
por La Gaceta Arquitectura
Pablo de la Riestra es historiador, dibujante y fotógrafo de arquitectura. Nacido en Rosario y graduado como Profesor de Artes Visuales, desarrolló y amplió su formación en Alemania, donde obtuvo su título de Doctor en Historia del Arte y la Arquitectura por la Universidad de Marburgo.
Radicado desde hace 40 años en Nuremberg, trabaja en el abordaje histórico de la arquitectura alemana -en particular el gótico- mediante el registro escrito, el dibujo y la fotografía de edificaciones de esa corriente distribuidas por el centro de Europa, y también de la arquitectura colonial de Brasil, país al que visita al menos una vez al año.
Estos viajes siempre incluyen un paso obligado por su ciudad natal, donde se reencuentra con amigos, afectos y colegas, y visita sitios que conforman su itinerario personal.
Una de estas “paradas” ineludibles es el Colegio de Arquitectura y Urbanismo de Rosario, cuya sede visitó la semana pasada para asistir a la inauguración de la muestra “Arquitectura Dibujada”, organizada por el área de Cultura CAUD2 y curada y montada por el arquitecto y escenógrafo Mariano Baima a partir de dibujos de De la Riestra donadas al Colegio.
En diálogo con La Gaceta Arquitectura, el autor de este riguroso material rememoró el origen de su fascinación por el gótico alemán y arquitecturas particulares del centro de Europa, y explicó cómo trabaja en el registro de algunos exponentes a partir de la investigación histórica y a través del dibujo y la fotografía.

—¿Cómo recordás tu acercamiento al dibujo y la fotografía, y cómo desarrollaste tu pasión por la historia de la arquitectura?
—Lo del dibujo es algo que me acompaña desde siempre. Cuando era chico yo no fotografiaba, eso empezó después. Aunque seguramente influyó una tía abuela mía que fue de las primeras fotógrafas argentinas. Su padre era alemán y le traía cámaras de allá.
En mi casa familiar había muchos libros de ciudades medievales, sobre todo del centro de Europa, que a mí me fascinaban. Los apellidos de mi padre eran De la Riestra-Oesterheld (primo de Héctor Oesterheld, autor del Eternauta). Él era arquitecto y tenía muchos libros de arquitectura alemana.
A mi me fascinó toda esa arquitectura no-clásica, no-antigua. No me he podido sacar de encima ese enamoramiento de la arquitectura medieval, de la arquitectura de raigambre no-grecolatina.


—¿Y vos reproducías esas arquitecturas que veías en los libros o te servían de inspiración para otras cosas?
—Esas edificaciones que yo veía en los libros me llenaron el espíritu. Y cuando tenía 15 años pude exponer en Krass, la galería de artes plásticas que tenía Gilberto Krasniansky en San Martín entre Santa Fe y San Lorenzo.
Mi padre era amigo de Julio Vanzo, y me llevó a su taller para mostrarle lo que yo dibujaba. Y Vanzo quedó entusiasmado porque yo, siendo muy chico, dibujaba ciudades imaginarias con catedrales imaginarias. Eso llevó a que se concrete la exposición que hice en Krass con esa serie de dibujos.
Recuerdo que Krasniansky me sugirió dibujar a mi familia, a mis amigos, u otro tipo de cosas, pero a mí la arquitectura me salía las orejas. Es que mi padre era arquitecto, estaba muy relacionado con Alemania por razones familiares, y además, tradujo libros del francés al castellano sobre teoría de la arquitectura, con ilustraciones que me fascinaban.
Yo estaba totalmente inmerso en ese mundo, y muy distanciado de toda esa arquitectura rosarina en torno al 1900, de todo lo que fuera triste, art nouveau, que eran cosas que me recordaban a la casa de mi abuela Elizabet Oesterheld.
Esa casa todavía está intacta, en Santa Fe 1859. Para mí, esa casa era una pesadilla porque era triste, estaba habitada por gente vieja, y tenía un estilo que a mí no me gustaba en absoluto.
Cuando yo iba a Mar del Plata y veía chalets me generaban alegría esas casas con tejas, con techos puntiagudos. Una vez fuimos a un hotel que estaba ubicado detrás de la Catedral de Mar del Plata, y recuerdo que la terraza daba al tejado de la catedral.
Esa catedral es neo-gótica y la hizo el arquitecto Pedro Benoit, quien pidió traer el tipo de tejado colorido que tienen algunas iglesias y hospitales de Borgoña (Francia), la Catedral de Basilea (Suiza), y algunas iglesias alemanas más.
Esa espontaneidad, esa cosa un poco ingenua pero hermosa de la edad media me fascinó mucho más que la arquitectura con columnas, tristonas, un poco oscuras, barroco-romanas, con esa cosa medio tétrica.

—¿En tus viajes a Brasil te dedicás a identificar y registrar ese tipo de arquitecturas en ciudades como San Pablo, por ejemplo?
—Si. Me fascina la arquitectura barroca Luso-Brasileña, porque es toda arquitectura pre-industrial. El año pasado hice en el Colegio de Arquitectura de Rosario una muestra sobre el Brasil barroco que estuvo expuesta de una manera extraordinaria, con unos paneles de gran dimensión que quedaron impresionantes en ese espacio.
Hemos barrido casi todo Brasil, siempre fotografiando, documentando, estudiando y publicando cosas con un editor de San Pablo. Mi primer trabajo sobre arquitectura barroca en Brasil es un capítulo de un libro de varios autores que salió publicado en Venezuela.
Lo colonial siempre me fascinó. Acá en Argentina, recuerdo haber ido con mis padres de muy chico a la Iglesia de San Francisco en Santa Fe y quedar impactado, porque se trata de algo muy distinto a lo que se hizo después.
Argentina tenía una arquitectura muy humilde en la época colonial, muy austera. Los alemanes tienen una frase que dice: “La simplicidad es una complejidad resuelta”. Y en eso no se equivocaban nunca. Cuando la arquitectura se pone pretenciosa, emperijoyada, que era lo que quería la gente en la belle epoque, ya me empieza a resultar menos interesante.
El grueso del enorme del patrimonio argentino es de la época ecléctica, de fin de siglo XIX y principios del 20, cuando Argentina llegó a ser lo que fue, y lo que sigue siendo en forma construida y que hay que defender a muerte desde el concepto de patrimonio.
—¿Cómo observás la defensa del patrimonio arquitectónico en Rosario?
—Creo que acá se ha perdido patrimonio. En mi caso personal, influenciado por recuerdos de mi niñez, extraño el café Sorocabana, en peatonal Córdoba. Era una joya absoluta ese lugar, y más por dentro que por fuera.
El Sorocabana tenía una barra muy particular y muchos detalles que lo hacían muy simpático, con un panorama que refería a San Pablo (Brasil). Era un lugar fascinante el interior del Sorocabana, y lo destruyeron.
Preservar el patrimonio no tiene que ver sólo con la memoria colectiva, sino con el valor único que tienen determinadas cosas. Si uno abre un negocio de joyas debe saber lo que es una falsificación y lo que es un diamante de verdad. Y a eso, hay que estudiarlo mucho.
—¿Qué temas abordaste en las clases que realizaste en Notas sobre Arquitectura de Buenos Aires?
—Uno de los temas fue qué pasó con las iglesias coloniales de Buenos Aires que, como tales, son irreconocibles, salvo la de Nuestra Señora del Pilar, porque todas tienen un núcleo anterior taponado por esa arquitectura emperijoyada que la alta sociedad de Buenos Aires y la Iglesia, con toda la mentalidad pretensiosa de la época y cierta vergüenza, pretendieron aggiornar con bronces, con pinturas y cosas oscuras que nada tienen que ver con lo original.
Está muy desdibujado el patrimonio colonial en Buenos Aires, es prácticamente inexistente. Son dos o tres casas en San Telmo, y con el Cabildo mutilado y reconstruido. Y a la Iglesia de San Pedro Telmo le pusieron un exterior neobarroco. Es decir, transformaron una iglesia colonial en neo-barroca. Eso es algo inadmisible.
Otra clase fue sobre el edificio Otto Wulf, que fue el más alto de Buenos Aires hasta que se hizo el Palacio Barolo, que fue hecho por el arquitecto danés Morten F. Rönnow; y otra fue tratando de hacer algún aporte al edificio de Bunge y Born, que pertenece a una forma absolutamente específica del renacimiento alemán.
Yo noto que acá hay muy poco conocimiento sobre la arquitectura de Alemania. Falta conocimiento detallado. Lo digo sin ningún tipo de arrogancia porque yo tengo muchos agujeros sobre épocas que no me interesan tanto, como el siglo XIX, desde el clasicismo en adelante.
—¿Qué tema elegiste para obtener el doctorado en Historia de la Arquitectura?
—Cuando uno estudia historia del arte, hay una especialidad que es el tema en el cual uno se doctora. Yo lo hice en la Universidad de Marburg, Alemania. Me doctoré en un tema específico que surgió como recomendación de un profesor alemán nacido en Brasil, que me dijo que trabajara con el descubrimiento que yo había hecho de unos patios en Valladolid y que yo asociaba a patios de Nuremberg.
Así fue que realicé parte de la investigación del trabajo doctorado en Nuremberg y en Alemania en general viendo otros patios, y particularmente en Valladolid, en España, con un trabajo paralelo en el archivo histórico nacional de Madrid con gente que sabe de paleografía, que es la escritura antigua.
En la época clásica de la historia de la arquitectura, en la universidad era necesario saber paleografía para poder leer un documento antiguo. Aun estando en castellano, es necesario por las expresiones y los usos de la lengua de entonces.

—Además del gótico alemán, ¿En qué otras arquitecturas te especializaste o te generaron interés?
El Gótico alemán es lo que más me llega al alma. Y otras cosas que no tienen nada que ver, como el barroco andaluz, también me parecen algo extraordinario. Ese valle de torres barrocas increíbles que han hecho los españoles, que son tan poco italianas, y que son la no aceptación para España de esa arquitectura de cúpulas que siempre se hizo en Italia y que en España se hizo en forma de torres. Hay pocas cúpulas en España. Lo de los Jesuitas me fascina mucho también.
Los especialistas somos bastante tontos, porque sabemos demasiado de muy poco. Cuando uno se mete con una cosa, empieza a saber en una forma desproporcionada de algo que es un granito de arena.
—¿Qué opinión te merece la muestra Arquitectura Dibujada, que se exhibe en el Colegio?
—Desde hace años trabajo para un mecenas que me encarga dibujar edificios. Esos dibujos están hechos en formato A4; en tamaño A3 los más complejos; y en A0 cuando se tratan de planos de ciudades.
Cuando el año pasado presenté en el Colegio la muestra sobre Brasil, doné unas postales de esos trabajos encargados por el mecenas. Y una parte de ese material es lo que ahora se muestra en la exposición Arquitectura Dibujada.
La forma en que se resolvió montar esta muestra es muy acertada porque esa sutil armadura de metal en la que se exhiben las postales tiene mucho que ver con ese trabajo que hice en ese momento.
Creo que esta muestra cumple con el propósito de dar a conocer lo que he hecho yo, que soy rosarino, hijo de un arquitecto de aquí, que ejercí la docencia como contratado 13 años en la universidad de Heidelberg, en Alemania.




—¿Dibujar edificios te permitió aprender sobre arquitectura?
—Sí; dibujando edificios se aprende mucho de arquitectura. Incluso, consultando material en archivos en la registratura (la forma con que se denomina a Catastro en Nuremberg). Si me llega el encargo de dibujar una cantidad de edificios en un barrio, yo voy y miro los planos originales de algunos.
Hay registro de planos originales de casas comunes a partir del siglo XIX. Ahí observo las modificaciones que hubo entre ese plano original y lo que se hizo con la dirección de obra. Y hay planos que aparecen con detalles y observaciones que son muy interesantes, que revelan que se construía en forma mucho más libre por lo general.
En este momento tengo un encargo monumental, que es dibujar 390 edificios de Roma. Ya tengo dibujados 120, y los que faltan los haré en los próximos años. No se pueden hacer de golpe porque exige mucha concentración y calma. La calma la tengo, pero tengo que viajar, hay que fotografiar, hacer apuntes. Eso lleva tiempo y mucha dedicación. Tengo libros que me han costado diez años de trabajo.
Como a mí la arquitectura se me sale por las orejas, ya no sé qué fue lo primero; si la necesidad de dibujar o fotografiar o de escribir sobre eso. La necesidad de escribir estuvo en un segundo plano, porque implica una mayor madurez interior y un dominio enorme del alemán, porque las exigencias para publicar son muy altas.
Yo empecé de chico dibujando catedrales y ciudades imaginarias. Y después empecé a averiguar sobre las épocas y a leer en lenguas extranjeras. Todo eso fue un refugio para mí, fue un auxilio.
El Gótico es un auxilio, porque te hace creer que hay un más allá, que hay algo trascendente. Eso de las Iglesias, de mirar para arriba… Eso solucionó muchos problemas que tuve de chico, cosas que pasan hasta que uno vive como quiere y luego no sabe qué hacer con sus sentimientos.

Más información sobre la muestra ARQUITECTURA DIBUJADA en el CAUD2: https://d2.capsf.ar/inauguracion-muestra-arquitectura-dibujada/
Tienda online de cursos digitales de Pablo de la Riestra: https://pablodelariestra.tiendup.com
Instagram: @pablodelariestra