectura y el arte. ¿Sentís que hay una subordinación de una actividad respecto de la otra o conviven en un plano de igualdad?

—Te diría que son diferentes las responsabilidades en un caso y en el otro. Básicamente es eso. Son dos actividades que apuntan a diferentes cosas. Convengamos que el arte no es un hecho de utilidad. 

Cuando hacés arte, no es porque haya una demanda o un usuario determinado que establezcan un mundo de necesidades al que vos vas a resolver a través del diseño de espacios para la vida. 

—Claro. Nadie puede plantearte una queja o generarte un problema porque un dibujo tuyo no haya gustado….

—Exacto. A lo sumo, uno tiene que aprender a putearse uno mismo. Yo tengo cuadros donde, debajo de lo que puede verse en la superficie, hay tres o cuatro cuadros más. Porque los termino, los dejo un tiempo, los vuelvo a mirar y los intervengo. Después los vuelvo a intervenir, y así, hasta que llega un punto en el que le doy un fin y recién ahí le pongo la firma. 

En ese sentido, es muy diferente a la arquitectura, donde, si bien uno tira muchos papeles a la papelera, en un momento hay que concretar, entregar. Hay que construir. 

De la arquitectura está bueno tomar el trabajo colectivo, el trabajo en equipo. Un gran aporte a lo que puede ser la conceptualización crítica es poder tener líneas conceptuales comunes con otras personas, compartirlas y ver cómo corregir las cosas para que los procesos no sean tan largos. En la pintura, los procesos pueden ser larguísimos.

—¿Qué tanto pueden extenderse esos procesos?

—Uno de mis cuadros más conocidos se llama “Torazo”. Un escritor uruguayo que es profesor de Letras en la UBA fue el que lo bautizó, porque decía que eso no era un toro sino un torazo que en cualquier momento se iba a dar vuelta para atacar al pintor. 

A ese cuadro lo empecé en el 2010. Muchas veces, empiezo a trabajar sin saber qué es lo que voy a hacer exactamente. Pero a este cuadro en particular, lo empecé con el propósito de hacer un toro, partiendo de la figura de un triángulo. 

Lo empecé, lo dejé, y lo retomé a fines de ese año, haciendo un avance importante. Pero como no me convenció lo que había quedado, lo dejé en el estudio, acomodado detrás de otros cuadros. 

En el año 2016 en el Museo Nacional Luis Alberto Solari se hace una exposición. Nos habían dado dos salas y había que responder a eso. Y Luis Rocca, que estaba haciendo la curaduría, me dice: “me falta un remate para tus obras del siglo XXI”. Y cuando le dije que ya le había mostrado todo lo que tenía, me insistió y me sugirió que seguramente tenía algo que podía servir. 

Entonces, Luis vino al estudio a revolver y, de repente, aparece con el cuadro del toro. “¿Y esto, qué es? ¿Cómo no me lo mostraste?”, me pregunta sorprendido. Y me dice que lo deje así como estaba, que era perfecto para rematar la muestra. Y finalmente, el éxito de esa exposición fue ese cuadro.

—Ahí conseguiste ese feedback tan difícil de lograr del que hablabas antes…

—Sí, claro. Es eso. Y me llegó como seis después. La agencia de noticias EFE hizo una nota sobre la exposición y el toro adquirió una dimensión impensada, con difusión en medios de América Latina y España. 

Yo jamás hubiera expuesto esa obra. Eso muestra la necesidad de que haya un trabajo curatorial alrededor del trabajo que hace uno. 

—¿De qué va a constar la charla que vas a dar junto a Luis Rocca en el CAUD2?

—La idea es discutir en directo con Luis Rocca y con quienes participen de este encuentro. El título “Los espejos del pintor y el arquitecto” funcionará como un disparador. A partir de eso, vamos a plantear una serie de confrontaciones y coincidencias de los arquitectos con la obra plástica. 

Es una coincidencia total que los dos fuimos profesores de la facultad de arquitectura, ambos pintores y ambos arquitectos. Y en el caso de él, además, es ceramista. 

—¿Encontrás muy limitado el desarrollo de la plástica en el ejercicio de la arquitectura?

—En la arquitectura, la libertad plástica, está más encorsetada. Nosotros habíamos hecho un colectivo que habíamos bautizado “Arquipintores”. Nos juntábamos en Maldonado en torno a asados y botellas de vino (generalmente con más vino que asado) con el objetivo de conversar sobre estas cuestiones. 

Fue una experiencia muy interesante. Lamentablemente, quien convocaba estos encuentros falleció por la pandemia. Pero el contacto con colegas y la reflexión en torno a estos temas se mantienen. 

Siempre tengo las orejas muy abiertas a otras actividades. Por ejemplo, me gusta el vínculo con escritores y poetas, lo que me permite acceder a cosas que me nutren mucho y que, para mí, son fundamentales. 

Trabajé muchos años junto a escritores, humoristas y poetas en revistas culturales y políticas, siempre con un sentido crítico profundo. Y para mí, ese contacto ha sido siempre una especie de alimento. Con los poetas tengo acceso a visiones que, muchas veces, desde la raíz de nuestra profesión como arquitectos no tenemos muchas posibilidades de conseguir. 

—Sos de los arquitectos que reivindican y promueven el cruce de disciplinas…

—Totalmente. Acá en Uruguay, quienes fuimos docentes de la facultad de arquitectura por muchos años -yo entré en 1975 y me desvinculé el año pasado- participamos muchas veces, invitados por los estudiantes, a los viajes de arquitectura que ellos hacen. 

Son viajes de nueve meses que desarrolla la facultad desde hace 70 años. Se financian con una rifa que acá tiene tanto prestigio como la lotería nacional.

Esos viajes son fundamentales para el estímulo, la formación y el conocimiento del arte. Porque son 200 días de viaje, donde ves muchísima obra de arquitectura, de visitar estudios importantes, o facultades, pero nunca faltan las visitas a los museos de arte. 

Algunos profesionales se detienen en los espacios arquitectónicos de los museos,que son contenedores que a veces compiten con el propio contenido, como pasa con el Guggenheim de Bilbao. Ahí el museo se come lo que le pongas adentro. 

Quienes llevamos, además, una formación y una experiencia en las artes plásticas, disfrutamos de todo: de la arquitectura del lugar y de las obras que hay allí. Esos grupos de viaje nos permiten ver miles de obras de arte en vivo y en directo. 

Desde que soy niño conozco casi toda la obra de Van Gogh por sus reproducciones, pero cuando me encontré con esas obras en vivo, me enteré de que eran tridimensionales, porque pude ver el espesor de las pinceladas. Entonces, ahí ves otra cosa; asistís a una experiencia intransferible que estimulan en una forma impresionante.

Osvaldo Ferreyra es artista plástico, arquitecto y profesor de Proyectos de Arquitectura de Udelar, nacido en Fray Bentos, Uruguay.  Sus fuentes y maestros desde la niñez fueron la Prof. Aida Ferreyra Romero, el Prof. Maestro Gustavo Alamón y el Maestro Luis A.Solari. Estudió en Uruguay y otros países, además de contar con una constante autoformación y búsqueda. Sus obras han estado presentes en Museos y Salas de Uruguay y el exterior, también han ilustrado revistas, libros y portadas de discos.

Luis Rocca es arquitecto, pintor y ceramista uruguayo. Experimentador incansable, formalmente inconformista, impugnador de lo que está “de moda”, buscador de los esencial, creador y creativo. Su visión del arte y de la vida se transforma radicalmente a partir del encuentro y compromiso con la meditación Zen. En esos mismos años descubre el arte del Raku, el arte del barro, del fuego y del agua. La cerámica, además de tener un valor en sí misma como fuente de creación, complementa y modifica su pintura y su dibujo.