Gabi López: un abordaje sociológico para pronosticar tendencias en diseño interior

En su paso por el Colegio de Arquitectura y Urbanismo de Rosario, la reconocida diseñadora de interiores e investigadora Gabi López nos dejó algunas definiciones sobre su trabajo como comunicadora de tendencias y sobre los procesos de observación y recopilación de datos para identificar hábitos y preferencias emergentes que dan sustento a sus pronósticos. “Tanto la arquitectura como el diseño, responden a las necesidades de habitar de las personas”, dice. Y agrega: “Las decisiones proyectuales constituyen una segunda piel con la que convivimos a diario y que influye en cómo nos sentimos, en nuestras emociones”.

por La Gaceta Arquitectura

Invitada por el Colegio de Arquitectura y Urbanismo de Rosario (CAUD2), la diseñadora de interiores Gabi López compartió con profesionales locales su último informe de tendencias, una referencia de peso para quienes desean sumar conocimientos clave sobre las nuevas preferencias estéticas y de hábitos para incorporar al proyecto arquitectónico.

Previo a la disertación que convocó a una numerosa cantidad de personas en el auditorio del Colegio, Gabi López dialogó con La Gaceta Arquitectura. «Como diseñadora de interiores, un foco de mi trabajo está puesto en el pronóstico de tendencias. Tras viajar y observar diseños en diferentes lugares del mundo, empecé a comunicarlo. Yo hice una especialización en Sociología del Diseño en la FADU, con el objetivo de darle un sentido más profundo al diseño de interiores, al diseño industrial, y a todas las proyectuales que se vinculan con la arquitectura», explica.

—¿De qué se nutren tus informes de tendencias en diseño interior? ¿Cómo identificás los hábitos y preferencias emergentes ?

—Lo que nosotros hacemos, muchas veces suele verse como algo frívolo, o limitado a lo estético. Y yo creo que la pandemia marcó un antes y un después con respecto a esa mirada. Porque empezamos a darle un valor al hecho de pensar cómo vivimos en nuestras casas y en las decisiones que tomamos sobre qué tipo de materiales, qué colores, qué acabado, qué temperatura, o qué revestimientos queremos usar. Esas decisiones proyectuales constituyen una segunda piel con la que convivimos a diario e influye en cómo nos sentimos, en nuestras emociones. 

La palabra tendencia, de tanto usarla, se vació de contenido y aparece como si fuera una moda. Y la tendencia es algo que sucede en una temporalidad, pero que se transforma realmente en tendencia una vez que nosotros, como sociedad, la hayamos elegido. Porque lo que se refleja es algo que estamos eligiendo.

Las cocinas de nuestras abuelas eran cerradas y allí no entraba nadie; y ahora las cocinas son espacios abiertos a los que acceden nuestros amigos a participar del proceso de cocinar».

Pronosticar tendencias es como ir a pescar lo que está en el aire, eso que es emergente; eso que se manifiesta como las ola del mar, que comienzan siendo muy bajitas y luego van creciendo. Buscamos identificar esa tendencia cuando es incipiente.

Y cuando podemos identificar que en un lugar y en muchos otros está sucediendo algo, al agruparlo, cobra sentido. Es decir; estamos frente a una tendencia que me va a dar una información clave para saber cómo tengo que diseñar.

Ahí estamos en una instancia de ruptura, de cambio. Tanto la arquitectura como el diseño responden a las necesidades de habitar de las personas. Y estas necesidades no son permanentes, porque cambian.

Pensemos que las cocinas de nuestras abuelas eran cerradas y allí no entraba nadie; y ahora las cocinas son espacios abiertos a los que acceden nuestros amigos a participar del proceso de cocinar. Las formas de habitar cambian, cambian nuestras elecciones. El diseño evoluciona como evolucionamos las personas. 

En ese sentido, hacer un informe de tendencia es ofrecerles a los profesionales una información clave para que entiendan cómo se está moviendo el diseño en cuanto a comportamientos sociales; y después catalogamos todas las colecciones para que sepan qué materiales y qué colores aparecen.

El objetivo es que los profesionales tengan, en forma anticipada, una información que les permita proyectar con suficiente tiempo. Es pronosticar escenarios futuros para que estén mejor preparados para diseñar mejor y responder a las necesidades de las personas. 

—¿Qué importancia tiene, en tu opinión, incorporar al diseño de interiores en la etapa temprana de un proyecto arquitectónico?

—Eso sería lo ideal, porque son dos disciplinas absolutamente complementarias. Muchas veces, en un layout de una planta de distribución los mismos muebles pueden ser los que dividen los espacios. Entonces, al tener la disposición de los muebles, es más fácil para trabajar la instalación eléctrica o la iluminación en forma eficiente.

El horror para un interiorista es llegar a una casa y querer cambiar la disposición de una cama de un cuarto porque no es el mejor lugar, y tenés el tomacorriente en la otra pared, y te obliga a hacer una reforma a una persona que ya había concluido con todo ese trabajo. Es una pérdida de recursos, de tiempo, y un sinsentido.

Hay estudios que tienen un área de ingeniería, otro de arquitectura, otro de interioristas, o de comunicación. Eso sería lo ideal para tener a todas las disciplinas proyectuales interactuando juntas. Cuando eso pasa, hay un lenguaje común que atraviesa todos los saberes, y el resultado es óptimo. 

Con la pandemia, todo el mundo aprendió la definición de “ventilación cruzada” y su importancia. Todos se hicieron expertos en aprovechar espacios en sus casas».

—¿Hay algún cambio notorio en las preferencias actuales en materia de diseño interior que puedas identificar?

—En estos momentos tenemos conviviendo, en la misma temporalidad, diferentes generaciones, mucho más que en otros momentos. Porque las expectativas de vida aumentaron, y hoy las personas de setenta años son actores económicos, consumidores, con un rol activo en una sociedad a la que están ingresando las nuevas generaciones de entre 18 y 20 años.

En todo ese crisol de tribus y edades, las diferencias estéticas, las preferencias y los comportamientos, son diametralmente opuestos. Gente grande que venía abrazando el minimalismo y la sobriedad, convive con generaciones de jóvenes que buscan todo lo contrario y que están muy atravesados por las redes y lo digital.

—¿Cuáles son las características de las preferencias que manifiestan estos jóvenes?

—Aquí aparece, en muchos casos, una prolongación de la adolescencia. Los colores son super cromáticos, con la idea de llamar la atención. Hay una estética de juego. Entonces, hay un avance de los espacios lúdicos, de diseños caprichosos, texturas de peluches.

La aparición del meta verso y el hecho de tener un avatar propio, que es propio de un nuevo lenguaje, van acompañados de colores estridentes. Hay una generación que ama lo retro también, porque aparece un vínculo emocional muy fuerte con los objetos. Esto es algo que dejó la pandemia.

—¿Qué otros hábitos dejó la pandemia en cuanto a las preferencias para diseñar los hogares?

—La gente se acostumbró a rituales como cocinar, jugar, decorar la casa. Con la pandemia, la gente empezó a entender a la casa como el último refugio.

El home office se impuso, al punto de que hoy muchas empresas tienen que convencer al personal para que vaya a las oficinas a trabajar. En las corporaciones, toda la arquitectura y el diseño es muy lúdico, con muchos colores, con mucha presencia de naturaleza, con sillones para encontrarse, con espacios destinados al ocio.

Y algo destacable es que con la pandemia, todo el mundo aprendió la definición de “ventilación cruzada” y su importancia. Todos se hicieron expertos en aprovechar espacios en sus casas. En definitiva, la gente puso el foco en las formas de habitar, con casas que se convertían en lugares de trabajo y con la búsqueda de espacios confortables.

—¿Qué diseños prevalecen en tu último informe de tendencia y cómo los organizás de acuerdo a los segmentos sociales?

—Hoy vemos mucho minimalismo y maximalismo conviviendo. Son muy variadas las tribus y no está aparece todo concentrado en un solo estilo porque conviven diferentes estéticas.

En el informe siempre pronosticamos cuatro hipotéticas tribus a las que asignamos nombres de fantasía con ciertos comportamientos que estamos viendo como emergentes. Y a cada uno de ellos les catalogamos determinados muebles, siempre con una paleta de colores propia.

Tenemos una tribu que es la monocromática, que es gente de más edad, que busca una estética más silenciosa. El lujo aparece un poco en cierta cuestión despojada, pero con mucho anclaje en lo natural, en la naturaleza, en cómo desintoxicarse bajando decibeles, ya sea de ruido como de velocidad. Este segmento suele preferir los revestimientos de piedras naturales. 

Y hay otros que abrazan mucho lo local, lo artesanal. Aquí prevalece una paleta de colores de rojos y verdes, con una conexión muy fuerte con las artesanías, con lo telúrico, con un arraigo en la identidad propia en medio de un mundo globalizado. 

Hay una tercera tribu que está enfocada en lo tecnológico, que es la que se manifiesta con la paleta más fría de todas. El azul es el color estrella de la paleta de esos consumidores que expresan la simbiosis entre lo humano y la tecnología. Este año asistimos a la irrupción de la IA.

El color azul tiene mucha conexión con el mar y con el océano, con esa referencia a lo inmersivo, a submundos en los que uno se sumerge. Y todo esto, suele aparecer combinado con colores más piel, que equilibran esta paleta.

Y los últimos son los renegades, estos «niños rebeldes» a los que no les importa nada, que son caprichosos, que quieren llamar la atención y a los que no les importa hacer el ridículo. Es una rebeldía alegre, pero contestataria, propia de una edad y que expresa un momento de ruptura. 

—¿La sensación de inmediatez y esa especie de dificultad para tratar con los obstáculos del mundo real propios de esta última generación, cómo se manifiestan en sus hábitos?

—Hoy los jóvenes tienen muchas más herramientas que nosotros, y se sienten más cómodos con su uso. Ellos tienden a quedarse en los lugares de origen, y les cuesta más la inserción laboral. Estos chicos son más de un mundo que evoluciona rápido y al que tienen que adaptarse.

Es un mundo muy azucarado, porque la vida digital se les ofrece como si fuera lo real, cuando claramente, es algo muy distinto. Las estéticas que predominan son irreales. Uno de los desafíos va a ser distinguir qué es falso y qué es real. Los chicos que nacieron en la era digital creen que el mundo es lo que pasa en redes.

En ese universo todo es muy instantáneo, más efímero, y se aparece como muy perfecto. Y la vida real es más desprolija, más imprevista. Esa generación no está acostumbrada a las frustraciones que surgen. Cuando salen de ese mundo de modelos y de filtros, se frustran. Hay ansiedad porque se dan cuenta de que no todo se puede hacer en diez minutos. Estamos ante un mundo diseñado para ser adictivo, y creo que aún no vislumbramos las consecuencias.