Soñar casas: formas posibles de habitar desde el deseo y la propia identidad

La sede del Colegio de Arquitectura y Urbanismo de Rosario se encuentra intervenida por “El sueño de la casa propia”, una muestra del arquitecto e investigador Joaquín Gómez Hernández (Joaquines) con curaduría de Analía Solomonoff. En esta entrevista, su autor explica por qué los objetos y escenas que la integran responden a una operación que propone “soñar la posibilidad de una casa propia desde una mirada autobiográfica” y plantea interrogantes hacia la propia disciplina.

por La Gaceta Arquitectura

En el Colegio de Arquitectura y Urbanismo de Rosario pasan cosas. Desde el 4 de octubre la sede de avenida Belgrano 646 se encuentra intervenida en todos sus niveles con objetos y escenas que producen un particular extrañamiento. 

Una casa de muñecas reconfigurada, juguetes dispuestos sobre una mesa con mantel y una lámpara, elementos de la vida doméstica, dibujos y “chucherías” de plástico de colores estridentes subvierten el carácter institucional del edificio con postales inesperadas, que parecen ajenas al ámbito de la disciplina. 

En ese interrogante está el gesto, la provocación de esta obra que invita a reflexionar sobre la posibilidad de explorar otras formas de pensar la vivienda y los modos de habitar desde una perspectiva que contemple los sueños, la identidad y los deseos de las personas, que en este caso se expresan en objetos y escenas que pertenecen al universo particular de su autor, el arquitecto e investigador del CONICET Joaquín Gómez Hernández (Joaquines).

El sueño de la casa propia es el nombre de esta intervención de Joaquines, organizada por Cultura CAUD2 y con curaduría a cargo de la gestora cultural Analía Solomonoff que pudo visitarse durante todo el mes de octubre en el edificio del Colegio de Arquitectura y Urbanismo de Rosario.

En esta entrevista con La Gaceta Arquitectura, Joaquines brinda detalles de esta intervención y del marco conceptual que la sustenta, y comparte su mirada personal, artística y profesional con una reflexión sobre el rol de la disciplina en relación a los deseos de las personas, sus identidades, y sus sueños. 

—¿Cómo definís a “El sueño de la casa propia” desde lo conceptual?

—Me parece una buena provocación para mi respuesta que la pregunta incluya el término “definir”, porque la propia condición de lo que estoy planteando es indefinible, es algo que no tiene bordes fáciles de circunscribir. Y ahí es donde me estoy parando, en esa frontera que trafica. 

En el concepto, es también el sueño entre el consciente y el inconsciente de lo que puede ser la definición de una casa. Y es “sueño” en su doble condición: la idea del sueño de la casa propia como esa posibilidad de horizonte al cual aspirar con máxima ilusión, pero también en su condición onírica; la idea de sueño como un estado de producción inconsciente e indefinible. 

Eso es lo que tienen los sueños; no son fáciles de definir las imágenes, las escenas, las situaciones, los relatos que construye el psiquismo inconsciente en los sueños. Y hay algo de esas dos puntas de la noción de sueño que aparece ante la idea de la casa propia que se pone también muy en diálogo con distintas cosas. 

Hay dos autoras que me parecen muy importantes para definirlo. Una es Virginia Woolf, que tiene un libro que se llama A room of one’s own, que es traducido como La habitación propia, y hace un reclamo para que las mujeres de ese momento tuvieran habitaciones propias, que esas habitaciones pudieran representar el cuarto de ellas mismas.  

Yo hago alusión a otra traducción, porque en la idea de propio aparece la idea de propiedad, pero en el cuarto de uno mismo aparece la mismidad, la posibilidad de que ese cuarto represente a ese habitante. 

Y la otra autora es la arquitecta y diseñador Eileen Grey, que hablaba de la casa como un organismo viviente que necesita mecanismos, discutiendo la idea de la máquina de habitar de Le Corbusier.

Y el vínculo con esas autoras desde las alegorías que yo más construyo en mi producción artística, tiene que ver con la edición de objetos que resuenan en el inconsciente colectivo de una manera muy fuerte, con un diálogo muy cercano con la posibilidad de los signos populares. 

—¿Qué operación realizás con la edición de esos objetos y cuál es la búsqueda?

—Es edición, ensamblaje, revinculación. Y también es prensar, apretar los objetos hasta hacerlos decir lo que las palabras no pueden. Yo estoy buscando. Como arquitecto e investigador que soy, yo me estoy parando en un problema arquitectónico sobre la vivienda.

Me estoy parando ahí para soñar la posibilidad de una casa propia desde una mirada muy autobiográfica, pero que también habla con otros y otras que se sienten representados y representadas en eso. 

La operación que hago sobre las casas de muñecas habla de cuerpos y no sólo de casas, porque habla de un cuerpo que no obedece las normas disciplinarias del capitalismo heterosexual y que, entonces, necesita otro lugar para habitar. 

Nuestros lugares, nuestros locales, casas y equipamientos, se construyen en relación a las líneas del deseo del capitalismo heterosexual, si es que existe algo como capitalismo y deseo unido de manera auténtica y genuina. 

Yo he sentido toda mi vida que mi cuerpo no entraba en las direcciones y las líneas que los lugares proponían. Crecí en un batallón militar. Pocas veces son tan rectificadas las líneas que se posibilitan en el cuerpo como lo es en los contextos militares. Y ahí crecí yo. 

Por lo tanto, desde muy chico noto esa dificultad de encontrar de qué manera mi cuerpo puede apartarse de esa línea y qué lugares pueden encontrar. Eso se volvió muy hostil. Y la posibilidad de alucinar, de ensoñar con la edición de esas casas formas que habilitan la expresión de mi deseo y mi goce fue, en un momento, una verdadera reflexión; un modo de pensamiento que se aparece desde la materia y desde la forma. 

Esa es mi producción artística en general. Yo opero en la materia como un modo de pensamiento y de emocionalidad. Yo hago arte porque necesito darle lugar físico a mis emociones y a mis reflexiones. Mi pensamiento, cuando se desordena y se vuelve difícil, me persigue o ahoga. Entonces hago arte, que es la posibilidad que encontré desde muy chico para vivir en dignidad.

Esta idea de hacer arte yo no sé si tiene un surgimiento muy claro. Pero sí lo tiene la muestra. La recolección de toda la producción que toma integralidad con la intervención con pequeñas operaciones en un sitio específico como lo es el edificio del Colegio de Arquitectura y Urbanismo expresa un modo de ser y de estar en el mundo. 

He trabajando con Analía Solomonoff, que es la curadora, y quien me acompañó viniendo a mi casa a charlar sobre mi infancia, mi adolescencia y mi modo de encontrarme en la vida, y quien dio cuenta de cómo poder exhibir y compartir todo esto. 

En la muestra se encuentra, en el segundo piso, una mesa con una serie de escenas construidas a partir de juguetes y objetos cotidianos relacionados y ensamblados. Hay una mesa con un mantel y una lámpara que pertenecen al comedor de mi casa. Es una recontextualización literal lo que hicimos. 

Es muy natural que en mi casa estén esos objetos desplegados sobre esa mesa, sobre la mesada de la cocina, sobre el tablero en el que trabajo, al lado del teclado. Luego se van recomponiendo, se van seleccionando escenas que no tienen un momento de surgimiento, sino un constante surgir. 

Entonces, lo que aparece como producción en El sueño de la casa propia es un recorte de mi forma de vivir. Además, entre otras cosas, están los ensamblajes y los dibujos de esas casas en lenguaje arquitectónico realizados con María Ambroa y Sebastián Basla, que son dos amigos que vinieron a casa y con quienes nos pusimos a dibujar. Con María habíamos estado cortando y jugando con esos ensamblajes que configuraban estas casas monstruosas a partir de juguetes adorables. 

—¿Y cómo fue el proceso para transmitir todo ese universo tan personal a la encargada de realizar la curaduría de esta obra?

—Con Analía Solomonoff hablé mucho y le compartí experiencias de mi vida en mi casa familiar de Tierra del Fuego, primero en el batallón y después en mi segunda casa familiar que se consolidó como tal hasta que me vine a Rosario. 

Le conté cómo incidía o intervenía yo en esa casa haciendo cosas extrañas. Colgaba un perchero de piso del techo en mi habitación, sacaba las puertas del placard, las pintaba y las colgaba en la pared, dibujaba mi habitación entera, hasta las sábanas. También le cortaba las patas al escritorio para que la computadora quedara al pie de la cama.

Esas cosas fueron construyendo una idea acerca de qué tipo de operaciones se podían realizar en el Colegio de Arquitectura para evidenciar algo que sucedía desde siempre en mí, que es el extrañamiento. 

Es decir, producirle a un espacio un extrañamiento que se traslada a los cuerpos. Por ejemplo; entrar a un ascensor y encontrarte con elementos para ducharse, produce extrañamiento. 

Y decidimos hacerlo en el Colegio, que es un edificio que tiene una configuración matérica y de carácter que me permitía continuar esa otra parte de la discusión de la arquitectura, la discusión de la función-forma, de continente y contenido, de lo que hacemos los arquitectos y arquitectas cuando diseñamos un espacio donde pocas veces carga un registro de la vida.

Entonces, otorgamos ciertas condiciones de un cuerpo que vive de determinada manera y se anima a compartirlo de una forma que contrasta con ese edificio, con su carácter. En definitiva, es una discusión disciplinar. 

—¿Y cómo se plantea esa discusión a partir de los objetos y escenas que componen la intervención? 

—Hay un pronunciamiento disciplinar en esto que, luego, puede entenderse o no. Yo no tengo la capacidad de dominar, de diseñar las emociones y las ideas que proyecta mi obra en quien se la encuentra. 

Hay cierta provocación en poner una selección de piezas contundentes en la biblioteca de una institución que se relaciona con libros clásicos de la arquitectura para discutirle a Le Corbusier la idea de arquitectura moderna, a Neufert la idea de tipología, o cuestionar la idea de un cuerpo a los modulores

Esa operación que queda encerrada junto a los libros que caracterizan a la disciplina es un gesto. Colgar una alfombra persa del directorio, poner una alfombra que dice “Hogar dulce hogar” en la entrada del Colegio, son operaciones que surgieron tratando de capilarizarse en otras formas dentro del edificio. 

Una idea que empezó con compartir algo de mi producción y que, con el trabajo brillante de Analía Solomonoff en la curaduría, terminó volviéndose una operación con distintas instancias de  diálogo entre quienes se encuentran con la obra. 

Y la obra misma tiene distintas dimensiones que dialogan entre sí. Aparece en forma integral en el edificio, en las esculturas, los objetos y dibujos; y tiene distintos estadios y distintas atmósferas. 

El Sueño de la casa propia se construye con recortes o emergencias de mi propio modo de vivir, de la forma en la que yo vivo, articulando objetos a mi alrededor. Y también, están muy atravesados por mi desarrollo profesional como investigador en arquitectura, que me encuentra en un proceso de búsqueda concreta y tangible de la casa propia. 

En particular, estoy trabajando con la identidad travesti trans para pensar cómo es un programa de arquitectura para una vivienda propia que obedezca a las necesidad y deseos de esas formas de ser y estar en el mundo, que son en las que se apoya mi creatividad. 

A veces, la exigencia disciplinar y metodológica de la investigación científica me resulta hostil. Y en esos momentos en los que siento que se aprisiona tanto la creatividad encuentro estas salidas. 

Y todo es parte de la misma operación; todo se resume en una misma búsqueda personal que encuentra distintos bordes y distintos lenguajes para enunciarla. Eso es lo que hago. Y en esta muestra, comparto un lado de esa búsqueda.

—¿Qué significado tiene la realización de esta intervención en el edificio de una institución como el Colegio de Arquitectura y Urbanismo?

—Yo creo que lo único que hace que la arquitectura de este edificio no sea vivienda es el programa. Pero no nos extrañaría que, por carácter, materialidad y morfología, pudiera obedecer a un programa de vivienda. Entonces, yo lo lleno de ese programa para pensar. Porque es en esa institución en donde yo creo que hay algo para discutir, por lo que significa. 

Por eso hago ese juego con los portarretratos que tienen a nuestros arquitectos referentes de la región en el coworking. El Colegio es la casa de la disciplina y de su comunidad disciplinar profesional. Y yo la lleno de sentido doméstico y familiar. ¿Cuál es la familia que contiene esto? 

Yo no tengo poder ni validación en la esfera arquitectónica como para plantear una discusión más tensa y conflictiva. Yo soy un desconocido en el campo disciplinar, y soy consciente de eso. 

Entonces, la operación con la que vengo a discutir un problema sobre lo que pasa en nuestra profesión, es con lenguajes que refieren mucho a donde sí hay poder y validación, que es el ámbito de lo popular. Los juguetes son la referencia más inocente, común y directa que tenemos de una casa. Y puede ser tanto una casa de muñeca como el dibujo de una casita que haría cualquier persona. 

En eso me amparo para poder dar una discusión donde sí hay poder y validación. Yo soy consciente de que hay algo de figura emergente en mis planteos, y que hay lugares en la facultad y en el campo disciplinar que tienen cierto impacto, pero no tanto como para poder dar una discusión en el núcleo epistémico de la disciplina.

Yo no tengo esa capacidad. Entonces, lo que busco es hackear, desconfigurar como un troyano. Una intervención como El sueño de la casa propia es mi caballo de Troya. Se aparece con un tono de simpatía, pero detrás de eso hay un cuestionamiento muy fuerte al modo en el que reproducimos una lógica europeocentrista, alejadas de su tiempo y de su gente, del afecto, de los cuidados, de las acciones que requieren el sostén de la vida. 

—¿Hay en “El sueño de la casa propia” un planteo que reclama, desde lo lúdico, un abordaje menos solemne y más vital de la disciplina?

—Me parece que la propia disciplina de la arquitectura se ampara en un velo de solemnidad, de grandilocuencia, y de un aura de elevación. Y mi estrategia para desafiar eso puede ser por medio de ciertas notas que pueden ser lúdicas, pero con una suspicacia con la que yo intento provocar, sin llegar al punto del conflicto. 

Ese mecanismo de desacralización es un trabajo de iconoclasta. Yo estoy haciendo un trabajo de iconoclasta de esa arquitectura moderna que todavía se arrastra en el presente. 

Como arquitecto e investigador, me puedo sentar a discutir con mucha solvencia contenidos teóricos, conceptuales e históricos de la arquitectura con arquitectos que son referentes en términos de obra y que no dimensionan eso y que replican esa solemnidad y se sustentan de ese aura que tiene la arquitectura validada.  

Con respecto a lo lúdico; yo no estoy jugando a nada. Estoy hablando muy en serio. De verdad creo que esa visión que quiero aportar merece ser escuchada y me paro sobre referentes para hacer estos enunciados. 

Yo planteo una arquitectura de mayor vitalidad en tanto contemplen las vidas que contiene. ¿Qué contenemos? ¿Qué continentes estamos creando para qué contenidos? La arquitectura está muy sesgada, sin pensar en qué está queriendo contener en estos continentes que construye. 

Pasaron ya cien años de La Máquina de Habitar, y en ese momento ya existían Eileen Grey y otras personas que discutían la peligrosidad de pensar la casa como una máquina que produce hombres. Porque, al final, es una máquina que produce subjetividades. Y si es una máquina con todas las formas que conocemos, es peligroso. 

Yo quiero discutir eso con júbilo, que es una palabra que me gusta mucho. Me parece importante retomar ese concepto como una cualidad que puede darle sentido y poner en el centro la vida.  

Creo que se desestima mucho la voz de la gente que está por fuera de la esfera del campo disciplinar de la arquitectura y que, por ejemplo, dice que los edificios que hacen los arquitectos son aburridos, fríos y para ricos. Entonces, me parece que el júbilo le puede devolver a la casa su cualidad para ser soñada. 

Ahí hay una tercera dimensión de El sueño de la casa propia: es una casa que puede mantenerse parecida a los sueños de las personas, que puede alojar sus vidas y sus sueños.