Delia López Zamora: una intervención personal a partir de Bustillo

Hasta el lunes 6 de mayo el CAU D2 exhibe en el Espacio Mínimo Emergente la muestra de la artista visual Delia López Zamora creada a partir de la intervención de piezas de cerámica blanca europeas que formaron parte de las instalaciones originales del departamento del quinto piso del emblemático edificio del arquitecto Alejandro Bustillo de Urquiza y Entre Ríos donde vive la autora. En esta entrevista, López Zamora nos cuenta la historia que dio origen a esta muestra y nos comparte detalles de su búsqueda.

por La Gaceta

“…a partir de Bustillo”. No, no se trata de un error gramatical o sintáctico. La frase inicia con puntos suspensivos porque alude a la continuidad de un relato, de una conversación de la que su autora -la artista y docente Delia López Zamora- nos hace partícipes al invitarnos a visitar la muestra que desde el 15 de marzo y hasta el 6 de mayo se exhibe en el Espacio Mínimo Emergente del Colegio de Arquitectura y Urbanismo de Rosario (CAUD2).

Bustillo -por si hace falta aclarar- no es otro que el reconocido arquitecto Alejandro Bustillo. Y la propuesta de López Zamora consta de una serie de intervenciones artísticas realizadas sobre piezas de porcelana blanca de origen europeo que formaron parte de las instalaciones originales del departamento donde vive la autora desde 1982, en el emblemático edificio de Urquiza y Entre Ríos, construido por Bustillo en 1927 y donde, un año después, viviría el Che Guevara. 

En esta charla con La Gaceta Arquitectura, Delia López Zamora nos cuenta sobre el origen y el sentido de esta obra, algo que no se limita a cuestiones artísticas sino que incluye un breve recorrido por su historia personal y por sus múltiples inquietudes, alentadas por lo que ella misma señala como propias de una voluntad nietzscheana que mantiene intacta a sus 78 años. 

—¿Cuál es el punto de partida de la obra que estás exponiendo en el Espacio Mínimo Emergente? ¿Cuándo y cómo comienza esta historia?

—Surge a partir de recuperar, guardar y hasta casi olvidar de que las tenía guardadas por  cuatro décadas, unas piezas de porcelana blanca de los años ‘20 originarias de Checoslovaquia que formaban parte de las instalaciones originales del departamento del edificio de Alejandro Bustillo, en Urquiza y Entre Ríos, que compramos con mi marido en 1982 y en el que vivo actualmente. 

A partir del ready made (en el sentido que le da Marcel Duchamp), yo utilizo esos elementos que conservé cuando hicimos una remodelación del departamento. Ese edificio de Bustillo se inauguró en 1927 y está absolutamente construido con piezas traídas de Europa. Las puertas, los herrajes franceses, los pisos de pinotea, todo es europeo. Y el trabajo de yesería se hizo con mano de obra con formación italiana. 

Nosotros entramos al edificio en 1982. Mi familia se constituía por mi marido, dos hijos varones, y una hija. Los chicos dormían juntos, pero en un momento entendimos que la nena necesitaba tener su cuarto. Eso nos llevó a buscar departamentos con tres dormitorios y con un eventual lugar para que mi marido, que era médico y estudiaba mucho, tuviera su espacio. 

Así fue que una amiga nos refirió este edificio de Bustillo. Nos dijo que el quinto piso, en la mansarda, estaba en venta y que se encontraba original, sin ninguna modificación. Allí vivía una señora mayor y el lugar era un tanto lúgubre, con colores apagados. 

Recuerdo que cuando entramos y vimos el diseño arquitectónico, los pisos, las puertas -aún con la oscuridad que había- supimos que lo queríamos. Nos enamoramos, y sigo enamorada del lugar donde vivo. 

El hall de ingreso es de una sobriedad extrema, y la escalera es de mármol de carrara. Incluso en la despensa que había cuando lo compramos, los estantes para poner la reserva de comida eran de mármol de carrara. 

—¿Y cómo aparecen los objetos que componen esta muestra?

—Una vez que nos instalamos y comenzamos a vivir, decidimos hacer algunas reformas. Entonces me contacté con la arquitecta Mónica Dallabona, porque me habían comentado que trabajaba respetando el estilo original del departamento pero incorporando nuevos materiales.

Le dijimos lo que buscábamos, que era respetar el estilo del departamento pero modificar algunas cosas. Por ejemplo, queríamos que no hubiera tantas puertas, que la cocina sea de determinada manera y que hubiera una distribución diferente. Nos hizo varias propuestas y comenzaron los trabajos. 

En el baño también se hicieron modificaciones. Y cuando empezaron a trabajar, yo le pedí al albañil que tuviera cuidado al extraer las piezas de cerámica blanca y algunos azulejos para poder conservarlos. 

Fue un trabajo difícil, porque esas piezas estaban puestas con un material muy resistente. Los azulejos eran de 15 x 15 y tenían la particularidad de que eran planos, sin la curvatura hacia las juntas. Yo conservé el remate de esa parte azulejada y otros elementos que constituían ese ambiente, que eran de porcelana blanca.

Guardé todo en una bolsa con la idea de hacer algo en algún momento. Por ese entonces yo estudiaba bellas artes y sabía que con esas piezas algo podía hacer. Pero no era el momento. Puse la bolsa en la parte de arriba de un ropero y recién el año pasado, en 2023, revisando cosas volví a encontrarme con esa bolsa y me dispuse a hacer algo con todos esos materiales. 

—¿Cuál fue la idea inicial que tuviste para intervenirlos?

—Apenas los encontré supe lo que quería hacer. La primera obra que hice fue la que tiene los pomos de acrílico. El primer paso fue clasificar las piezas sanas, las rotas, despegar el cemento con el que estaban pegadas y ponerlas en condición. 

En dos piezas encontré la inscripción que refiere que son originarias de Checoslovaquia. Y un rasgo llamativo es que las piezas tienen una imperfección propia de lo manual y no tanto de una fabricación en serie. Son piezas únicas, y aunque desconozco la técnica empleada, me lleva a pensar de que se trata de algo semi-industrial. Ese detalle me pareció que también tiene su encanto. 

Otro dato que influyó fue que el año pasado viajé al Festival de Cine de Mar del Plata y paré cerca de la Rambla. Y cuando caminé por ese lugar pude admirar la belleza de la obra de Bustillo. Miraba esa magnitud, la escala, los materiales. Eso me hizo poner más en valor el lugar donde vivo y las piezas con las que ya había empezado a trabajar. De alguna manera, esa experiencia fue un impulso. 

—En tu intervención esas piezas aparecen con un lenguaje propio, lejos del universo de Bustillo. ¿Hay algo lúdico ahí?

—Sí. Yo digo que la obra de Bustillo me invita a jugar con ella. En realidad, fue jugar creando y pensando. A mi me gustan las obras minimalistas; no recargar sino que, con lo menos se pueda decir lo más. 

Entonces, el criterio se basó en qué poner y qué no poner, con qué base, utilizando qué paleta. Y la búsqueda de la armonía me parecía fundamental, porque a la desarmonía ya la tenemos, entonces todos buscamos algo que nos de una armonía interna. 

Yo me propuse no comprar nada para esta obra, sino utilizar cosas que atesoraba desde hace tiempo, elementos que tenía a mano. Algunos son regalos que me han hecho. Hay tinteros, pomos de acrílico, pajaritos de mármol. 

A mi me gusta mucho pintar, y cuando lo hago, me gusta el desafío de no saber cómo resolver un problema. Me gusta buscar el problema. Si lo resuelvo, me aburro. Entonces, reuní esos elementos que no son de Bustillo y los fui combinando, poniéndolos a jugar con esas piezas originales. 

Un detalle no menor es que, si lo pensamos bien, se trata de piezas secundarias. Son elementos que están en un baño, que no siempre se valoran y que suelen tirarse. A la arquitecta que trabajó en la reforma del departamento la invité a que venga al Colegio a ver esta obra. Le dije: “Vení a ver la muestra porque nos vamos a reir mucho”. Es que ella fue testigo de cuando se me ocurrió preservar esas piezas. Y cuando visitó la muestra no podía creer lo que había hecho con todo eso.  

—¿Qué otra impronta personal -tal vez del ámbito de lo teórico- podemos identificar en esta intervención, además de lo lúdico? 

—Supongo que muchas. Yo me considero productora visual, porque hago cosas con las manos que son para ser vistas. Desde chica trabajaba con frutos, con barro, con semillas. Tengo una atracción por el sentido de la belleza, por la disposición de los elementos, la estética japonesa, los detalles, y el uso de los colores. 

La materia que dicté en la Escuela de Bellas Artes de la UNR era “Estética”, y tiene que ver con el arte y la belleza. Haber estudiado en la universidad me abrió mucho la cabeza porque me permitió acceder a una pluralidad de pensamientos, conocer autores como Sartre, Nietzsche, Heidegger, Heráctlito, y Homero, por mencionar algunos. 

Dar clases me apasionó. Le ponía algo teatral a las clases. Me vestía en forma muy particular; me movía, y solía tomar una palabra al azar que encontraba escrita en el pizarrón por algún docente en la clase anterior y yo la usaba de disparador. Usaba la improvisación. 

Siempre busqué la forma de hacer entender que aprender filosofía no tenía por qué ser aburrido, sino todo lo contrario. Y siempre me gustó el lenguaje llano. Los catálogos rebuscados y llenos de palabras no van conmigo. En la docencia entregué toda mi dedicación. Y di clases con mucho amor, porque sin amor no hay aprendizaje. El amor construye el saber. 

Yo me considero nietzscheana, porque considero que la voluntad es lo vital, es el motor de la vida. Desde el punto de vista filosófico, me gustan mucho los pre-socráticos, porque encuentro en ellos una autenticidad y una característica que siempre me acompañó: la idea de vivir pensando y pensar sintiendo. Ese enfoque me sirve para encarar una obra y para afrontar la vida misma. 

—¿Qué significa para vos la posibilidad de exponer esta obra en un lugar como el Colegio de Arquitectura y Urbanismo de Rosario?

—Cuando terminé esta serie con todas esas piezas que tenía guardadas, lo primero que empecé a pensar es dónde podría mostrarla. Y ahí apareció la idea de hacerlo en un ámbito vinculado a la arquitectura. 

Y no me equivoqué. Porque desde el primer momento en que mostré esta obra por medio de fotos tomadas con el celular, tuve el visto bueno por parte de la gente de Cultura, que valoraron lo que estaban viendo y ofrecieron el espacio. 

El Espacio Mínimo Emergente me parece un lugar maravilloso, porque mi obra es pequeña y va perfecto allí. Aristóteles, los griegos en general, valoraban el golpe a primera vista; que de un vistazo puedas abarcar toda la obra. Y este espacio permite eso. 

El montaje que hizo el arquitecto Mariano Baima es increíble y cuando lo ví me impactó mucho. Le han dado un marco inmejorable a mi trabajo, con la distribución de las piezas, el manejo cromático, y hasta la musicalización. 

Para mi, esta muestra fue, ante todo, una experiencia afectiva que me ha hecho mucho bien. Y fue también un descubrimiento y una alegría ver la actividad que hay en el Colegio, con tanta  creatividad y apertura.

*La muestra «…a partir de Bustillo», de Delia López Zamora puede visitarse hasta el 6 de mayo en el Espacio Mínimo Emergente del Colegio de Arquitectura y Urbanismo de Rosario (CAUD2), Avenida Belgrano 646 de lunes a viernes de 8 a 16 hs.