por La Gaceta Arquitectura

por La Gaceta Arquitectura
¿Puede un arquitecto, o una arquitecta, identificar un límite nítido entre el ejercicio profesional y los asuntos de su vida personal? ¿Qué tan fácil es establecer, en el ajetreo cotidiano, una separación estanca entre esos mundos? ¿Tiene algún valor hacer ese esfuerzo o, por el contrario, es mejor permitir esa “contaminación”?
En La Gaceta Arquitectura, no tenemos respuestas. De hecho, luego de hacernos estas preguntas, lo único que podemos ofrecer al respecto es otro interrogante; acaso el más válido de todos: ¿A alguien le interesa ponerse a pensar en estas cosas?
Para salir de este mar de dudas, vamos al grano. Sin ánimos de llevar la cosa a un plano existencial, estas inquietudes son algunas de las reflexiones posibles que habilita la muestra “Piccini: 35 cuadernos”, que hasta el viernes 8 de agosto se exhibe en el Espacio Mínimo Emergente del Colegio de Arquitectura y Urbanismo de Rosario (CAUD2).
La muestra, curada y coordinada por el arquitecto Martín Cabezudo y coordinada por la diseñadora de indumentaria Guillermina Elinbaum, consta de la exhibición de 85 cuadernos Rivadavia pertenecientes al colega rosarino Franco Piccini. Estos cuadernos se presentan montados sobre una malla metálica de obra desplegada en tres de las cuatro paredes de la sala, especialmente pintadas del amarillo pastel que caracteriza a las tapas de este clásico objeto de la librería de nuestro país.
Con sus hojas abiertas al público, quienes visitan la muestra pueden detenerse a observar dibujos, croquis, bocetos, y anotaciones personales que este arquitecto realizó desde el 2006 hasta la irrupción de la pandemia del Covid en 2020.
Esos cuadernos, utilizados y archivados por Piccini en un lugar de su casa, sin pensar que alguna vez serían exhibidos, adquieren otra dimensión y propician múltiples interpretaciones cuando abandonan el ámbito privado y se abren al público convertidos en protagonistas de una muestra.
“Piccini: 85 cuadernos” predispone a chusmear sin pudor -porque el propio autor invita a hacerlo- un universo íntimo y personal en el que, a su vez, pueden reconocerse gestos y códigos compartidos por quienes ejercen la arquitectura.
Esas hojas revelan un hábito, una necesidad, una manía, una manifestación propia de lo que muchos pueden considerar una “deformación profesional”. De manera compulsiva, cuaderno tras cuaderno y movido por el impulso de soltar por la mano lo que ocurre en su cabeza, las ideas, proyectos y dibujos de este arquitecto están ahí, materializados en trazos firmes y seguros, y también, en algunos garabatos espontáneos.
La elección del color con el que se decidió pintar las paredes del Espacio Mínimo Emergente para esta muestra no es caprichosa. Es un guiño al amarillo pastel de las tapas de los clásicos cuadernos Rivadavia de tapa dura.
Sí, esos cuadernos que nos acompañaron en nuestros años de escuela primaria con la portada oculta bajo el papel araña y que, más tarde, volvieron a aparecer en la vida académica y profesional de muchos arquitectos y arquitectas que los eligieron por su calidad. Y también -por qué negarlo-, por esa suerte de fetichismo (sano, en la mayoría de los casos) que caracteriza a los y las profesionales de la arquitectura. Se sabe; si la pluma es Lamy, el cuaderno es Rivadavia.

Desde el exterior, en el patio de ingreso a la sede del Colegio, la ventana del Espacio Mínimo Emergente refuerza la referencia a esto cuadernos. Lo hace de un modo más explícito: el color amarillo de las paredes interiores domina en forma plena el cristal, en el que aparece ploteado el apellido Piccini en diagonal y con la tipografía característica de la firma del prócer.
Por último, un detalle que la curaduría no dejó pasar por alto es la música que acompaña a quienes visitan la muestra. En el ambiente suenan en loop 20 versiones interpretadas por diversos artistas de I’m Old Fashioned, un estándar de jazz cuya traducción al español (Soy anticuado) es más una contraseña musical en la larga amistad que une a Cabezudo con Piccini que la obvia declaración de principios por el aparente apego del autor al formato analógico del lápiz y el papel.
Para conocer más, y de primera mano, la historia de estos cuadernos y el origen de esta muestra, dialogamos con el propio autor, Franco Piccini, quien llegó al bar donde llevamos a cabo la entrevista con un cuaderno dentro de su mochila. «Por si aparece alguna idea; hay que estar preparado», dice.
—¿Cómo surgió la idea de exhibir tus cuadernos y cómo definís a eso que podemos ver en ellos?
—Esto nace por iniciativa de Martín Cabezudo, que es mi socio en el estudio Arzubialde y además un compañero de estudio con una historia de trabajo compartido. A fines del año pasado se puso firme con una propuesta que me venía haciendo, de armar una muestra con mis cuadernos Rivadavia.
Lo que hay en esas hojas, la matriz principal, es el registro de mi quehacer como arquitecto, mis ideas, croquis. Es una herramienta que utilizo para dibujar. Yo soy de los arquitectos que dibujan mucho. Dibujo a mano, en distintas escalas; desde bocetos o cosas preliminares y abstractas hasta desarrollos de detalles.
Pero en el medio, dibujo cosas de algo que me inspiró, anotaciones o citas de alguna cosa que estoy leyendo. Y también aparecen cuentas a pagar por el cierre de la quincena, la lista del súper, un presupuesto que tengo que pasar, o algo personal que tengo que resolver y lo anoto en el cuaderno porque es lo que tengo a mano.



—Eso explica que los proyectos y dibujos vinculados a la arquitectura convivan con anotaciones de tu vida personal.
—Es que el cuaderno siempre está ahí, y anoto lo que surge. Proyectar en las servilletas de bares son mitos y un poco realidades de la vida de los arquitectos. O la libreta que tienen los escritores al lado de la cama por si le aparece una idea en pleno sueño. Es parte de eso el rol de estos cuadernos.
Yo también dibujo mucho en la tablet, con el lápiz digital. Pero no dejo de hacerlo a mano. Cambia el medio, pero la herramienta es la misma. Con la pandemia empecé a corregir trabajos de alumnos en la tablet y descubrí que el trazo es muy fiel. Me sirve para mezclar cosas que yo hacía en forma analógica, como dibujar sobre una foto. Con lo digital yo acorto el paso del escaneo, que es algo que hacía con los cuadernos, por ejemplo.
Pero el cuaderno siempre está a mano. Siempre el Rivadavia tapa dura de hoja lisa de 50 páginas. Esos cuadernos me duran un mes, o a lo sumo dos. Algunos tienen su batalla porque los llevo a la obra.
—¿Y por qué la elección del cuaderno Rivadavia?
—Me gustaron esos cuadernos por su resistencia, su calidad. Y también me gustó siempre el color, el diseño, las letras, esa cosa clásica de ese cuaderno. Por eso cuando Martín Cabezudo me mostró el borrador de la gráfica que habían hecho para la muestra con el diseñador Santiago Martínez me pareció algo fantástico.
Evocan mucho a la escuela primaria, con esas primeras páginas con dibujos históricos. Son un clásico esos cuadernos. Guillermina Elinbaum se contactó con gente de Rivadavia y le enviaron cajas con cuadernos de regalo. Se entusiasmaron con la idea de la muestra. Creo que hicieron una reseña y publicaron algo en redes.
—¿Qué tanto te involucraste en esta muestra además de poner a disposición el material? ¿Qué significó para vos abrir al público algo tan íntimo como esos cuadernos?
—Yo deposité todo en Martín, Guillermina y Santiago. Lo dejé en sus manos con absoluta confianza. No es un diario íntimo pero hay muchas cosas personales. Uno nunca se desconecta de lo que hace, entonces la vida cotidiana y la profesión van muy unidas, y en los cuadernos hay un reflejo de eso.
No sé si un dentista se despierta pensando en una muela que tiene que arreglar, pero en los arquitectos es muy común que aparezcan ideas. Por eso la necesidad de tener un medio para expresarlo.
Me resultó entretenido ponerme a ver lo que había en esos cuadernos. Veo proyectos que quedaron en la nada, otros que podrían retomarse, ideas sueltas, es muy lindo ver eso.
Imagino que muchos colegas se sienten identificados cuando ven esos cuadernos. Ariel Giménez o Gerardo Caballero son referentes de ese hábito ordenado y consciente de llevar una libreta que registre el hacer.
Yo enumeré todos los cuadernos que iba archivando poniendo fechas de inicio y finalización de su uso. Ahora me entusiasmé con volver a dibujar más en cuadernos. Puedo decir que me inspiró la muestra de mi propio material.
En la muestra hay mucho para ver, porque son cosas muy variadas. Hay mucha improvisación gráfica, cosas aleatorias, dibujos sueltos, y mucho de arquitectura que están ahí en forma de bocetos con el anhelo de poder materializarlos. Y lo que veo en esas hojas son algunas cosas que aparecen como errores, pero que son parte de mi camino profesional y personal.
La reflexión sobre lo analógico, lo físico y real, es algo que me interesa. Con Martín tocamos en una banda. Y cuando se armaba la muestra le sugerí usar el tema I’m Ol d fashioned. Elegí 20 versiones de ese tema. Ese tema es un poco una reivindicación del trabajo a mano, una vuelta a la vieja escuela.



Una muestra honesta y la impronta de un arquitecto
Los encargados de la curaduría y la coordinación de esta muestra, el arquitecto Martín Cabezudo y la diseñadora de indumentaria Guillermina Elinabum, explican cómo concibieron esta iniciativa y brindaron algunas apreciaciones sobre las particularidades de Piccini en su relación con la profesión y, en especial, con los cuadernos.
“Con Franco llevamos una sociedad de casi veinte años. Yo sabía mucho sobre esos cuadernos y estaba decidido a que, tarde o temprano, tenía que hacer una revisión de su contenido”, cuenta Cabezudo.
“Los arquitectos, al igual que muchos profesionales de otras disciplinas que requieren de lo creativo y lo proyectual, solemos rastrear las ideas que se barajaron en su momento para intentar traerlas al presente. Siempre uno quiere revisitar ideas truncas con la esperanza de que puedan ser utilizadas en otras circunstancias”, agrega.
Cabezudo señala que Piccini tiene un fuerte anclaje en la inmediatez, en resolver en el momento a través del dibujo: “Es una habilidad que él tiene. Te cuenta una idea dibujándola. Le estás describiendo algo a Franco, y al rato te lo muestra dibujado. Es muy llamativa esa cualidad suya, y compartirla me parecía algo necesario”, dice.
Por su parte, Guillermina califica a Piccini como un profesional que encuentra en el papel a un aliado. “Es cada vez menos frecuente el uso del cuaderno, del dibujo en ese formato analógico en momentos donde avanza lo digital. Es un gesto que mucha gente perdió y que él mantiene ”, explica.
De todas formas, Cabezudo aclara que la muestra “no busca reivindicar el uso del papel, sino a la propia arquitectura, a esas obras que ahí están dibujadas”. “Muchas obras que están dibujadas en estos cuadernos fueron construidas, ganaron premios y fueron reconocidas por colegas. Ver eso, me pareció muy interesante”, afirma.
Y concluye: “Con Franco nos juntamos y nos divertimos mucho. Para esta muestra, además de conversar mucho, en seguida nos pusimos a hacer. Franco tiene esa impronta de ir a la acción, de resolver. La muestra es fiel a eso y se hizo con sencillez y honestidad.