por Sebastián Stampella / La Gaceta Arquitectura
Luis Rojo es arquitecto egresado de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid, magíster en arquitectura por la Universidad de Harvard con la beca Fulbright y doctor por la Universidad Politécnica de Madrid.
En el ámbito académico, se desempeña como profesor titular en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid, donde da clases en el departamento de proyectos arquitectónicos desde 1992, año en el que, entre otras actividades, fundó la revista Circo Coop.
“Estoy en Rosario gracias al complot de un grupo de amigos que viven lejos”, dice el arquitecto español Luis Rojo, mirando cómplice a su colega Federico Marinaro, que hace las veces de anfitrión y guía en su estadía en esta ciudad a la que conoce por primera vez.
Junto a ellos se encuentra la arquitecta Begoña Fernández-Shaw, su socia en Rojo/Fernández-Shaw Arquitectos, el estudio que fundaron en 1996 y que cuenta en su haber con una reconocida trayectoria en cuanto a producción de obra pública, concursos de arquitectura e investigación académica
La charla transcurre en el primer nivel del Colegio de Arquitectura y Urbanismo de Rosario (CAUD2) un par de horas antes de que Luis Rojo suba al auditorio para realizar una conferencia sobre un tema que explicará en esta entrevista con La Gaceta Arquitectura.
Ese “complot de amigos” -nos explica Marinaro- es una referencia al vínculo que él (junto a otros colegas argentinos) forjó con Rojo desde que viajó a España tres años atrás para asistir al Máster en Proyectos Arquitectónicos Avanzados que éste último dictaba en la Universidad Politécnica de Madrid (ETSAM).
Marinaro explica que uno de los desafíos del máster que más lo cautivó fue el énfasis que Rojo ponía en el abordaje de la arquitectura desde la reflexión y el análisis, más allá de la obra en sí misma, y obligando a expresarla mediante el proceso de escritura. “El planteo era hablar de tu obra sin hablar de tu obra. De hecho, el trabajo final consistía en una investigación que se convierte en un libro”, dice.
Ya dispuesto a iniciar la entrevista, el propio Rojo amplía este concepto: “Es necesario hablar de las obras con la solvencia de los historiadores de la arquitectura, que cuentan y explican un contexto cultural de muchísimo valor e interés a través de determinadas obras, pero no para explicarlas en sí mismas, sino para construir un contexto que trascienda a esas obras”.
—¿La conferencia que vas a dar en el auditorio del Colegio sigue esa premisa?
—Eso intentaré. En principio, explicaré uno de los proyectos de nuestro estudio para un concurso que hicimos para un archivo histórico que forma parte de una red de archivos históricos provinciales de España; una red de infraestructura del Estado con sus auditorios y sus teatros. Esa es la obra de la que quiero hablar. Pero no hablaré del edificio. El contexto, el marco de la charla, será a partir de una conferencia que realicé a pedido para el Día Nacional de los Archivos, que es una celebración de la comunidad europea, y que tiene que ver con la investigación académica que hacemos en el programa de doctorado que dirijo.
Estoy dirigiendo una tesis doctoral sobre el archivo, que es un tema que, tanto en Europa como en Estados Unidos, se ha abierto como una línea de investigación sobre la relación entre forma y contenido, pero también entre información y contenido en el entorno digital.
Esto tiene que ver con analizar el proyecto del archivo haciendo un símil entre el archivo y la ciudad. Es decir, el archivo como lugar donde se guarda la memoria de las cosas acaecidas, y la ciudad como un símil del archivo en tanto contiene el rastro de numerosos hechos, cosas, personas, trabajos, y arquitecturas.
—¿Hablás del concepto de “ciudad” como modelo, o trabajás sobre una ciudad en particular?
—En este caso, yo hablo de Guadalajara. Afortunadamente hay dos Guadalajara en este mundo: una está en España, -que es la ciudad donde se encuentra este archivo del que hablo-, y la otra está en México, que es la más conocida y que es una ciudad maravillosa. Parece que a los españoles les quedaban mejores las ciudades cuando no las hacían en España.
Lo de las dos Guadalajara es un equívoco que vale como excusa para hablar de dos ciudades que son muy distintas. Una es una ciudad medieval, y la otra es renacentista. Una tiene una planta árabe, musulmana; y la otra una planta con los principios de la colonización y de las leyes de Indias. Es interesante ver cómo está construida la racionalidad, la memoria, o la falta de ella, en una y otra ciudad.
Lo que yo intento hacer en el master de proyectos avanzados -con cierto éxito entre los alumnos y poco éxito entre mis compañeros de profesión y de la academia- es convencerlos de que no hay una diferencia entre teoría y práctica; que pensar y hacer, en arquitectura, es lo mismo.
Los arquitectos no hacemos nada con las manos más que dibujar, escribir, o hablar. Esa diferenciación entre el arquitecto que proyecta y el arquitecto que piensa es una construcción tácita, asumida sin ser pensada, porque nos la han enseñado y nadie nos ha dicho que dudemos de ella. Y es algo tremendamente improductivo. Cuando uno logra ver la relación entre las dos cosas, puede entender la arquitectura en contextos cada vez mayores.
El pensamiento contemporáneo alrededor de la arquitectura y de otros campos, trabaja en contra de eso. El pensamiento contemporáneo tiene que ver con los sistemas de red, y no con sistemas binarios. No se piensa a una cosa en contra de las otras, sino a las cosas en un sistema de relaciones, donde no puedes establecer diferenciaciones ni comparaciones, ni igualdades que simplifiquen las cosas.
Entonces, yo planteo todo esto como una excusa para contar un proyecto y hablar de la arquitectura desde otro lado, sin tomarla como si fuera un objeto.
La digitalización se llevó por delante a las editoriales. Y no hay migración: hay pocos libros y pocas editoriales».
—Además de tu desempeño profesional con tu estudio, participaste activamente en el debate y la reflexión sobre la arquitectura. Y lo hiciste tanto en la academia como en foros vinculados a proyectos editoriales. ¿Hoy encontrás espacios y predisposición para promover la reflexión sobre la arquitectura en esos ámbitos?
—A mí, lo que más tiempo me insume es la universidad. Y la universidad -en rigor, la Escuela de Arquitectura- ha dado un giro en los últimos quince o veinte años, desde la integración europea de Bologna y el cambio del modelo académico, porque la investigación académica ha tomado un protagonismo altísimo.
Y una de las cosas que trae aparejada la investigación académica, es la escritura. Es decir, hay que escribir tesis de fin de máster, trabajos de fin de grado, tesis doctorales, artículos, y demás. Pero por otro lado, las revistas y los libros han desaparecido. La digitalización se llevó por delante a las editoriales. Y no hay migración: hay pocos libros y pocas editoriales.
La investigación académica se ha convertido en una bestia que se lo come todo, con cientos de miles de personas dedicadas a mandar artículos indexados porque así lo exige el doctorado. Lo académico está muy reglado. Las tésis doctorales son interesantísimas por sus aportes, pero yo echo mucho de menos las revistas que publicaban proyectos con textos.
El último texto que he publicado se llama La arquitectura también se escribe, y lo hice con la voluntad de recordar que una parte fundamental de los arquitectos es pensar, hablar y escribir.
Aunque la digitalización ha democratizado las cosas y las ha hecho más accesibles, los libros pasaban filtros, porque para ser publicados debían atravesar un proceso de construcción, de edición. El libro pasaba por personas con un lápiz rojo que leían y corregían, que sacaban cosas y sugerían otras. Era un verdadero proceso de fabricación.
Hoy escribes y te conviertes en tu propio editor. Si en una página dices una cosa, y más adelante dices lo contrario, es cosa tuya y ahí queda todo. Si dices que vas a escribir un artículo de investigación y al final lo que haces es un ensayo, no hay nadie que te señale esa discrepancia entre géneros literarios a menos que te hayas autoimpuesto ese rigor.
—¿Cuál es el panorama actual en España en materia de concursos para obras públicas?
—En parte, hubo una recuperación. Pero existe un vacío desde hace diez o quince años en los cuales las administraciones públicas no hacían concursos porque no habían formas de financiarlos. Además, la ley de contrato entre las administraciones públicas cortaron la posibilidad de hacer concursos públicos con jurados independientes, que eran mesas de contratación que las formaban las administraciones y que premiaban la oferta económica por sobre la calidad de la arquitectura. Eso cambió en 2018 con una ley para la comunidad europea. A partir de entonces hubo una recuperación de los concursos públicos.
Las que cambiaron el panorama en Madrid, y en general en España, son las promotoras privadas: ahora hay una cosa que no se ha visto nunca en España, que es que ganen los estudios inmensos haciendo promoción privada a destajo. Entonces tenemos a estos estudios gigantes de ingenieros, arquitectos y economistas, que están haciendo un montón de obra privada y que se están alzando con los concursos públicos.
Y también han cambiado los requerimientos para poder optar a un concurso de obra pública. Ahora piden un currículum de los últimos diez o cinco años en los cuales tienes que acreditar obra por cierto volumen económico o experiencia en tal o cual tipo de proyectos.
Cuando nosotros empezamos, entre los años 80’ y 90’, eso no existía. De hecho, nuestro primer encargo, que fue un teatro auditorio de 6.000 metros cuadrados, lo pudimos hacer sin tener ninguna experiencia previa. Hoy, eso es muy difícil. Sólo accede un estudio cada doscientos, porque el resto ya queda excluido en el llamado mismo. Nosotros mismos, con nuestro currículum, quedamos sin posibilidades en la mitad de los concursos de obra pública que se hacen.
El mundo ha ido en una dirección que ya no necesita representar lo público a través de una biblioteca».
—¿En qué medida, y con qué manifestaciones de la arquitectura identificás a estos fenómenos como expresiones de un cambio de paradigma más amplio, ya a nivel político y social?
—La España de los concursos públicos que produjo la arquitectura del 92 o del 2000 era un país en el que la arquitectura era necesaria para construir la representación de una transformación política y social. Entonces, esa arquitectura no es, simplemente, la resultante de una ley que era más permisiva que la actual, o que se dio por casualidad o por medio de un agujero legal, sino que era producto de un país que decidió transformarse y que necesitaba usar algunos medios para representar esa transformación. Y la arquitectura lo hizo a reglamento.
Esto se vio en el 92, para las Olimpíadas, con edificios emblemáticos, con arquitectos que construyeron edificios que fueron reconocidos en todo el mundo. Y no era sólo una cuestión profesional, sino una cuestión política, con la idea de que la arquitectura tenía un valor. Eso hoy cambió, y no sólo en España. Pensemos que en la Europa de los 80’ y los 90’ se creía en la socialdemocracia y, por lo tanto, las infraestructuras de los servicios públicos tenían una capacidad de liderazgo político.
Desde el año 2000 en adelante, pasamos a un pensamiento absolutamente pragmático, anti-teórico, anti-modelo, y anti-académico».
Hoy en día, España tiene un gobierno de izquierdas -qué más queremos-, pero en ningún país se considera hoy que la arquitectura pública es necesaria para representar un proyecto político. El mundo ha ido en una dirección que ya no necesita representar lo público a través de una biblioteca, por citar un ejemplo.
Hay muchísimos arquitectos y muchas universidades que han reforzado de una manera inteligente y efectiva la condición política de la arquitectura. Eso que los norteamericanos llaman “agencia” de arquitectura se refiere a la capacidad de determinación de la arquitectura dentro de los discursos políticos y sociales, de su efectividad o de la falta de ella.
Pero, por otro lado, la arquitectura en su relevancia política y social, la ha ido perdiendo. Y esta es una situación que se produce cada tanto: cuando se separa el discurso académico del discurso profesional, cuando más se va cada uno por su lado como ha pasado en los 70’ con teoría y práctica, o anteriormente con la historia y la crítica, tenemos un problema.
En España ya nos han educado con esa frase horrorosa de que “la arquitectura es buena o mala, pero no es ni de izquierdas ni de derechas”. Esa es una falsedad, porque hay una arquitectura que es social y políticamente relevante, y es de determinadas ideologías o modelos sociales. Y está la arquitectura a la que no le interesa tener agencia porque si se descubriera la que tiene, se crearía una polémica que están intentando evitar.
Por ejemplo, la promoción privada de viviendas en España se ha convertido en un problema fundamental. Es un país con una crisis de vivienda y, sin embargo, se están construyendo miles de viviendas privadas con arquitectos aconsejados por economistas para poder ganar concursos en los que la cuestión financiera es relevante.
Y nadie quiere hablar de cuál es el momento político y social en el que los poderes públicos, los arquitectos, y la sociedad entera, decidió que la vivienda pública no era necesaria. Esta es una idea que se ha extendido por todo el mundo y que se ha naturalizado. Pero no se ha discutido. Es ese pensamiento tácito de que las cosas ocurren pero nadie explica por qué.
Ya sea en el caso de la vivienda o de la agencia, desde el año 2000 en adelante, pasamos a un pensamiento absolutamente pragmático, anti-teórico, anti-modelo, y anti-académico. Y este pensamiento que se impuso, no se estudia como un pensamiento sino que se acepta como un hecho consumado.
Si la arquitectura construye obra pública o no, si construye vivienda pública o no, si construye ciudad o no, si construye el urbanismo del futuro o no, si la arquitectura es sostenible o no, son cuestiones que deberían discutirse a niveles políticos y sociales. Porque se trata de modelos políticos, y no de una cuestión fáctica del que tiene dinero o cuenta con fondos de inversión de no sé dónde. En definitiva; nos han virlado la política.